Monkey Week

Del gran Michael Rother y (muchas) otras sacudidas

  • Bandas como Yellow Big Machine, Los Vinagre, Bottlecap o los Little Cobras apabullaron al numeroso público de la cita. Pájaro presentó algunos de los temas de su próximo disco.

El hecho de ser el árbol más retirado de la jungla de los monos juega en contra de la Torre Encendida de Radiópolis, y la asistencia de público era el viernes a las cinco casi nula. La tarde empezó al ralentí con Bosco, una ceremonial banda murciana, tan eclécticos en su puesta en escena que a cada uno le recordará al referente que tenga en la cabeza. Su versatilidad a la hora de manejar instrumentos tan poco convencionales en el rock como el tzourad o el fliscorno hace que sus teatrales canciones estén llenas de tambores lejanos de un poblado sioux y como de aires reggae o de fiesta griega, como la pieza final, en la que el cantante nos reunió a todos, abrazados en círculo, para bailar, en un final de fiesta divertidísimo.

El Monkey Week se desperezaba lentamente y en las primeras horas vespertinas los espectadores se tomaban con mucha calma el asistir a las salas: Malandar era un lugar tan frío y solitario como los páramos del nombre de la banda que se estaba preparando para iniciar su concierto.

La Alameda, sin embargo, comenzaba a bullir, la pista de coches locos instalada bajo sus columnas, se iba llenando a gran ritmo. Cerca, en la sala Ítaca esperaban para empezar Yellow Big Machine. Dos guitarras y un bajo guiados por un hombre de las cavernas sentado (o de pie, o dando brincos) a una batería que aporreaba con saña feroz, lo que le hacía perder continuamente las baquetas para continuar marcando el ritmo en el timbal a puñetazos y a veces incluso a cabezazos. Su música es un crescendo mantenido, con parones y arrancadas grunge que les convierten en unos Nirvana a la velocidad de los Ramones y a un volumen brutal: rock and roll, amigos míos, rock and roll

El concierto comenzó en familia pero terminó con tres decenas de espectadores apabullados. Se imponía darle un descanso a los tímpanos y cambié a los garageros suecos de Bottlecap, en la Caja Negra, por unos más tranquilos Boreals en el Fun Club. Estoy seguro de que perdí con el cambio, porque el electrónico paisajismo que desplegaban con sus instrumentos no me enganchó. Sus campos magnéticos no tuvieron la fuerza suficiente para mantener cohesionados a los espectadores, que entraban y salían continuamente durante su concierto, manteniendo la sala con una media entrada muy cómoda.

Y esa hora de las ocho marcó el boom de la asistencia del público. Desde ese momento el Fun Club volvió a ser la sala que en los 80 reventaba su aforo y el concierto de Los Vinagre fue un puro baño de sudor. Ellos traen desde Canarias algo que puede definirse como cumbia psicodélica y nos lo escupen, literalmente, con un formato de power trío en el que la palabra power se queda muy corta. A su lado las chicas de Agoraphobia se quedaban pequeñas no sólo porque su escenario, el de Ron Contrabando, fuese diez veces más grande. Fue agradable poder moverse de nuevo libremente escuchando a estas galleguitas que se acercan a las L7 más en el postureo que en la fuerza del sonido, pero aún así su rock dinámico fue capaz de poner a bailar a la mitad norte de la Alameda.

A las diez en el Teatro Central había una cita ineludible con Michael Rother, uno de los visionarios alemanes, que al pasar a fundar su propio grupo, Neu!, aportó una nota de originalidad al krautrock. El concierto lo abrió de forma brillante con el Neuschnee del segundo disco de Neu! para ir desgranando desde ahí más composiciones de aquella etapa, en la que no faltó el mítico Hallogallo, junto a otras de su posterior era en Harmonía, como el Deluxe que diera título a su segundo disco y alguna pieza de sus trabajos en solitario, como la esplendorosa Esperanza que nos ofreció en los bises. Música que ya habíamos escuchado en discos hace años, pero en directo, el trío que las interpretó en el Central, ante un escasísimo pero entregado público, les da un dimensión muy diferente, haciéndolas sonar con un dinamismo muy superior; el sonido planeador del rock alemán ya no planea, ahora se mueve en locomotora de alta velocidad.

En la Sala X, los portuenses Little Cobras nos dieron una furiosa ración de garage punkarrón que nos despertó de todas las ensoñaciones que pudiesen quedarnos de la Katzenmusik de Michael Rother. Un enfurecido y visceral trío que no necesita siquiera usar el bajo para martillearte los oídos, formado por un batería y dos guitarras que se doblan la una a la otra continuamente al estilo de los Blues Explosion de Jon Spencer. Su concierto, de rock espasmódico, fue excelente.

Y después llegó la hecatombe. El final de los conciertos en el entorno de la Alameda atrajo al público hacia aquí y salir de la X a La Calle y volver a entrar de nuevo resultaba imposible. En La Calle todavía se mantenía cierta comodidad para apreciar que el rock setentero de Holy Bouncer es una propuesta musical bastante desfasada ya, pero en la X había prácticamente tanta gente en la puerta esperando poder entrar que dentro de la abarrotada sala disfrutando del glam revisionista de Cápsula. Imposible contar nada más.

La Alameda era un hervidero humano cuando el sábado a la una y cuarto del mediodía el Pájaro y Raúl Fernández comenzaban a desgranar con sus guitarras las primeras notas de Las criaturas en la pista de coches locos de Happy Place. El guitarrista más fino de nuestra ciudad y su más fiel escudero repasaron todas las canciones habituales de su repertorio, incluyendo alguna de su nuevo disco que se escuchaba en Sevilla tan sólo por segunda vez, pasándose un poco del tiempo asignado para el concierto, algo nada habitual en este Monkey tan serio con los horarios. Pero es que la gente que abarrotaba la pista por dentro y por fuera incluso quería más.

Tras ellos salieron It It Anita, una banda belga deudora de Fugazi y los Sonic Youth más crudos, con una propuesta sónica que consiste en un solo acorde repetido mil veces a una velocidad de la hostia, y una presencia escénica de locura en la que los componentes se mezclan entre el público y envuelven a la gente con cinta de señalizaciones o el batería desmonta su instrumento y se lleva varios de los tambores para tocarlos inmerso en el gentío. Después de ellos, en el otro escenario de la Alameda, los músicos del Club del Río parecían a su lado una pandilla de amigos excursionistas cantando ante un fuego de campamento.

La hora de comer fue desplazando la marea humana hacia los veladores dejando los escenarios mucho más accesibles. En la pista de coches All La Glory comenzaron con muy poca gente, pero enseguida el público atraído por los maravillosos sonidos que estaban construyendo llenó más de la mitad de ella. Estaban presentando su reciente segundo disco y tras la segunda de las canciones Juano dijo que "esto es el Monkey, en él puede pasar cualquier cosa: que des tu peor concierto (seguramente estaría pensando en los fallos de sonido del garage en el que actuaron el día anterior) o que des el mejor, y éste va a ser el mejor". No le faltó razón, las canciones iban fluyendo y la cara de felicidad del público y de los músicos así lo hacía ver. Isra, además, se ha convertido en un guitarrista que cada vez tiene menos que envidiar a los dos maestros que habían ocupado ese escenario un par de horas antes, pero fue Juano quien puso el punto final con un solo de guitarra apoteósico.

Rondando las cinco de la tarde la Alameda estaba mucho más tranquila y los madrileños Cianuro no hacían tampoco demasiado por mantener allí a la gente. Se imponía un cambio de aires, porque en el escenario Arnette iban a empezar Bottlecap. Los suecos hicieron temblar los cimientos de la Torre de Don Fadrique con su hard rock garagero y pegadizo. Bandas como ésta son las que hacen que no te preguntes si lo que estás presenciando es bueno o no lo es, simplemente hay que dejar que el sonido te traspase la piel y disfrutar con ellos. Su exuberancia, sobre todo la del bajista, que casi se mata mientras tocaba intentando hacer equilibrios entre el escenario (de una caída de más de tres metros) y una de las vallas de protección, me hizo sentir un poco viejo ya, la verdad.

Al salir de allí, todavía en el otro patio del Espacio Santa Clara, donde está montado el pequeño escenario Monkey Market, vi que Bala estaban preparadas para dar uno de esos conciertos que no están anunciados en los manuales repartidos por la organización. Era el momento perfecto para verlas, ya que la noche antes, que cerraban las actuaciones de la Sala X, la multitud que desbordó su aforo me impidió hacerlo. Bala son dos chicas gallegas con pinta de punkarronas pero con un sonido más stoner que punk que te alcanzan con sus colmillos desde la primera canción, que tiene ese premonitorio título, y no te sueltan hasta que sientes que los golpes que la morena del dúo da a la batería con toda su fuerza te los está dando a ti en la cabeza; ya no puedes más, pero entonces se acaba el concierto y te has enamorado.

Se preparaba una extraordinaria y divertida noche final del Monkey Week.

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