Nosotros, los gallegos
En la muerte de Antonio Rivero Taravillo
Hace ya muchos años que conocí a Antonio Rivero Taravillo. Entonces, ninguno de los dos sabía que íbamos a ser gallegos. Pero no gallegos de Valle-Inclán, a cuya sombra es fácil abrigar una idea belicosa, espléndida, pugnaz, de la existencia. Cada uno por su parte, nosotros fuimos gallegos de Álvaro Cunqueiro, lo cual equivale a disfrutar de alguna forma apacible y frívola de misterio. Cómo llegó él, o cómo supe yo del alto cabotaje lírico y humano de Cunqueiro es algo que ahora carece de importancia. Sí debe consignarse que por una casualidad profunda e inexplicada, ambos hemos querido ser algo así como los heraldos andaluces de una verdad europea, que el traumático siglo XX sepultó bajo el peso abrumador, real en exceso, de una pesadilla bélica. Si Freud es el facultativo que diagnostica melancólicamente los males de nuestro mundo, Cunqueiro es quien acopia, en ligero ramillete, las esperanzas del hombre. Ese breve y colorido puñado de hojas vivas –los sueños del ser humano, con su tierno y ridículo entusiasmo– es el que, si no me equivoco, Antonio admiró en Álvaro Cunqueiro. Un entusiasmo que implica prevalecer y duplicarse, en profundísimo espejo, a través de la palabra.
Entiendo que el vasto laboreo de Antonio Rivero Taravillo, no ya como poeta, sino como traductor y erudito en la cultura céltica, responde a esta misma curiosidad poética y sapiencial por lo indecible. De lady Augusta Gregory a Frazer y Butler Yeats, he ahí uno de los posibles hilos que resiguió el poeta, y que conciernen a la historia milenaria de Europa, en tanto que dispensadora de fábulas y arquetipos. Es en esa bruma iridiscente donde Cunqueiro quiso establecer una silueta conjetural del ser humano, en la que la fantasía es el idioma principal, el suelo nutritivo del hombre. Si no me equivoco, repito, fue esa fantasía humanísima y benevolente la que Antonio y yo, gallegos ilusorios, descubrimos en la literatura de Cunqueiro. Es en esa emoción –la estrella de Santiago a lo alto– donde permanecemos juntos.
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