Retrato íntimo de una mujer en África

Karen | Crítica

Christina Rosenvinge es Karen Blixen en el filme de Marta Pérez Sanz.
Christina Rosenvinge es Karen Blixen en el filme de Marta Pérez Sanz.

Ficha

**** 'Karen'. Drama, España, 2020, 65 min. Dirección: María Pérez Sanz. Guion: M. Pérez Sanz, Juan Carlos Egea. Fotografía: Ion de Sosa. Música: Christina Rosenvinge. Intérpretes: Christina Rosenvinge, Alito Rodgers, Isabelle Stoffel.

Este conciso, hermoso y estupendo segundo largo de María Pérez Sanz fue uno de los verdaderos grandes descubrimientos del pasado SEFF, un filme que despoja la connotada figura de Karen Blixen (1885-1962), Isak Dinesen si lo prefieren, la conocida escritora danesa que hizo de sus días en Kenia la materia esencial de su literatura, de toda aquella aureola romántica hollywoodiense creada por Sydney Pollack en Memorias de África.

Se trata aquí, bien al contrario, de variar la escala, bajar al terreno y mirar de cerca, de esbozar el retrato íntimo y sigiloso de la mujer, de depurar y estrechar el contexto (nunca las dehesas extremeñas lucieron más africanas), de modular la relación entre la mujer madura, lúcida y algo cansada que interpreta Christina Rosenvinge y su criado Farah Aden (Aito Rodgers Jr.) y su particular diálogo de gestos, palabras, réplicas y miradas que dejan ver, escuchar y sentir mucho más que una relación colonial entre ama y siervo, entre mujer blanca y hombre negro.

Con una sensibilidad exquisita, que puede recordar al cine de Reichardt, Denis o nuestra querida Rita Azevedo, Pérez Sanz se detiene en la filmación sensorial de los detalles y los objetos, en la luz y las texturas (de apariencia y grano analógicos), en el rostro desmaquillado de su actriz, en ese tempo pausado de los preparativos de un adiós, en la escucha de los pequeños relatos (del pago de los salarios diarios de la granja al encuentro con una vieja amiga europea que cuenta su embarazo truncado) extraídos de la literatura confesional y convertidos ahora en materia física y táctil.

El motivo visual de la mujer en soledad, yaciendo, comiendo, fumando o bañándose en el río, encuentra el reflejo de la liberación plena en la mirada del otro, un otro que no es ya ni esposo ni amante aventurero; tal vez sean ellos los últimos pobladores de un mundo y una época destinados a desaparecer pronto para dejar paso a la nostalgia o a las visitas guiadas.

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