Cultura

Una forma de vida diferente

  • El Meiac alberga la exposición 'La canción del tomaco', en la que el sevillano Federico Guzmán refleja su experiencia con un híbrido entre el tomate y el tabaco que ha cultivado el propio artista.

La canción del tomaco. Federico Guzmán. Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo/ Fundación Ortega Muñoz. Calle del Museo, 5, Badajoz. Hasta el 9 de abril.

Buena parte del museo se hizo sobre el cuerpo central, rehabilitado, de la cárcel de Badajoz. De ahí que sea un edificio cilíndrico, espacio central de la prisión desde el que, como un panóptico, podían vigilarse las galerías. Este cilindro lo ha convertido Federico Guzmán en un sugerente panorama: un mural con estilizados dibujos de hojas y flores, y también del perfil del tomaco, esa planta, híbrida de tomate y tabaco, que Guzmán se propuso y logró cultivar, y que es el eje en torno al que gira esta muestra.

Si llamamos fabuloso a lo que surge de una fábula, podríamos denominar así al tomaco, que procede de una historia de un Homer Simpson dedicado a la agricultura. Guzmán añade esta referencia a su mural, aunque la historieta de los Simpson fue para él más catalizador que origen de la idea.

La idea viene en efecto de más lejos. Surge en la estancia de Guzmán en Colombia donde conoce y trata a ciertos chamanes de los que aprendió que era posible una percepción distinta de la naturaleza. La antigua magia, en Europa, conectó el saber de médicos y astrólogos árabes con la práctica cotidiana de agricultores y jardineros. Aquellos magos, que hoy sólo recordamos como filósofos (Marsilio Ficino, Cornelio Agripa o Giordano Bruno), en el cambio cultural entre la Edad Media y el Renacimiento, no invocaban poderes ocultos. Sólo pretendían observar la naturaleza, escuchándola, y convivir con ella, rastreando el rumor de la vida para encontrar así ciertas conexiones, en las que, pensaban, había posibilidades de una vida mejor. La naturaleza no era para ellos algo inerte cuyas posibilidades había que explotar, sino un lugar de convivencia desde el que alcanzar una vida más sana para el cuerpo y más estimulante para el espíritu. El sueño terminó en el momento en que que técnica y mercado, en estrecha alianza, sólo vieron en el entorno natural un depósito de utilidades del que extraer sistemáticamente el mayor beneficio.

Pero la prudente visión y viva sensibilidad de los magos estaba arraigada desde antiguo en otras civilizaciones. Federico Guzmán pudo apreciarla en venerables taitas como Don Antonio Jacanamijoy, para quien las plantas pueden atraer a una persona a la que curarán de una dolencia o apartarán del infortunio. De este modo, la naturaleza aparece sobre todo como fuerza, cuyos frutos mantienen y fortalecen el cuerpo, impulsándolo al mismo tiempo a soñar e imaginar. Desde esta perspectiva, la aventura de los Simpson adquiría otro significado: ¿no cabía imaginar una planta que simbolizara por una parte el alimento que proporciona el tomate y por otra el estímulo que puede dispensar el tabaco? Procedentes ambas especies solanáceas de América, el injerto aludía también a la sabiduría de las antiguas culturas colombianas que, como ocurre en el arte, no separan conocimiento y fantasía, inteligencia y cuerpo.

El tomaco se convirtió así en proyecto de cultivo y propuesta artística, signo en conjunto de una vida diferente. Guzmán recogió plantones de tabaco de Santa Fe, Granada, y los injertó con matas de tomate de Los Palacios, Sevilla, y convenció a algunos amigos para que cultivaran el híbrido. Así se hizo en Dos Hermanas y en una comarca extremeña, Las Villuercas.

La muestra reúne una cumplida información del proceso, a través de vídeos y fotografías. A los informes se añaden cuidados dibujos y grandes acuarelas que muestran la planta. En los muros traseros, en el reverso del mural pueden verse además una serie de sugerentes grabados. Hechos con linóleo sobre un papel de aspecto esponjoso, la huella, casi un troquel, dejada por la plancha, tiene algo de marca, impronta o sello que hace pensar en las que dejan en el cuerpo y la memoria las fuerzas de la naturaleza.

Nuestra cultura crece, como dijo un lúcido pensador, sobre el olvido y enredada en las tramas de una suerte de hechizo. Olvidamos que combustibles, alimentos o ropas las produjo la naturaleza pero las convertimos en objetos, separándolas de sus raíces y sin el menor respeto hacia la fecundidad que las produjo. Sólo nos preocupa de ellas su precio que para otros es simple beneficio y para los más fatiga del trabajo: he ahí el hechizo de una cultura que todo lo ha convertido en mercancía. El tomaco es así una advertencia: las latas que conservan sus frutos, apiladas en una vitrina de la sala de exposiciones, señalan, sin soflamas ni alegatos, sino como muda ironía, que aún es posible pensar modos de vida diferentes.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios