Ropa nueva para las Goldberg

Cuarteto Ardeo | Crítica

El Cuarteto Ardeo en el Espacio Turina
El Cuarteto Ardeo en el Espacio Turina / Luis Ollero

La ficha

CUARTETO ARDEO

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Música de Cámara en Turina. Quatuor Ardeo: Carole Petitdemange y Mi-Sa Yang, violines; Yuko Hara, viola; Joëlle Martinez, violonchelo.

Programa: Variaciones Goldberg [1741] de Johann Sebastian Bach (1685-1750) en transcripción [2015] de François Meïmoun (1979).

Lugar: Espacio Turina. Fecha: Jueves, 13 de noviembre. Aforo: Un cuarto de entrada.

La historia de las Variaciones Goldberg es también, desde hace décadas, la historia de sus transcripciones. Aunque concebidas por Bach para un clave de dos manuales, la obra ha generado un caudal casi inagotable de versiones para los más diversos conjuntos: desde la célebre adaptación para trío de cuerda de Dmitri Sitkovetsky hasta las recreaciones jazzísticas de Jacques Loussier o Uri Caine, pasando por instrumentos solistas o formaciones insólitas que buscan, cada una a su manera, iluminar otros ángulos de un monumento inmarcesible. El curso pasado, en este mismo espacio, el conjunto francés Nevermind presentó, por ejemplo, una fascinante e inolvidable lectura propia para su singular cuarteto barroco (traverso, violín, viola da gamba, clave), demostrando que el ciclo admite voces muy distintas sin perder su identidad. En este contexto de revisiones constantes se inserta la transcripción de François Meïmoun para cuarteto de cuerda, que, pese a haber cumplido ya una década, sigue estando muy poco difundida.

A Sevilla vinieron a defenderla quienes la encargaron y la registraron en disco (para el sello granadino IBS Classical), las cuatro mujeres del Cuarteto Ardeo, en un concierto un tanto inesperado, pues sustituyó al previsto del Cuarteto Brentano, conjunto neoyorquino que tuvo que cancelar hace semanas su viaje a España. El Ardeo ofreció una interpretación que impresionó por su coherencia interna y por la amplitud del arco narrativo: con todas las repeticiones respetadas, la obra se extendió hasta casi los 83 minutos sin perder ni pizca de tensión. El sonido del conjunto –equilibrado, sinuoso, versátil, casi sin vibrato, siempre elegante– permitió que cada variación adquiriera un perfil propio, con una riqueza de matices texturales y dinámicos verdaderamente notable.

En los cánones, Meïmoun prevé sistemáticamente la ausencia de una instrumentistanunca del violonchelo, imprescindible en una obra cimentada en variaciones sobre el bajo–, lo que aportó una ligereza muy eficaz en vivo. En todos salvo en el canon a la novena de la variación 27, que se escuchó a dúo entre el violín de Petitdemange y el violonchelo de Martinez. Esta textura a dos voces había aparecido ya en la muy danzable variación 7 y en la primera sección de la variación 16, la obertura a la francesa (en la sección fugada participaron las cuatro instrumentistas), aunque en esos casos el violín solista fue el de Mi-Sa Yang. Las variaciones más rápidas y juguetonas tuvieron el toque justo de desenfado, fresco pero sin excesos, y tanto en la Fughetta de la variación 10 como en el Alla breve de la 22 los matices dinámicos cobraron un peso determinante.

La variación 25 fue, en cualquier caso, el centro emocional del recorrido: ese Adagio conmovedor alcanzó en los arcos del Ardeo un punto de íntimo dramatismo, sin llegar a caer nunca en el amaneramiento sentimental. Tras un Quodlibet de extraordinario lirismo el da capo emergió del silencio en un sottovoce casi paralizante, susurrado, suspendido, como si el aria de origen fuera otra, transformada por el largo e intenso viaje. ¡Qué música!

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