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Un escaparate iluminado

  • La Noche en Blanco vuelve a triunfar en una jornada en la que se incorporaban a la oferta espacios como el Caixafórum y el Lope de Vega, y en la que hubo añoranza de la Expo 92

Durante décadas, las mujeres que perdían a sus maridos acudían a las representaciones del Lope de Vega con una extrema discreción, y se sentaban en la última planta, tras una celosía, ya que las convenciones del momento no veían con buenos ojos que las damas en semejantes circunstancias se divirtieran. La curiosidad del palco de las viudas o la majestuosa lámpara que hoy preside el espacio pero que inicialmente perteneció al Teatro Coliseo fueron algunos detalles que pudieron apreciar ayer los asistentes a las visitas guiadas que organizaba el Lope de Vega, que se incorporaba este año a la programación de la Noche en Blanco, un encuentro que volvió a triunfar entre un numeroso público que respondió con entusiasmo a las más de 150 actividades.

Los organizadores de esta iniciativa, que esta vez cumplía su sexta edición, conciben esta Noche en Blanco como una celebración de la cultura y "un escaparate de la oferta existente durante todo el año", y el escaparate tuvo hasta sus maniquíes: en la Fundación Valentín de Madariaga, que acoge la exposición South Street Photographers, los diseñadores compartían sus últimas creaciones al mismo tiempo que en una performance jóvenes talentos proponían un estallido de color pintando en los vestidos de sus modelos -alguno de los trabajos, como el de Ana Herrera, reconocía tener en la libertad de Gaudí su inspiración-. El ámbito de la moda encontraba anoche una prolongación en la Fundación Cajasol, donde una muestra reivindicaba a Carlos Sáenz de Tejada (Tánger, 1897 - Madrid, 1951), pintor realista que fue también un prodigioso ilustrador que captó con su talento la sofisticación del París de los años 30.

Un escaparate iluminado

Presente y pasado se entrelazaban en una Noche en Blanco donde se sucedieron las propuestas más felices e inesperadas: Antropoloops, el singular proyecto de Rubén Alonso, recordaba en el Jardín Americano la figura de Magallanes y la primera vuelta al mundo; y el abanico de músicas diversas oscilaba desde la delicadeza de la violonchelista Beatriz González Calderón en el refectorio de Santa Clara a la poderosa energía de Hi Corea! en el vestíbulo del Metro de la Puerta de Jerez.

En Caixafórum, otro de los espacios que se sumaba a la fiesta, dialogaban dos grandes del arte español, Sorolla y Fortuny, ambos seducidos en su vida y en su obra por los rincones andaluces. Otros lugares que suponían una novedad en la historia de la Noche en Blanco eran las iglesias del Salvador y Santa María la Blanca. Mientras el primer templo abrió sus puertas a todo aquel que quisiera acercarse, el segundo programó visitas guiadas a puerta cerrada. Pese a que ya exhibió su esplendor en la edición de 2016, otro monumento que atrajo largas colas fue el de San Luis de los Franceses.

Ayer, por eso del acontecimiento especial, muchos ciudadanos que tal vez no acuden con frecuencia a las pinacotecas repararon en ellas y celebraron el asombroso patrimonio que esconden, lugares como el Museo de Bellas Artes, el de Artes y Costumbres Populares, el Arqueológico o el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo... Y la nostalgia por la Expo 92, que estos últimos meses ha tomado la ciudad con motivo del 25 aniversario de aquel hito, también impregnó la Noche en Blanco, y el público también se interesó por la muestra en la que el Pabellón de la Navegación recrea los mejores tiempos de la mascota Curro con maquetas y vídeos o por Vientos de España, una película que se proyectaba en el Pabellón de España de la Expo y que ayer recuperaba Isla Mágica. Más allá de la añoranza, la Noche en Blanco, como un escaparate iluminado, volvió a destapar a una ciudad dinámica e imaginativa, con hambre de cultura y emociones.

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