Jonás Trueba. Director de cine

"Antes de la pandemia nos habíamos olvidado de disfrutar de las cosas sencillas"

  • Su filme 'La virgen de agosto' podría hacerse este viernes en París con el César a la mejor película extranjera.

  • El cineasta madrileño es además el editor invitado de Caballo de Troya de este año

Jonás Trueba, en una visita al Festival de Sevilla.

Jonás Trueba, en una visita al Festival de Sevilla. / Juan Carlos Vázquez

En el verano de 2019, Jonás Trueba volvió a los cines con La virgen de agosto, la historia de una actriz (una estupenda Itsaso Arana, también coguionista) que se replanteaba su destino después de una ruptura sentimental, cansada también de una profesión que no podía otorgarle certezas. La encrucijada vital del personaje podía haber dado pie a un drama trascendente y sombrío, pero aquella película desprendía la ligereza y la emoción de unas vacaciones estivales. Una luz que ha convencido a la Academia de Cine francesa: el filme podría llevarse mañana el César a la mejor película extranjera en una gala que se celebra en el Teatro Olympia de París, donde compite con los últimos trabajos de Thomas Vinterberg (Otra ronda), Sam Mendes (1917), Todd Haynes (Dark Waters) y Jan Komasa (Corpus Christi). No es la única razón por la que Jonás Trueba (Madrid, 1981) está de actualidad: este año es el editor invitado de Caballo de Troya. Con la recuperación de Todo sigue tranquilo, del desaparecido Chusé Izuel, arrancó la selección de títulos que ha escogido.

–¿Cómo vive la candidatura al César?

–Me parece casi rocambolesco cómo funciona el azar. La película se estrenó allí el verano pasado, y entonces se respiraba otro ambiente: había que usar mascarilla sólo en interiores, la gente estaba más liberada, iba al cine... La distribuidora se planteó otra fecha, noviembre, para que llegara a las salas, y menos mal que no fue así porque entonces nos la habríamos comido con patatas. Cuando me avisaron de la nominación me quedé muy sorprendido, la propia distribuidora no lo esperaba. Hay quien me dice: Claro, como tú eres muy afrancesado es normal que la película convenza allí. Pero precisamente a la distribuidora le interesaba de La virgen de agosto el retrato que hacía de Madrid, el cariño por formas de ser nuestras.

La virgen de agosto defendía, en un tiempo en el que todo el mundo se obsesionaba con viajar lo más lejos posible, el placer de ser un turista en tu propia ciudad, de disfrutar con lo cercano. Hoy, con la pandemia, la película se puede leer de otro modo.

–Sí. Es evidente que quien ve La virgen de agosto ahora no lo hace de la misma manera que un espectador de 2019, cuando la cinta se estrenó en España. Y en Francia, en 2020, la han mirado de otra manera. Nadie podía anticipar lo que ha pasado, pero la película dialoga en cierto modo con este momento: intentaba recordarnos la importancia de las pequeñas cosas, de esos gestos sencillos que merecen la pena y que el cine no suele reivindicar. Proponía que fuéramos turistas de nuestra propia ciudad, que redescubriésemos y observáramos con otros ojos lo que tenemos cerca. Y todo lo que dábamos por descontado, tu gente, tu paseo, la charla con los amigos, se ha revalorizado con la pandemia, que ha  demostrado que no era todo tan evidente como creíamos. Es interesante acercarse a la película desde ahí.

Portada de 'Todo sigue tranquilo', de Chusé Izuel. Portada de 'Todo sigue tranquilo', de Chusé Izuel.

Portada de 'Todo sigue tranquilo', de Chusé Izuel. / Caballo de Troya

–En la línea editorial que ha preparado en Caballo de Troya recupera Todo sigue tranquilo, de Chusé Izuel, al que usted ya citaba en su película Los ilusos.

–Es un libro que siempre me ha acompañado, de alguna forma, desde que lo descubrí. Cuando lo incluí en Los ilusos llevaba ya unos tres años con él en la cabeza, fue una consecuencia natural ese homenaje. Solía decir que la película está impregnada del espíritu triste que atraviesan esas páginas. Además, por esas fechas murió Félix [Romeo, amigo de Izuel y quien editó Todo sigue tranquilo], lo que también influyó en el rodaje. Cuando ya se pudo ver Los ilusos, algunos espectadores me preguntaron quién era ese autor al que citaba, y después, en talleres de escritura que he impartido, usé algunos de sus cuentos y apreciaba que tenían un efecto en los jóvenes.  Cuando me ofrecieron hacerme cargo de la línea editorial de Caballo de Troya, aunque sabía que  podía ser una decisión chocante, vi la oportunidad de reivindicar ese volumen que hoy era imposible de encontrar. En cierto modo  me sentía llamado a devolverlo a la vida.   

–Entre las propuestas de este año destacan los primeros libros de narrativa de dos poetas, Julieta Valero (Niños aparte) y Alejandro Simón Partal (La parcela).

–Sí. No quiero hablar por ellos, pero a mí me da la impresión de que ambos, poetas maravillosos, son escritores natos, que llevan escribiendo toda la vida, que un día se decantaron por un género por azar, o por un libro que les marcó, pero que realmente funcionan igual de bien en otros registros. Está siendo muy emocionante acompañarles en esta aventura que los dos viven como un debut. Resulta admirable ver a gente sabia, inteligente, con libros de poesía increíbles, que con el cambio se siente insegura. No van con la soberbia de decir: Hombre, con el recorrido que llevo yo sé hacer esto. Julieta y Alejandro han afrontado estos textos con mucha humildad, con la voluntad de probarse a sí mismos. Sus obras son valientes.

"Editar un libro es parecido a montar una película. La elipsis es la herramienta más poética que existe"

–Usted ha comparado la labor del editor, en literatura, con la de un montador en el cine.

–Me gustó leer que Olvido García Valdés, una autora grandísima, habla de montaje cinematográfico para pensar su poesía, elaborar sus poemas. Algunos autores son más conscientes de eso y otros lo son menos, pero eso ocurre también con los directores: hay quien usa el montaje en un nivel básico y obvia que puede ser la herramienta más poética que tiene un cineasta. Ya que hablábamos antes de Julieta y Alejandro, ellos comparten esa idea del montaje, no tienen miedo de recurrir a la elipsis, a dejar que el lector haga también su trabajo y complete el libro. Como editor tú sugieres cortar un texto igual que como director cortas un plano. Creo que en esas sugerencias, en ayudar a armar la estructura, es en donde más puedo aportar como editor, y también donde más disfruto.

–Usted retrató a adolescentes en Quién lo impide, un proyecto emocionante en el que quiso reflejar las inquietudes de la juventud. ¿Tiene planteado continuar por este camino?

–Sí, llevo estos meses dando vueltas a ese proyecto, replanteándomelo a partir de lo que ha pasado. Una de las preguntas que me hacía en el confinamiento era la de qué iba a ocurrir con todos estos jóvenes de Quién lo impide, a los que había tratado durante todos estos años. Hay quien está en el último año de instituto, en primero de carrera, otros que andan buscando su primer trabajo y no lo consiguen... Pensaba en cómo todo esto ha arrasado con esa generación. Esas piezas que se vieron eran más circunstanciales, motivadas por las ganas de contar lo que estábamos haciendo y no dejarlo en un cajón, pero ahora quiero conseguir lo que tenía en la cabeza. Trabajo en un montaje largo de película, en torno a las tres horas, y la idea es distribuirlo en salas este año.

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