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De Hamlet a Amleth: barbarizando lo que Shakespeare civilizó

El hombre del norte | Crítica

Alexander Skarsgård, en una escena de ‘El hombre del norte’, lo nuevo de Robert Eggers. / Focus Features

La ficha

*** 'El hombre del norte'. Aventuras, EEUU, 2022, 136 min. Dirección: Robert Eggers. Guion: Robert Eggers, Sjón Sigurdsson. Música:Robin Carolan, Sebastian Gainsborough. Fotografía: Jarin Blaschke. Intérpretes: Alexander Skarsgård, Nicole Kidman, Anya Taylor-Joy, Claes Bang, Ethan Hawke, Willem Dafoe, Gustav Lindh, Oscar Novak, Björk.

En una carrera ascendente poco convencional Robert Eggers triunfó con su debut en La bruja (2015) proponiendo un cine de terror original en el que la oscuridad y la tensión ganaban a los efectos. Tras ella viró –sin abandonar su gusto por la oscuridad, muy al contrario, profundizando hasta lo más hondo de sus negras entrañas– con esa singular pieza casi de teatro de cámara de El faro (2019),El faro tan interesante como angustiosamente interpretada por Dafoe y Pattinson, pero también, todo hay que decirlo, morosa y aburrida. Ahora vuelve a virar, siempre sin abandonar su gesto por la oscuridad como territorio para el despliegue de lo violento, saltando a la Islandia del siglo X, universo idóneo para cultivar sus gustos, obsesiones o manías. Una inteligente maniobra que le permite jugar en su terreno tras el arriesgado, claustrofóbico, minimalista y aburrido ejercicio de El faro para buscar al público masivo que él, usted y yo sabemos más que predispuesto a rendirse ante el universo nórdico medieval tras los éxitos en las plataformas de Vikingos, El último reino o Norsemen –sin olvidar los sanguinarios videojuegos vikingos– junto a otros precedentes que suman el éxito de Juego de tronos, la herencia de los tan valorados bodrios históricos de Ridley Scott, la hemoglobina histórica de Gibson, la antigüedad de testosterona decolorada que 300 puso de moda, el precedente de Valhalla Rising e incluso un cierto fondo de fantasía heroica con ecos de Robert E. Howard: visitas a un pasado real o mítico con una intención realista resuelta en oscuridad, suciedad, sangre –muchísima sangre– y brutalidad extrema.

Arriesgada la productora al ofrecerle al difícil Eggers, que contaba con dos éxitos de crítica de bajo presupuesto, la realización de esta espectacular y carísima superproducción de 100 millones de dólares que tenía a su favor esta moda nórdico-vikingo-sanguinaria. Inteligente Eggers al aceptar las condiciones de la productora –incluso renunciando al corte final– para saltar del cine de bajo presupuesto al colosal sin renunciar a sus intereses visuales, su gusto por la violencia y su nictofilia o preferencia anormal por la noche y la oscuridad. Gana Eggers, porque la película ha tenido mayoritariamente buenas críticas, y pierde la productora, porque de momento los resultados en taquilla están siendo malos.

El argumento se basa en un antiguo relato islandés que inspiró Hamlet: la historia de la venganza del príncipe Amleth (la hache cambia de lugar supongo que por fidelidad al original) tras presenciar el asesinato de su padre a manos de su ambicioso tío. Y ahí terminan las semejanzas, pese a que haya invitado a intervenir en el guión, se supone que para ennoblecerlo con calidades literarias, al reconocido y polifacético creador islandés Sjón. Porque en esta película la trama no sirve para presentar personalidades complejas o expresar dudas morales y existenciales sino para el espectacular despliegue de una extrema violencia y para el juego visual –con fotografía de Jarin Blaschke y diseño de producción de Craig Lathrop, sus colaboradores en las dos películas anteriores, como fundamentales soportes– con todas las fangosas oscuridades posibles.

Del reparto solo Nicole Kidman crea un personaje con enjundia dramática. Anya Taylor-Joy tampoco está mal, como paréntesis con cierta humanidad, aunque tanto su presencia como su personaje tienen menos peso. La cantante Björk compone un breve y sobrecargado personaje exótico muy de su gusto. Parece que en aquellos recios tiempos la inteligencia era privilegio de las mujeres mientras el hombre era músculo sin seso (pero, eso sí, con sexo depredador). Mucho de eso, vistos los exploits vikingos que la historia ha recogido, debía haber. Skarsgard, padre del proyecto de este Hamlet vikingo, representa convincentemente el tipo de músculo sin seso pero con sexo con desenfreno exhibicionista de su cuerpo y su potencia vocal. Ethan Hawke no acaba de dar el tipo y Dafoe podría haberse ahorrado su papelito. Visualmente apabullante en su cuidada y cara desmesura visual, dramática y argumentalmente aporta poco. A quien le gusten los ritos y mitos nórdicos (a los que no puedo evitar encontrarles un aire ente nazi-wagneriano y rock metal) le apasionará por su brutalidad, su caminar entre la realidad y la mitología, y su innegable fuerza visual.

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