Los Fabelman | Crítica

La cara oculta del genio: el más emocionante (y emocionado) Spielberg

'Los Fabelman', la película más autobiográfica de Spielberg.

'Los Fabelman', la película más autobiográfica de Spielberg. / D. S.

Permítanme un excurso hitchcock-truffauniano. Cuando Donald Spoto publicó Alfred Hitchcock: la cara oculta del genio aportó una información esencial para una completa comprensión de su cine. Se había escrito, a partir de sus películas, sobre rubias frías, madres castradoras o pasión/represión sexual. Pero Spoto permitió hacer el viaje inverso: ver sus películas desde el conocimiento de detalles de su vida personal que las mostraban como la indirecta escritura autobiográfica de sus obsesiones. Entonces Vértigo y Psicosis, sobre todo, adquirieron su más desgarradora dimensión: Stewart hacía con Novak lo que Hitchcock hacía con sus actrices, Norman Bates miraba a través del agujero en la pared a Janet Leigh como Hitch a través de la cámara. Y Truffaut, el más grande cineasta hitchcockiano, el director de la autobiográfica Los 400 golpes (el niño perdido que su abuela evitó que fuera abortado y encontró su salvación en el cine) y de El pequeño salvaje (el niño perdido que encontró su salvación en la pasión ilustrada de su educador), fue quien aconsejó a Spielberg, cuando le invitó a interpretar al profesor Lacombe en Encuentros en la tercera fase, que hiciera una película sobre su infancia. Esa película fue, elíptica y metafóricamente, E.T., y ahora es, directamente, Los Fabelman, con la que Spielberg se ha convertido en su propio Spoto, como si esta película desvelara la cara oculta del genio.

Viéndola se comprende ya del todo la fascinación por las películas de acción, aventuras y fantasía, pródigas en efectos especiales, del director que descubrió el cine viendo cuando tenía seis años El mayor espectáculo del mundo. Se comprende ya del todo (aunque se sabía) hasta qué punto el divorcio de sus padres llenó sus películas de hijos traumatizados por la separación, desde la colonia Old Spice que evoca al padre ausente en E.T. al desgarrador retrato del adulterio de la madre y el hundimiento del padre, el mejor personaje dramático creado por Spielberg, interpretado con genial desgarro por Christopher Walken, en Atrápame si puedes; y por qué del padre desaparecido de la primera se pasa al abandonado de la segunda. Se comprende ya del todo por qué el cine de Spielberg está construido sobre las películas que le fascinaron, emocionaron y ayudaron a vivir cuando era niño y adolescente, y después, utilizando la cámara que en Los Fabelman le vemos coger por primera vez, las homenajeó creando realidades que le permitan relacionarse con la realidad. Se comprende por qué este niño judío que vivió en un entorno no exento de antisemitismo, acoso escolar incluido, hizo al convertirse en director algo parecido a lo que hicieron los inmigrantes judíos centroeuropeos que crearon los estudios de Hollywood (lean Un imperio propio: cómo los judíos inventaron Hollywood de Neal Gabler): Spielberg se convirtió en el Rey Midas de Hollywood como aquellos pobres inmigrantes -Zukor, Laemle, Goldwyn, Mayer, Thalberg, Warner, Fox o Cohn- se convirtieron en emperadores de los estudios; y comprendemos también por qué dirigió La lista de Schindler y creó la Fundación Shoah para grabar testimonios de supervivientes del Holocausto.

En The Fabelmans, tomándose licencias, Spielberg recrea su infancia y adolescencia poniendo en su centro el divorcio de sus padres, traumáticamente similar al recreado en Atrápame si puedes, y el papel que jugó el cine como huida de la realidad a la vez que como medio de enfrentarse a ella ordenando el caos emocional. Una muy truffauniana fusión de recuerdos y de amor al cine desde que le deslumbra en una sala y le regalan su primera cámara hasta su encuentro con John Ford.

No hace falta decir que está perfectamente interpretada por todo el reparto que encabezan Paul Dano (el padre), Michelle Williams (la madre) y Gabriel Labelle (el hijo) -destacaría también al veterano Judd Hirsch como el alleniano tío Boris y al director David Lynch como John Ford- y que está perfectamente filmada: basta decir que es Spielberg en plena forma, que contiene algunos de los mejores momentos de su filmografía y que es su obra más emocionante junto a La lista de Schindler y Atrápame si puedes por obvios motivos personales que en la película se explicitan.

Tiene la novedad de aunar, por primera vez en su obra, comedia costumbrista, con estupendas escenas familiares, y drama; evocación mágica, porque se cuenta a sí mismo a través de su cine, y realismo. No siempre los pasos de un registro a otro son perfectos, pero cuando tropieza rápidamente se recupera sin que la película sufra en exceso. Y está John Williams, claro, muy sobrio y contenido, aportando una emoción no sentimentaloide ayudado por Mozart, Haydn, Bach y Burt Bacharach, cuyo Walk on By cantado por Dionne Warwick adquiere un carácter de homenaje al compositor recién fallecido. Volviendo a su infancia Spielberg se ha hecho adulto a los 76 años. Quizás porque sus padres fallecieron en 2017 y 2020 a los 97 y 103 años, y pudo contar, ya sin elipsis ni metáforas, su historia.

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