Afro-house en estado puro: Black Coffee electrificó la Plaza de España con ritmo y distinción
ICÓNICA SANTALUCÍA SEVILLA FEST
Sin grandes artificios ni aspavientos, el maestro sudafricano deslumbró con un set hipnótico y preciso que trascendió géneros y generaciones, demostrando que la música con alma puede prender la chispa más intensa en la noche más cálida
Leiva, caballo de Troya del rock

Debo confesar que cuando me enteré de que el line-up del Icónica Santalucía Sevilla Fest incluía a Black Coffee, el superstar sudafricano del afro-house, me pregunté si los BPM de su música no serían demasiado zen para una noche de fiesta masiva. ¿Cien pulsaciones por minuto? ¡Eso es lo que marca mi corazón después de un menú de dos platos, postre y una sesión de sofá! Pero lo de anoche en la Plaza de España fue una experiencia colectiva de esas que se te agarran al cuerpo. Ni siquiera hizo falta una puesta en escena grandilocuente, bastó con la elegancia de un tipo solo ante su consola —Nkosinathi Innocent Maphumulo, para el registro civil—, con dos brazos, aunque uno no le funcione del todo desde 1990, cuando celebraba la liberación de Mandela y un coche lo arrolló, y un talento sobrenatural para contar historias con beats que otros no saben ni deletrear. La elegancia no está reñida con el éxtasis.
Había algo especial en el aire desde temprano, cuando llegamos durante la sesión previa de Nelson Fernández. Un rumor sutil que decía: esta noche no hay headliner, hay un chamán. La convocatoria del sudafricano fue, como era de esperar, tan diversa como su música y el recinto acogió público sevillano y foráneo, queer y tradicional, puretas de pupila dilatada; desde boomers nostálgicos hasta zoomers con el móvil en modo vertical. Black Coffee, aparte de un gran DJ, es un símbolo, un superviviente del apartheid, un pionero que remezcló a Hugh Masekela antes de que Spotify supiera dónde está Johannesburgo, y el primer africano en ganar un Grammy en la categoría de Música Electrónica/Dance. Un icono de los que de verdad dan sentido al nombre de este festival.
Pero más allá de la leyenda, lo suyo anoche fue un espectáculo de precisión quirúrgica, lirismo tribal y groove elegante. Comenzó sin estridencias, con su característico estilo de mezcla por ecualización y filtros, modulando el ambiente como quien prende velas antes del conjuro. El afro-house, un género de BPMs relajados, percusiones hipnóticas y teclados profundos, me parecía una apuesta arriesgada para una plaza rebosante de cuerpos deseando el subidón. Pero el tío tiene un don, sabe dónde está la energía, aunque aún no haya llegado.

Los primeros compases trajeron joyas como Sunrise Generatio, de Damian Lazarus y el Fight de Dark Flow, ejecutadas con una finura que haría llorar de emoción a cualquier técnico de sonido con alma. Luego, como si el set tuviera un guion místico empezó a soltar clásicos como el Yamore de Salif Keita, donde las voces de África se entrelazaron como raíces antiguas que suplicaban ternura al tiempo, y Riviera, de Obestallt, una corriente electrónica que trajo un poquito de melancolía suspendida en un paisaje que se disolvía en la luz de la Plaza de España. Después llegaron los drums más marcados; usando de base Like Dat de Maaura y el Give It Up de los Good Men, fue metiendo a Catz ‘N Dogz, a Derick Prez, hasta que con otra base genial, esta vez usando el Jungle Drums del Dr. Feel, fue poniendo el Gypsy Woman de Crystal Waters mezclada con Show Me Love de Robin S, mientras la Generación Z las coreaba sin perder ni una sílaba. Ahí ya sabíamos que esto no iba de nostalgia, sino de conexión. Un repaso elegante por décadas de música negra, desde una versión rara del Water de Tyla con toques afro-house y un celebrado guiño al Billie Jean de Michael Jackson, pasando por el deep house de Ramden, hasta el tech house con sabor africano de Isambulo, la oscura pieza que marca la parte más experimental de Karyendasoul; además fue una buena puerta de entrada para volver al total sabor africano con Innerbloom y, sobre todo, con Bara, de Mr. Raoul, que arrancó con bombos marcados, grooves certeros y una construcción en stacks que desembocó en breaks —perdonen ustedes el uso inevitable de tantos anglicismos— donde destacaban las vocales de Ahmed Sosso antes de retomar el drive con los subgraves a tope de The Rhythm of Dancing, la pieza de &lez, a la que le metió una voz que cuando dijo push the hands up se levantaron cientos de brazos al aire de entre los más de 8.000 asistentes a la sesión.
Y cuando el público ya estaba entregado del todo con el Unchain de Ma/Ji, apareció por ahí una versión -vete a saber cuál de todas ellas- de Work, que de nuevo hizo que toda la gente corease esa palabra cuando llegaba. Les Gout, de sus amados alemanes Keinemusik, apareció en los altavoces como si en vez de Sevilla estuviéramos flotando en la terraza del cielo. Los graves se fueron callando y la canción adquirió poco a poco un tono más agudo, hasta desaparecer del todo el bombo para que sonase una voz en directo sobre beats medidos, puro soul electrónico que nos trajo el Rapture del propio maestro. No la versión de Delilah Montagu, sino la otra, la instrumental gloriosa que convirtió la Plaza de España en un mar de miradas absortas. Hasta el típico guiri que solo quería grabar un story para Instagram bajó el móvil y se puso a vibrar como un péndulo místico. Y entonces, entre sintes que parecían flotar sobre el parque, apareció la voz celestial de Julie McKnight cantando Finally, incluso a capela en algunos momentos, lo que hizo detenerse el tiempo. Durante tres minutos nadie respiró escuchando esta maravilla que la productora Sandy Rivera lanzó bajo su alias de Kings of Tomorrow hace casi 25 años.

Luego, ya con los pies en la tierra, Black Coffee reactivó el baile con una base del Muyé de Keinemusik, que él mismo ha remezclado, a la que le metió el gancho con Losing my Religion, la canción de REM que seguramente los puristas mirarían con lupa, pero que aquí funcionó como una bomba de serotonina. Luego un poderoso mashup con fondo de Stardust para incrustarle partes de Mama say, One Mo Time, y volver a Keinemusik para un final que habitualmente Black Coffee solía usar como principio, Thandaza, con su línea de piano tan emotiva y distintiva. Hizo callar la música para despedirse de la gente, pero todavía era la una menos cinco… algo más cabía en la sesión. Y cuando parecía que ya lo había dado todo, echó mano del I Will Survive de Gloria Gaynor. Ironía, diva, y cierre por todo lo alto. Nadie esperaba el guiño, pero todos lo entendimos. Sobrevivimos al calor, al algoritmo y a la EDM, porque el house con alma siempre vuelve.
¿Pirotecnia? Ninguna. ¿Visuales desorbitados? Tampoco. ¿Bailarines con leds? Cero. Solo música, talento y una manera de leer la pista como quien descifra las constelaciones. Black Coffee no necesita brillar; le basta con hacer que brillemos nosotros. Como lo hace cada sábado en Hï Ibiza, el club número uno del mundo, donde hasta Theo James, el guaperas de The White Lotus, ha bailado en su cabina. Aquí, en Sevilla, no tuvo a Theo, pero sí una plaza con historia, torres iluminadas, y una noche de junio que olía a jazmín y sudor. Y si todavía hay quien duda de si el afro-house puede levantar una noche en directo, solo puedo decirle una cosa: tú no estuviste anoche aquí. Porque si hubieras estado, sabrías que con Black Coffee, la música, literalmente y tal como dice el tema de Stardust que puso bastantes minutos antes, suena mejor: Music Sounds Better with You.
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