La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La alegría de Fito
Hay un sevillano imprescindible, con fino sentido del humor, ojo clínico para calar a la gente, de los que no se sabe si son más contundentes sus silencios acompañados por un ligero movimiento de bigote, o sus comentarios lanzados como dardos en el centro de la diana, a veces con gotas de acidez, otras con un barniz de socarronería. Alto y fuerte como un nazareno de Santa Cruz que levanta la cera que alumbra la cruz de guía que busca la alcazaba entre el gentío apostado en el tabernerío y la escolta de los naranjos. Un sevillano que sabe que para alcanzarla hay que abrir paso, hacer camino al andar, sortear aglomeraciones y alguna algarabía y aguantar varios codazos. Es la cofradía de la vida, no hay mayores misterios. Estos días nos ha dado una gran alegría porque lleva unos meses metido en una de esas bullas donde otros perderían los nervios, pero él sale de ella poco a poco, siempre de frente como un palio de cajón. Dicen que se llama Adolfo Luis González Rodríguez, pero todos lo conocen como Fito. El sevillano del 51, el americanista, el vicerrector, el diputado en el Congreso, el padre y abuelo de hermanos de Santa Cruz, el vecino de los Remedios, el deportista, el socio del Círculo, que no es otro que el Labradores; el perfecto anfitrión junto a Marina en las noches familiares de Marbella, el que tiene tal categoría personal y carencia de complejos que siempre tiene memoria agradecida para quienes considera personas claves en su vida, como su maestro don Luis y el rector Miguel Florencio.
Fito nos ha dejado el primer regalo a los pies del árbol de Navidad coronado por la estrella, a la vera del Belén con el Niño Dios. Nos ha obsequiado con el anuncio de una fuerza renovada que le permitirá levantar el cirio o portar la bocina y abrirse paso a sí mismo para continuar con su particular estación, llegar con serenidad a esa alcazaba donde el Cristo de los ojos abiertos regala la infinitud de su misericordia, esa mirada que es un mar en calma, ternura en el padecimiento y mansedumbre en el sufrimiento. Seguro que pronto nos encontramos a Fito con una de sus originales pasminas, sus ternos perfectos y sus zapatos de ante, y seguro también que nos suelta una de esas perlas frescas, muy frescas, acompañadas por el balanceo de un mostacho cuidado con exquisitez. Nos reñirá por algunos artículos críticos, nos preguntará por todo, opinará de todo, no se callará nada por impopular que sea y nos dirá cuánto nos quiere, consciente siempre de que en este mundo solo dejamos el amor que hayamos demostrado y acaso la cera derramada cuando nos abrimos paso entre las bullas cotidianas. La vida es recibir teletipos de la alegría como el que nos ha mandado el queridísimo Fito. Tiene el valor del oro a los pies del Niño, la fragancia del incienso de Santa Cruz cuando baja por Mateos Gago para subir de nuevo hacia la Plaza de la Alianza, metáfora perfecta de la vida, y la mirra de la esperanza cierta en que el camino sigue siempre de frente y sin volver la vista atrás.
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