La Transición explicada en clave quinqui

Golpes | Crítica

Una imagen del primer filme de Rafael Cobos.

La ficha

** 'Golpes'. Drama quinqui, España, 2025, 101 min. Dirección: Rafael Cobos. Guion: R. Cobos y Fernando Navarro. Fotografía: Sergi Vilanova. Música: Bronquio. Intérpretes: Jesús Carroza, Luis Tosar, Teresa Garzón, Cristina Alcázar.

Una buena amiga me decía que ahora sí, que en esta ocasión era todo mejor y que se hablaba menos. El sello de Rafael Cobos como guionista-autor pasa por hacer de sus personajes entes lúcidos y autoconscientes, tipos que a duras penas se expresan con sus propias palabras sino que más bien explican las cosas, una suerte de historiadores de sí mismos, de los tiempos y contextos en los que se desenvuelven. Da igual que sean unos chavales de barrio, una madre de los Remedios atribulada por los problemas de su hijo, un grupo de presos políticos de la Modelo, el mismísimo Adolfo Suárez, dos hermanos abandonados por un padre disidente o un policía taciturno que le propone a su esposa ir al teatro a ver una (obra) de (Harold) Pinter porque “es seco, me recuerda a mí”.

Frases como esa (hay muchas más, otro ejemplo: “la guerra terminó hace 40 años; ¿terminó pa’quien? Pa’todos, nadie se acuerda de ella; ese es el problema, que nadie se acuerda de ella”) nos hacen saltar una vez más las alarmas de lo explícito en Golpes, el primer largo de Cobos como director, en realidad su segundo trabajo detrás de las cámaras tras la miniserie El hijo zurdo. Y una vez más podemos ver con claridad didáctica la plantilla del género (vuelve el quinqui, está volviendo), el socorrido esquema edípico-trágico, el marco histórico (una vez más la Transición, con sus fachas y sus insumisos contraculturales) como guiño para los debates y posicionamientos del presente (la memoria histórica, cómo no) y la vista atrás a la ciudad (lo local, porque de aquí somos y desde aquí trabajamos) como espacio vivo transformado (siempre a peor) por el tiempo.

Con todos esos mimbres marca de la casa, Golpes busca cocer a fuego lento, con impronta de autor y un pelín de trascendencia sobrevenida, quizás mirándose en Michael Mann (con atmósferas de Bronquio y canciones de Triana), su historia de hermanos separados, heridos por el trauma del pasado y situados a uno y otro lado de la ley, unos Tosar y Carroza encapsulados en sus estereotipos, la biografía calzada al actor-estrella y un consciente perfil bajo que juega a favor del segundo, más limitado en su registro. Uno da golpes (mejorables) con su banda (la diversidad) para juntar el dinero que le devuelva el cuerpo del padre y la paz de conciencia, el otro lo persigue bajo presión jerárquica para poder jubilarse cuanto antes y retirarse a Portugal. Pero todo está escrito de antemano, también esos personajes femeninos que, como en ocasiones anteriores, funcionan casi como piezas de atrezzo, sin apenas entidad ni densidad propias en un mundo de hombres heridos y lazos de sangre con fecha de caducidad.

Pues me temo que no, querida amiga, sigue todo más o menos como y donde siempre.

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