La fiesta de una industria que no se avergüenza de serlo
Opinión
LEO en un periódico este titular a propósito de la ceremonia de los Oscar: "En EEUU, no como en España, todos se vuelcan con la industria". Efectivamente. Pero será, digo yo, porque en EEUU la industria, por el mero hecho DE aceptar que lo es sin complejos, se vuelca con su clientela. Mientras que en España aún hay demasiados ilustres que se ofenden si se considera el cine una industria y no sÓlo un Arte (con a mayúscula, por supuesto) que los ciudadanos deben subvencionar para garantizar su descontaminación industrial.
Pero vayamos a lo nuestro, que son los Oscar. Que Argo se hiciera con el de la mejor película se veía venir. Justo, porque es una inteligente película comercial que hace mejor esa industria que aquí da repelús; aunque la muy distinta y gran derrotada Lincoln la iguala en méritos. Y La noche más oscura tenía posibilidades. Imperdonable el olvido de The Master, ni tan siquiera nominada. Injusto que Spielberg no se llevara el Oscar por la dirección de Lincoln, aunque La vida de Pi sea una excelente y muy original película. De cajón que Daniel Day-Lewis lo ganara: nadie se lo puede discutir.
Pese a que Amor sea una hábil mentira bien urdida por Haneke -otro derrotado que sólo logró llevarse el Oscar a la mejor película extranjera- la mejor intérprete femenina de entre las nominadas era Emmanuelle Riva, no Jennifer Lawrence. Ella, y a ratos Trintignant, es lo único que da dignidad a esa trampa para ratoncitos blancos. Lo del actor secundario es menos discutible que lo del mejor guión original, ambos entregados a Django. Pero discutible. Desperdicio de estatuillas por razones diversas. Sobre lo del guión podríamos discutir, porque los competidores eran flojitos; pero el mejor actor secundario debía ser Philip Seymour Hoffman por The Master. Y de no ser él, Tommy Lee Jones por Lincoln. Aunque el premiado Christoph Waltz haga un muy buen trabajo en Django, devaluado por el consabido tremendismo superficial de Tarantino. El contexto también cuenta. Nada que decir de las actrices secundarias: todas estaban bien.
El Oscar al vestuario hubiera debido ser para Paco Delgado por Los miserables y si no, para Joanna Johnson por Lincoln. El de animación habría podido obtenerlo también Rompe, Raplh, pero no es injusto que le haya ganado Brave. Música y canción, Skyfall y el Mychael Dana de La vida de Pi, correctos. Puede valer. Aunque al oír a Shirley Bassey quedó tan claro que Sean Connery es 007 como que John Barry era su músico. Si el premio al maquillaje se lo hubieran dado a Hitchcock la estatuilla se habría quemado a lo bonzo. Afortunadamente lo ganó Los miserables. Bien la fotografía (La vida de Pi) y la dirección artística (Lincoln). El premio a los efectos especiales reconoce algo muy importante: su utilización expresiva y significativa, no meramente espectacular, en La vida de Pi. ¿Lo mejor de la noche? Con permiso de Michelle Obama -estupendo golpe de efecto de una gala con muy buen guión hilvanado por los musicales-, el homenaje de Barbra Streisand a Marvin Hamlish cantando Tal como éramos. Una vez más, pese a no ser ya ni sombra de lo que fue, todo el mundo estuvo pendiente de Hollywood. Todos los periódicos de todos los países dedican hoy páginas a los Oscar (salvo en Irán, mosqueados por el triunfo de Argo). Las redes sociales burbujeaban. Haneke dejó colgado a Mozart en Madrid para salir pitando hacia allí. Y lo demás son historias.
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