El hombre que mira
'Una educación sensorial'. Rafael Argullol. Acantilado. Barcelona, 2012.192 págs. 22 euros.
Una educación sensorial pretende ser, modestamente, una Historia personal del desnudo femenino en la pintura y no un riguroso escrutinio a la manera de Klark, cuya ambición canónica resulta obvia. Pese a este acento subjetivo de la obra, en ella se postulan una teoría de la educación y una fórmula sumaria del deseo. Así, de los tomos ilustrados de Pijoan, tomos que dan pie a estas páginas, Argullol confiesa haber extraído tanto un canon femenino, luego confirmado por la realidad, como la certeza de que arte y deseo son dos extremos de un mismo fenómeno.
De este impulso particular (el recuerdo de unos libros de Historia del Arte), se deduce, pues, una constante humana. Freud, en su análisis de la Gradiva de Jensen, comparaba la insularidad del subconsciente, su oblicuo proceder, con los restos sepultados e intactos de Pompeya. De igual modo, esta educación sensorial de Argullol comienza también allí, frente a una bacante pompeyana. Inesperadamente, bajo una capa de olvido, emerge la hermosura sin mácula; como en Gradiva, una belleza de otra edad es quien suscita la inquietud, la sorpresa, el recuerdo del Argullol maduro. Un recuerdo, por otra parte, que es memoria del deseo adolescente, pero también de un esplendor, larga y morosamente contemplado, y de un aprendizaje. En rigor, estas páginas son un homenaje al esfuerzo erudito de Pijoan; también a la inadvertida ilustración, al escalofrío vital, que de allí dimana. Esto significa que el ensayista, que el escritor, que el hombre, vienen prefigurados por aquellas tardes dominicales ante la Venus de Giorgione o la promiscuidad salubre de Pedro Pablo Rubens. No en vano, esta valiosa obra de Argullol discurre paralelamente a aquel Cernuda de Ocnos, cuando descubre una vida luminosa y otra -la vida de los héroes y los dioses- en la biblioteca paterna. De aquel deseo primero, transfigurado ya por la memoria, parece haber nacido todo arte.
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