Sin dramatismo no funciona 'Don Giovanni'
DON GIOVANNI | CRÍTICA
La ficha
***Ópera de W. A. Mozart y libreto de L. Da Ponte. Intérpretes: A. Arduini, E. Bakanova, M. Ciaponi, G. Andguladze, J. Boulianne, D. Menéndez, M. Monzó, R. Seguel. Escenografía: G. Zurla. Coreografía: D. Ransom Phillips. Vestuario: V. Pierantoni Giua. Iluminación: A. Grüter. Dirección de escena: Cecilia Ligorio. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro del Tweatro de la Maestranza. Dirección musical: Iván López-Reynoso. Producción de la Ópera de Colonia. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Sábado, 4 de octubre. Aforo: lleno.
Tras casi dos siglos y medio, Don Giovanni sigue siendo una ópera difícil de abordar en todas su facetas. Por su doble perfil de dramma giocoso, la combinación de lo cómico (Leporello, Masetto) y lo dramático (Don Giovanni, Donna Anna, el trágico final) es compleja de abordar escénicamente. A lo cual hay que sumarle toda la carga simbólica que se ha volcado sobre el personaje de Don Juan desde el romanticismo hasta la actualidad, lo que hace que un director de escena tenga ante sí infinidad de posibilidades para abordar esta ópera, pero sin que ninguna de esas perspectivas (la cómica, la trágica, la psicoanalítica, la visión de género...) sea capaz por sí misma de dotar de sentido global al espectáculo. Cecilia Ligorio ha intentado moverse entre dos aguas, apostando por un Don Giovanni símbolo de la libertad del deseo y de la voluntad de seducción, con esa cabeza de toro casi omnipresente que quizá pueda simbolizar esa carga de potencia sexual y de fuerza arrolladora e incontenible por su fiereza (inevitable aquí no recordar el maravilloso soneto de Miguel Hernández “Como el toro he nacido para el luto”). Y todo ello en unos espacio neutros ambivalentes sobre una gran plataforma giratoria que si en el primer acto funcionó otorgando movilidad a las escenas, en el segundo, con el incómodo montículo central, se hacía monótona y poco funcional. Para desembocar en la escena final entre Don Giovani y el Comendador, verdaderamente sin garra dramática. Como era de esperar, la iluminación tendió a la oscuridad en todo momento y sólo en algunas escenas hubo bellos efectos de sombras. Fue muy vistoso el variado vestuario ambientado hace un siglo más o menos, sobre todo en la escena de la fiesta de compromiso de Zerlina y Masetto. Inncesarias algunas coreografías.
Sin gracia dramática acabó siendo también la dirección musical de López-Reynoso. Instalado en tiempos morosos (demasiado lentos para, por ejemplo, “Dalla sua pace”) y más cuidadoso en los momentos líricos (muy logrados los dúos entre Masetto y Zerlina), a las escenas dramáticas, sobre todo a los trágicos recitativos orquestales de Donna Anna, les faltó contundencia y fuerza en los ataques, así como contrastes en las dinámicas, pasando de puntillas sobre ese carácter innovador de la escritura mozartiana que se adelanta a la expresión romántica de la orquesta. Orquesta que en este caso sonó con poca prestancia, salvándose exclusivamente las maderas por su brillo y su color.
Faltó también un Don Giovanni que dominase la escena con su voz, pues a Arduini le falta volumen y proyección para ello. Su voz se perdía en los números de conjunto y no es de recibo que Masetto y Leporello tengan más prestancia vocal que el protagonista. Buen actor, eso sí, pero hay también que saber actuar con la voz, con los reguladores, con el color y el relieve del sonido. Menéndez tiene muy trabajado el personaje de Leporello, pero sigue siendo el suyo un fraseo plano, sin matices, con una voz que tiende al mismo color, lo que para el caso de Leporello priva la interpretación de todas las posibilidades expresivas de su partitura. Bello timbre y acentos trágicos y conmovedores los de Bakanova, quien supo hacer uso de los recursos técnicos y expresivos (reguladores estupendos) para dotar de encarnadura dramática su personaje. Boulianne mostró un color metálico en la franja aguda, si bien acertó con su fraseo en dar sentido a esa Donna Elvira mucho más frágil que lo que su aparente rabia parece demostrar, como se pudo ver en su último intento de redimir a su seductor. Deliciosa y brillante Monzó, una Zerlina ingenua y sensual a la vez, con una voz rutilante que corre por el espacio como ninguna. Muy lírico y buen fraseador Ciaponi como Don Ottavio, aunque el tiempo demasiado lento impuesto por el director a "Dalla sua pace" le impidió terminar con holgura las frases a media voz. No entendemos, además, que se le privara del aria "Il mio tesoro", piedra de toque para los tenores mozartianos. Seguel, con su voz contundente y su apropiada actuación añadió el punto de rudeza de su personaje. A Andguladze le faltaron dos o tres notas graves más para hacer de un buen Comendador que pasó por ello desapercibido en la escena final. Correcto el coro en sus breves intervenciones.
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