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El cante que reclama

rafael de utrera. Idea y dirección: Rafael de Utrera, José Jiménez y Javier Mata. Cante: Rafael de Utrera. Toque: José Quevedo 'Bolita'. Percusión: Paquito González. Palmas y compas: Carlos Grilo y Diego Montoya. Fecha: Miércoles 28 de septiembre. Lugar: Iglesia San Luis de los Franceses. Aforo: Lleno

Con un capote torero sobre la silla y traje de chaqueta de corte principesco se presentó Rafael de Utrera en la iglesia de San Luis, dotando al espacio de un aire imperial en el que buscó la reivindicación de su cante. De algún modo, al cantaor se le percibía cierto talante contestatario no en sus formas, pero sí en su pecho. Como si quisiera reclamar con su voz la posición que, injustamente, no tiene. Al menos, en esta Bienal.

Porque, lo cierto, seamos claros, es que su propuesta trascendía el formato de recital que se ha reservado para este espacio (donde, dicho sea de paso, no funciona bien el cante porque, entre otras cosas, la microfonía produce bajo esa cúpula una saturación que llega a resultar molesta). Es decir, el de Utrera trajo un repertorio largo con guión musical e hilo conductor. Dicho de otro modo, no sólo cantó sino que narró un discurso propio con referencias más o menos cercanas -Mairena, Camarón, El Pele...- y que, además, iba maquetado y editado a la perfección por Paquito González a la percusión, el compás de Diego Montoya y Carlos Grilo y la guitarra de un Bolita pletórico que le dibujó ilustraciones en cada palo, ¡un mago!

Es verdad que a Utrera le falta no sólo plantarse sino -literalmente- mirar a los ojos a quienes lo observan. Por un lado, porque los espectadores necesitan sentirse protagonistas de lo que el cantaor canta y, por otro, porque le serviría para romper esa distancia que a veces tiene con el público. Eso, y buscarse más en los medios tonos, desacelerando el ritmo frenético con el que, por ejemplo, arrancó por cantiñas, y perdiendo la tensión con la que interpreta. Puede que por su trayectoria en el cante de acompañamiento.

Pero, desde luego, el utrerano tiene conocimiento, una voz prodigiosa, unos giros personales con mucho gusto y, además de en bulerías y tangos, donde hace alarde de su dominio del compás, es capaz de imprimirle pureza y hondura a los cantes libres como hacen pocos. De hecho, fue en su espectacular interpretación de Señorita o en la vidalita/farruca donde más delineó su estilo. O sea, que debería poder estar donde quisiera.

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