El "camino torcido" de Curro González
El Espacio Santa Clara se acerca hasta septiembre al universo del artista sevillano.
Un encuentro intergeneracional e intercontextual

LA FICHA
‘Siguiendo el camino torcido’. Curro González. Espacio Santa Clara (Calle Becas S/N, Sevilla). Hasta el 28 de septiembre.
Quizás sea demasiado suponer, pero mucho me temo que si Curro González (Sevilla, 1960) hubiera sido estadounidense, alemán o francés (por poner algún ejemplo), su carrera artística hubiera transcurrido por otros derroteros. No obstante, el creador, que ha expuesto en otras ciudades españolas y países como Francia, Filipinas, Portugal o Estados Unidos, ha desarrollado su trayectoria principalmente desde Sevilla, ciudad donde nació y que ahora acoge su primera gran exposición retrospectiva.
Siguiendo el camino torcido se podrá visitar hasta finales de septiembre. La muestra reúne casi medio centenar de obras en las que, de algún modo, se sintetizan los más de 40 años de trayectoria artística de Curro González, abarcando desde los inicios de los años 80 hasta obras creadas este mismo 2025. Comisariada por el propio artista, la exposición ocupa la planta baja y el dormitorio alto del Espacio Santa Clara. Y, aunque el lenguaje que prima es el pictórico, también se han incorporado a esta retrospectiva dos animaciones audiovisuales, una serie de bustos en terracota y una figura autómata que, a través de un sensor de movimiento, saluda al espectador.

El hilo conductor que recorre la exposición, elegido por el propio González, no sigue un orden cronológico, sino que se somete a cuatro temas que se encarnan a través de cuatro referentes artísticos, dividiendo la muestra en secciones. Así, en la planta baja se encuentran La sonrisa de Hogarth y La posición de Bacon, y en el dormitorio alto El sueño de Matisse y La elección de Bruegel. Una división que el crítico y comisario Ángel Calvo Ulloa desarrolla en un catálogo que se publicará próximamente.
La sonrisa de Hogarth plantea una posición lúcida y burlesca ante un mundo en constante cambio, caótico, difícil de asimilar. Transformar lo absurdo en onírico como un modo más estético (y no por ello menos político) de digerir aquello que nos es incomprensible. En La posición de Bacon se presenta el conocimiento como una herida. Ante el acercamiento al conocimiento se abre un camino, pero deja otros muchos cerrados a nuestras espaldas. El conocimiento niega formas de entender el mundo, abriendo heridas que el propio conocimiento va cicatrizando. El sueño de Matisse parte de la inabarcabilidad de la belleza en tanto a la imposibilidad de su sistematización. El hecho de que la belleza no se pueda medir como la distancia, el peso o la velocidad, que no se pueda reducir a cánones, no debe provocar desasosiego sino todo lo contrario: una invitación al deleite y al regodeo. Por último, La elección de Bruegel propone una mirada hacia afuera, hacia el mundo que nos rodea. Ese mundo que, aunque extraño, ha perdido la capacidad de sorprendernos. Una mirada de adentro hacia afuera que es devuelta, recordando que nada ni nadie es ajeno a este mundo. Finalmente volvemos a esa posición que se plantea al inicio de la exposición con La Sonrisa de Hogarth ante un mundo en constante transformación. El círculo se cierra.
El espectador se dará cuenta de que estas secciones no son estancas, de que las obras podrían fluctuar de una sección a otra. Sendas secciones comparten una cuestión que ha acompañado a Curro González a lo largo de su trayectoria: la reflexión sobre su propio lugar y posición en el mundo, en la sociedad. Y más específicamente, sobre su papel como artista. De este modo, los autorretratos se entremezclan con alusiones a diversos referentes del arte, de la literatura, de la música o del cine, generando un relato autobiográfico permeable que acaba conformando una narrativa intra-meta-histórica.
Una risa compartida ante lo absurdo, un acercamiento hiriente al conocimiento, una mirada que reverbera en el mundo observado o, simplemente, mero deleite ante el arte y la belleza.
No obstante, Curro González no busca imponer una lectura hermética, ni de su obra, ni de su trayectoria. Más bien nos propone una guía para acercarnos a ellas. Así, todo en su trabajo, desde lo compositivo, lo simbólico o lo narrativo, empuja al espectador a elaborar una lectura propia, a establecer conexiones tanto dentro como fuera de cada obra. Del mismo modo, el propio González ha tomado obras de hace años para reinterpretarlas o versionarlas, otorgando al carácter retrospectivo de la exposición un papel activo y acreditando la vigencia de su trabajo.
En definitiva, Siguiendo el camino torcido propone un recorrido por los 43 años de trayectoria artística de Curro González. Un paisaje onírico conformado por las ensoñaciones que se han engendrado en su taller a lo largo de este tiempo y que han servido de reflexión sobre su lugar en el mundo y en la sociedad, como individuo y como artista. Una reflexión que cede al espectador como una risa compartida ante lo absurdo, como un acercamiento hiriente al conocimiento, como una mirada que reverbera en el mundo observado o, simplemente, como mero deleite ante el arte y la belleza. De cualquier modo, un camino torcido en el que perderse para volver a encontrarse (o no).
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