Carrete de Málaga: el arte y la vida
FLAMENCO FESTIVAL DE LONDRES
El bailaor, ya octogenario, triunfa en el Flamenco Festival de Londres y vive un momento dulce en el que se suceden los homenajes a su figura
La gozosa madurez de Niño Josele
"Yo he conocido España errando por ella y pidiendo limosna, y he conocido España como artista, invitado a sus escenarios". José Losada, Carrete de Málaga, sabe por la experiencia propia que la vida es una amalgama de penas y de alegrías, de sinsabores y triunfos. Hace unos días, el bailaor llevó hasta la tumba de uno de sus hijos la estatuilla que le habían otorgado en la inauguración de la Bienal de Flamenco de Málaga, para que su vástago viera ese premio "que pesaba 15 kilos, cómo pesaba eso. Y ahí estaba yo, hablando ante el nicho, y la gente me miraba como si estuviese loco, y dirían al verme: Pobrecito", recuerda este artista que guarda en su memoria tantos episodios inesperados que puede llegar a abrumar a su interlocutor con un relato caótico y delirante, pero siempre sincero y delicioso: ese octogenario de espíritu joven agita las palabras con la ligereza y brillantez con que mueve los pies sobre las tablas. "No tengo filtro, a los periodistas los vuelvo locos", admite. La historia de Carrete es, ciertamente, un mar embravecido y hermoso, como las aguas de Torremolinos que vieron cómo se forjaba su leyenda.
El veterano atiende a la prensa en Londres, donde el pasado fin de semana derrochó su arte y su carisma en la gala de clausura del Flamenco Festival. Un año después de cautivar al público del Skirball de Nueva York y de cumplir así su sueño de triunfar en EEUU, el país que alimentó su fantasía y su interés por el baile en las películas que vio de niño, Carrete llevó ahora al éxtasis a los espectadores londinenses en un espectáculo que dirigía Manuel Liñán y en el que compartía cartel con Alfonso Losa, El Yiyo, Sandra Carrasco y el propio Liñán, todos sublimes. "Yo le decía a Manuel: Eres un pavo real, con la cabecilla que tienes y esa bata de cola tan abultada y tan bonita… Es un pavo real y una maravilla de hombre, a mí me ha enamorado. He conocido a los tres más grandes del baile, a Antonio el bailarín, a Antonio Gades y al Farruco, tuve esa suerte, eran amigos míos, y puedo decir que Manuel tiene algo de lo que tenían ellos", cuenta el artista, que a sus años vive la plenitud y se siente hambriento de futuro. La gala cerraba el Año Carretiano, que desde su paso por Nueva York ha tenido otros hitos como la presentación del documental sobre su figura Quijote en Nueva York, de Jorge Peña, en el Festival de Málaga, o la colocación de una estatua que lo inmortaliza en la Plaza Costa del Sol de Torremolinos, cerca de los locales en los que regaló algo de color y de amor con su baile.
"Gracias al Señor, estoy en un momento muy feliz", expresa el intérprete. "Yo hablo con mi niño, porque tengo un niño dentro del cuerpo, que se llama Carretillo, y cada vez que voy a bailar le digo: Carretillo, a ver cómo te comportas hoy, hazlo bien que estamos en un sitio muy importante. Entonces empiezo a bailar y me sale todo de maravilla, me sale muy bonito, parece que mi Carretillo me está respondiendo. La vida me ha enseñado lo bueno y lo malo, y ahora me está dando lo bueno. Que no es sólo el dinero, es poder hacer tantas cosas lo que me da alegría. Si muero, que muera feliz, con las botas puestas, como Errol Flynn".
Carrete proviene de una infancia marcada por la miseria, tan errante que hasta ahora ha habido dudas sobre el lugar y la fecha de nacimiento –las últimas pesquisas apuntan que llegó al mundo el 27 de febrero de 1940– y en la que pasó por el reformatorio y por varias familias de acogida. "Yo vivía raro. Mi madre me dejó a mí, con tres años, en la Alameda de Colón, en Málaga, a una señora que vendía bocadillos para los que embarcaban. Me imagino que, como mi madre pedía, igual la metieron en la cárcel, pero lo cierto es que tardé dos años en volver a verla", evoca sobre una niñez desdichada que transcurrió entre Almería, Granada y La Línea. "Yo me recuerdo en Gibraltar bailando. Tengo aún marcas en los pies de las piedras gordas que había en las calles, como iba descalzo...", continúa.
Sus primeros pasos profesionales vinieron de la mano de El Niño de Almería y La Tembleca, que apostaron por él como por otros artistas como La Cañeta o La Repompa. Por Los Jardines de la Concha también pasarían Antonio Molina, Juanito Valderrama, Porrina de Badajoz y Raquel Meller, y le esperaban locales como El Mañana, la Bodega Andaluza o El Jaleo, donde despegaría su carrera. Gestionaba La Bodega Andaluza Armando Mongelli, un italiano que tenía contactos en el mundo del cine e invitaba a Torremolinos los fines de semana a los actores que se encontraban rodando en Almería. De esos años Carrete tiene una foto con Anthony Quinn, pero el bailaor se encargó de entretener a las actrices célebres que visitaban la Costa del Sol. "Vino gente como Brigitte Bardot, aunque yo no sabía quiénes eran, pero yo bailaba con todas. Era muy enamoradizo". Mientras Frank Sinatra montaba un altercado porque le habían fotografiado sin su permiso en el Hotel Pez Espada, un incidente por el que el cantante acabaría yéndose de este "maldito país" al que prometió entonces no volver, "yo estaba en lo alto del tablao mientras ocurría todo", desvela Carrete.
Las vivencias del bailaor incluyen cuatro esposas, entre ellas una institutriz que le enseñó a escribir y a leer y una patinadora artística con la que se trasladó a California y se casó en una liturgia mormona, pero también tienen como aparición estelar a Chiquito de la Calzada, entonces cantaor y compañero de aventuras, con el que viajó a Melilla en un barco lleno de gallinas y asaltado por el temporal o se desplazó a Noruega, donde bailó para la princesa y el rey le mandó a la peluquería para que se cortara el cabello "como un noruego".
Carrete, el Fred Astaire del flamenco, que ya repasó su biografía en Yo no sé la edá que tengo, un espectáculo que escribió José Luis Ortiz Nuevo y dirigió Pepa Gamboa, y ha protagonizado el libro Al Compás de la vida. Aventuras y desventuras de un bailaor diferente, de Francis Mármol y Paco Roji, conserva aún la prestancia del caballero impoluto que siempre quiso ser. "Me gusta ir elegante, me gusta ir limpio. Me da personalidad", desvela un artista al que la vida le "mareó, me llevó por los caminos, por la derecha y por la izquierda, pero ahora estamos ya en el centro, con 83 años que hemos cumplido". Después de que el público anglosajón se haya rendido a su virtuosismo, casi todos los sueños se han materializado, pero aún quedan anhelos en el horizonte. "Torremolinos ya me ha hecho el homenaje, pero me gustaría que me nombraran también Hijo Predilecto de Andalucía. Yo me he quedado aquí, yo he sido fiel a esta tierra", asegura el bailaor. Ciertamente, el pasado fin de semana, en Londres, ni el flamenco ni Andalucía podrían haber tenido un embajador más auténtico. En el Sadler’s Wells aún resuenan los aplausos.
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