Mercedes Aabad. Escritora

"Quien ha sido una niña gorda está falta de afecto toda la vida"

  • La autora publica un conjunto de relatos en el que reflexiona, con un humor inspirado, sobre la diferencia y la necesidad de aceptación.

"Por el amor de Dios, ¿cómo puede alguien mostrarse tan inhumanamente insensible a un platito de almendras?", se pregunta en algún pasaje la protagonista de los relatos de La niña gorda (Páginas de Espuma), crónica de los padecimientos y ansiedades, miedos y amores de una persona que por su exceso de kilos se ha sentido arrinconada, "como un artículo, ya muy rebajado, que lleva semanas, meses, años quizá, en el último montón de oportunidades de unos grandes almacenes". Convencida de que el humor "es casi una cuestión de buena educación", Mercedes Abad regresa con un libro que hurga en el dolor de los marginados, pero que persigue, a través de la risa, el disfrute de los lectores.

-Una niña gorda como Susana, cuenta usted, "después de años de humillaciones, ya no se llama a engaño: sabe positivamente que será elegida la última cuando haya que formar equipos". Esa falta de aprecio marca inevitablemente la personalidad...

-Una niña gorda está necesitada de afecto toda la vida. Ya de pequeña descubres que hay una jeraquía, y que tú estás abajo. Los niños descubren muy pronto que es mejor ser guapo que feo, tener buen cuerpo que ser un alfeñique o un gordo. La niña gorda habla de la gordura, pero también hay algo metafórico en la elección de ese título. Habla de lo que te aparta de la norma. Al final, casi todos somos raros. ¿Quién no ha sido gordo, o larguirucho, o ha llevado gafas? Eso te forja mucho el carácter. En la infancia estás haciendo chup-chup en el puchero, es cuando te estás cociendo. Ese dolor inicial hace que arrastres esa necesidad de aprobación, de aplauso.

-Y eso condiciona también la relación con el sexo opuesto.

-Todos somos dos polos entre los que nos movemos: la búsqueda del placer, que por lo general implica ir a tu aire, y la aceptación social. Las gordas, al final, éramos chicas fáciles. Estábamos tan alucinadas de que alguien se sintiera atraído por nosotras que no teníamos las defensas que tenían las otras. Caías a cuatro patas ante la tentación [ríe].

-Tras todas esas carencias la protagonista consigue una amiga fiel, Anushka, a la que sin embargo traicionará en algún momento de su vida. Algo que parece indicar que los agravios del pasado no tienen por qué convertirte en mejor persona.

-No. Ése es el triste descubrimiento: quien ha sufrido actitudes así luego las reproduce. A mí hay una frase que me parece que encierra una gran verdad sobre los seres humanos, una frase de Henri Roorda, que decía en un relato: "No sé cómo será un malvado, pero conozco el corazón de un hombre honrado y es espantoso". Resume muy bien mi visión de las personas: quien más, quien menos, tiene un alma horrible. Les digo eso a mis alumnos y dicen: "¡Qué mala!". Y yo les digo que por eso no saben escribir personajes, que les salen blandos. "Queréis demostrar que sois buenas personas", les digo, "pero no estáis captando la esencia de la gente". La niña gorda empieza muy deliberadamente en tercera persona cuando ella es pequeña, en esos primeros cuentos ella es una víctima: de los adultos, de los otros niños que la excluyen y la hacen sentir diferente. Pero en el cuento en el que pasa a la primera persona ella ya no es víctima, también es un verdugo. Ahí está el carácter doble de todos nosotros: todos somos Jekyll y Hyde.

-Al principio del libro, cuando la niña va a visitar al endocrino, la madre tiene un momento de debilidad y le propone que se despida con un chocolate. Es difícil condenar a un hijo a la contención del régimen.

-Ahora hay mayores cifras de obesidad infantil, pero nuestros padres ya estaban desubicados. Yo no sé cómo hay que tratar el asunto. Cuando yo era pequeña no se conocía la anorexia, ahora también está el bullying, da la sensación de que los problemas van en aumento. Y desde luego el entorno no ayuda. Las mujeres hemos entrado en una competición de básculas. Clara Obligado decía que las mujeres no queremos triunfar en nuestras profesiones, ser famosas, tener una pareja estupenda. Lo que queremos es comer y no engordar. Es triste. Quizás sea una observación exagerada, pero ocurre: te dices que eres inteligente, que no deberías caer en esa obsesión por la imagen, por ese canon tan estrecho, pero lo haces. Nos parece que es una obsesión reciente, pero no. En una novela de Maupassant, Fuerte como la muerte, la protagonista va a una fiesta y la anfitriona le dice que está más delgada, que las jovencitas de la época están obsesionadas con la delgadez. O sea, que eso ya pasaba en el siglo XIX, cuando no eran bombardeadas con los anuncios de la moda o de la cosmética. En todo caso, lo que refleja este libro es que una escribe sobre cosas que no ha superado.

-En estos relatos hay detalles muy concretos, como el hecho de que la niña oculte sus curvas con un vendaje tan apretado que le provocará una lipotimia, que parecen salidos de la experiencia propia, de alguien que ha sufrido y combatido la gordura... en sus propias carnes.

-Este libro es una mezcla químicamente impura, diría, sobre realidad y ficción. El punto de partida es muy autobiográfico, esa niña gorda soy yo, pero luego el resultado final tiene historias absolutamente inventadas. Mi madre leyó el libro y le pregunté si era consciente de que las cosas no habían sucedido así. Y me dijo que sí, pero que había sentimientos, sensaciones, que reconocía. Los detalles, los argumentos, son inventados. En el último cuento el personaje se comporta como a mí siempre me habría gustado hacerlo y soy incapaz. Como decía Vargas Llosa, trabajamos más con lo que nos gustaría ser, lo que nos gustaría hacer. Los sueños forman parte de la literatura tanto como la experiencia real, porque al fin y al cabo también lo son. La creación es una forma de liberarse.

-La pena es que reconocer la genialidad de un personaje tan orondo como Ignatius J. Reilly no nos ayude a relajarnos con la báscula.

-Oscilamos siempre entre el deseo de dejarnos llevar y el remordimiento que nos corroe. Yo, que soy profundamente vitalista y que además disfruto comiendo una barbaridad, querría no ceder. Ahí estoy tocando una fibra sensible. A los hombres les preocupa también el tema, porque la moda no necesita ya sólo clientela femenina. Tengo la sensación de que nuestra esclavitud en este sentido se multiplica. Sade decía que el hombre es el único animal que ha sabido convertir sus necesidades en placeres. Eso es muy importante, es una conquista de la humanidad. Hemos convertido los instintos en placeres, es hermoso pensar en eso como una conquista en particular de nuestra civilización, porque hay otras sociedades, como la india, donde eso no se da. Tú paseas aquí por la calle y la gente está en las terrazas tomando una cerveza, comiendo, charlando, respirando la vida. Esa pulsión mediterránea es el placer de vivir. Y yo que soy una bonne vivante, como dirían los franceses, a veces hay determinadas actitudes estúpidas que me fastidian. El placer me preocupa y eso lo llevo a mis páginas: quiero que el lector disfrute, por eso uso el humor, es un antídoto contra el aburrimiento, contra lo cursi.

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