Crítica 'En la niebla'

El bosque del hombre

En la niebla. Drama bélico, Rus-Bie-Ale-Let-Hol, 2012, 125 min. Dirección y guion: Sergei Loznitsa. Fotografía: Olge Mutu. Intérpretes: Vladimir Svirski, Vlad Abashin, Sergeï Kolesov, Vlad Ivanov, Julia Peresild, Nikita Peretomovs, Nadezhda Markina.

El segundo largo de ficción del reputado documentalista bielorruso Sergei Loznitsa busca emparentar con cierta tradición del cine bélico soviético (Kalatozov, Klimov, Shepitko) en su acercamiento humanista a la dimensión moral de la guerra a través de un estilizado y casi ritual ejercicio de estilo y puesta en escena en el que predominan los planos secuencia y los grandes bloques de tiempo en busca de una cierta coreografía (parsimoniosa, consciente del peso) de los cuerpos en plena naturaleza agreste, densificada simbólicamente hasta el espesor más absoluto, siniestro y definitivo.

Como ya ocurría en Joy, Loznitsa concibe su narración en círculo, descomponiendo una trama mínima en una estructura de ida y vuelta que rellena huecos y acontecimientos previos que sitúan o explican a sus personajes. Y son apenas tres los que encontramos aquí, tres figuras a la deriva en los bosques bielorrusos, tres fugitivos, tres traidores, tres cobardes atrapados en plena Segunda Guerra Mundial, con la invasión de las tropas alemanas en la zona, pero atrapados también, y ese era el fondo de la novela de Vasil Bykov en la que se basa el filme, en su propia conciencia, una conciencia especialmente visible en Sushenya, un personaje de raigambre dostoievskiana cuya mayor carga no es soportar el cuerpo herido de su verdugo por el bosque, sino su propia conciencia, la conciencia de la degradación del hombre, de un viaje sin retorno desde el horror a una improbable nueva vida.

Entre resonancias bíblicas y una niebla cada vez más densa, Loznitsa traza su recorrido circular tal vez con demasiadas balizas, tal vez con poca confianza en el tú a tú entre el hombre y su sombra entre la humedad del bosque. Así, En la niebla funciona mejor cuanto más se aleja del relato (y sus golpes de efecto) y más de detiene en los cuerpos y la palabra, mejor cuando fija el retrato sobrecogedor de un Vladimir Svirski de mirada perdida y pensamiento ensimismado que cuando introduce el fatídico azar o la necesidad de narrar más de la cuenta un contexto que no es otro que el del hombre y su tormento por estar vivo entre los muertos.

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