Cultura

Un exiliado de la música

  • Blas Matamoro repasa la apasionada y contradictoria relación de Nietzsche con la creación musical de su tiempo.

NIETZSCHE Y LA MÚSICA. Blas Matamoro. Fórcola, Madrid, 2015. 157 páginas. 14,50 euros.

"Temo hacer estallar la historia de la humanidad en dos", escribió Nietzsche a su amigo Franz Overbeck en octubre de 1888. Definitivamente, el de la falsa modestia no era un defecto del filósofo alemán. Excesivo casi siempre, contradictorio muy a menudo, resulta innegable el peso del autor de Así habló Zaratustra en el pensamiento irracionalista de todo el siglo XX, un irracionalismo que se filtra también de modo indiscutible en su consideración de la música como "el único mundo verdadero" (la apreciación es de Rüdiger Safranski, insigne estudioso de su obra). Detrás está por supuesto Schopenhauer ("el mundo no es sino música hecha realidad"), una de las grandes influencias del joven Nietzsche. La otra fue Wagner, el "sublime campeón", guía y padre del que iría alejándose para finalmente asesinarlo (freudianamente hablando) a raíz del estreno de Parsifal, esa obra que representaba el retorno de la decadente moral cristiana. Nietzsche le oponía la Carmen de Bizet, trágica, fatalista, física, corpórea, seductora, profundamente meridional, a la vez española, africana y francesa, y en la que el amor no se debilita al precipitarse hacia la muerte, como en Tristán e Isolda, sino que se engrandece precisamente porque, afirmándose en su egoísmo (el Cristianismo siempre enfrente), conduce al crimen, un crimen de amor.

Como hiciera hace unos años con Marcel Proust y Thomas Mann en la efímera colección Los escritores y la música publicada por Ediciones Singulares, Blas Matamoro desmenuza en este breve ensayo las claves fundamentales de la relación entre un gran hombre de letras y la música. Y lo hace con un estilo directo y leve, que identifica con precisión los puntos de interés y los despoja del ruido y la hojarasca que se ha acumulado en torno a ellos en el último siglo. Matamoros presenta a Nietzsche en sus relaciones personales y sus conflictos íntimos, en sus juicios sobre los compositores antiguos y modernos, en sus contradicciones sobre la música absoluta y el teatro, haciendo emerger de todo ello la figura de un hombre que quiso ante todo ser músico y no pasó de pianista aficionado y compositor diletante, amargado por el desdén que sus intentos compositivos provocaron en los más cercanos músicos profesionales. Al final muchos melómanos han acabado identificados con esta cita salida de otra carta del filósofo, ésta a su íntimo Peter Gast: "La vida sin la música es sencillamente un error, una fatiga, un exilio". Él, al que tantos amigos exiliaron de la música.

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