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CRÍTICA I TIENTO MADERA

El arte ensimismado

Un momento del recital de este viernes en el Teatro Alameda.

Un momento del recital de este viernes en el Teatro Alameda. / Claudia Ruiz Caro (Sevilla)

Más información próximamente es lo que aparece en la web si se quiere buscar contenido sobre Tiento madera cuyo repertorio, por otra parte, “por cuestiones intrínsecas a la propuesta, está sujeto a la decisión espontánea de la interpretación”. Hacemos esta aclaración porque en cuanto en el Teatro Alameda se escuchó el primero de los abundantes y sonoros comentarios de indignación que marcaron la noche enseguida algún erudito apeló a leer el programa de mano.

A ver. Raúl Cantizano es uno de los guitarristas más eclécticos, frescos e innovadores de la escena flamenca y hemos disfrutado de sus hallazgos en muchos espectáculos, tres en esta misma Bienal. Apreciamos también la interesante trayectoria de Tomás de Perrate (pluriempleado en esta cita con más de seis apariciones) y nos gusta la manera natural con la que fluctúa entre la tradición y la vanguardia. E, igualmente, seguimos la pista a Marco Serrato, uno de los músicos sevillanos pioneros en la improvisación libre y referente indiscutible del metal a través de su grupo Orthodox.

Es decir, por supuesto que quien compró la entrada esperaba sumergirse en una propuesta abierta y experimental en la que estos tres creadores, y virtuosos, transitaran libremente por la búsqueda de sonidos subversivos y hasta molestos. Hace ya casi 100 años que Ortega y Gasset hablaba en La deshumanización del arte de evitar las formas vivas o de considerar el arte como juego. Y más de 60 desde que Xavier Rubert de Ventos ahondaba en El arte ensimismado en el deseo de independencia de la obra de arte, repudiando toda relación externa y alienación representativa, evocativa o decorativa.

Lo que ocurre es que en el momento en que estas “experiencias”, completamente legítimas y puede que necesarias, salen del local de ensayo y se comparten con el público precisan, como acto escénico, de la complicidad de éstos. Conectar, no digo con la emoción, pero sí al menos con la intención del discurso que, como explicó el propio Cantizano, era el de “ofrecer un proyecto desnudo, frágil, sincero y sin prejuicio”. Eso, o respetar y conceder la misma consideración a los abucheos y desaires de las más de cincuenta personas que se fueron del concierto sin entender nada (hayan leído o no el folleto). Más aun cuando la actuación la acoge una Bienal de Flamenco pagada con dinero público.

En otras palabras, salvo algunas excepciones como la soleá o el tema Cuerda pelá, el recital (que huye de melodías y patrones para hurgar en desconcertantes y curiosos sonidos más allá de la música), resultó agotador e irritante porque no encontramos nada a lo que agarrarnos. Hasta el punto de sentirnos marginados en una performance, no sabemos si intencionadamente excluyente.

Se equivocó Cantizano cuando, olvidando a Luz Arcas y Rafael Riqueni, mostró su entusiasmo con que ésta fuera la despedida de la Bienal en los teatros. Por suerte la cita no acaba aquí, aunque pensándolo bien esto sí ha acabado con nosotros.

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