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Crítica de Flamenco

Una bomba de relojería

Un tour de force para los intérpretes y un bombón para el público. Una hora y media de baile y cante llevados al extremo, físico y emocional. Calero es un portento capaz de aunar, en un mismo paso, el ballet, el flamenco, los palillos, el bolero y la danza popular. Busca en el cancionero tradicional una imagen de la mujer: la maltratada, la abandonada. La mujer fatal. Con la parodia. Una forma de cuestionar tan amable como demoledora. Porque la pieza es brutal pero está construida con una sonrisa y con una suavidad pasmosa. Dulce y rotunda. Cuando parece que empiezas a percatarte del peligro, ya estás muerto. Nos habla de nuestro pasado, de nuestro machismo, de nuestra violencia. Así seducen estas dos mujeres poderosas, seguras, inteligentes, bellas, que no abandonan la escena en los 70 minutos que dura la obra. La mujer del tango flamenco y la mujer fatal del tango porteño. La mujer sonriente de las cantiñas y la sometida de posguerra en los recitados de Pepe Pinto. La mujer bolera y la negrita dócil y graciosa de la guajira y la rumba. La mujer rodeada de bombas en la primera escena y la loca de la última. El zapateado se sitúa en el centro de la obra: un estilo que Calero interpreta con castañuelas con rigor histórico ya que es uno de aquellos bailes de palillos deciochescos. Pese a que en la época en que nació, derivado acaso de los canarios, se bailaba sin duda con menos pasos boleros. Pero se trata de actualizar la danza tradicional española. Sin peinetas, sin lunares, sin bata de cola y con música electrónica. La obra es un bombón y también una perfecta bomba de relojería con un temporizador exacto, brillante, categórico. Todo está perfectamente engrasado y Calero y Caballero se dejan la piel, con la lírica colaboración de Almarcha.

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