Juan Suárez en la sala Atín Aya: mar abierto en una memoria
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En la exposición 'Juan Suárez, un índice', se han recopilado una serie de obras significativas con las que descubrimos la trayectoria del pintor andaluz
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“Digamos que no tiene comienzo el mar. / Empieza donde lo hallas por vez primera / y te sale al encuentro por todas partes”. Recordamos el poema del escritor mexicano José Emilio Pacheco al visitar la última exposición del pintor y diseñador Juan Suárez Ávila. Una recopilación de obras –no una retrospectiva- que cuenta con José Miguel Pereñíguez como comisario y que nos detalla los principales intereses del creador a través de tres capítulos, divididos en tres plantas, que tienen por nombre Frente a la casa, Una vez y otra y NSEO.
Se trata de una muestra que nos guía –quizá de ahí el título, un índice- por los temas que han ido construyendo esa mirada tan propia, ese imaginario tan personal y celebrado, de Juan Suárez. Entre esos temas principales está el mar. Un mar que se define en la bahía de Cádiz, en este caso vista desde la playa de Puerto Sherry, en El Puerto de Santa María, municipio natal del pintor y lugar decisivo en la trayectoria profesional, pues ahí descubre Suárez una vocación que lo acompañará el resto de su vida. En El Puerto de Santa María, aún niño, el futuro artista plástico –cuya obra se expondrá de Nueva York a México, de Barcelona a Jerez de la Frontera- confecciona una de sus primeras obras: un retrato de la bahía gaditana.
En la exposición Juan Suárez, un índice, tenemos la oportunidad de ver ese primer cuadro infantil. Ese retrato de la playa de Puerto Sherry y el mar de Cádiz, en una imagen que hoy no existe. “Es un cuadro que pinté con once años. Es el lugar donde actualmente está Puerto Sherry [la urbanización]. En aquellos años, el paisaje era una especie de acantilado rojo, que se destruyó, y cuyo nombre era La Colorá”, recuerda el pintor, quien explica a este periódico el discurso de su exposición.
El mar: un concepto esencial en la muestra
La influencia del mar, o de su imagen, no se limita al retrato del niño, y condiciona el ideario del pintor, del catedrático de Dibujo, del diseñador. El mar, para Juan Suárez, es un concepto crucial en la obra, pues en ese paisaje abierto a un horizonte –a esa realidad que cada cual interpretará a su manera- está un código para comprender la propuesta general del autor. De este pintor que prefiere la sugerencia a lo descriptivo. La precisión de la ambigüedad antes que lo categórico de una narrativa –contar una historia, y ya-.
“De mi visión de la bahía de Cádiz me quedo con lo que supone el atardecer. Desde pequeño he tenido esa curiosidad en el atardecer, cuando todo se va oscureciendo. Es decir, cuando sucede esa pérdida de lo que estás contemplando, por un lado, y la ganancia que se recibe, en otro lugar. Cuando veo un atardecer estoy convencido de que estoy dejando algo, pero, a su vez, eso que estoy dejando está ocurriendo en otra parte”, reflexiona Suárez, observando uno de esos cuadros en los que el lenguaje de la abstracción, esa supuesta oscuridad, nos ofrece una visión renovada, una nueva luz, de una realidad.
El mar sigue presente en una instalación ubicada en la primera planta de la exposición. Se trata de una casa inspirada en “la cabaña que Le Corbusier hace en Cap Martin”, lugar situado en el sureste de Francia, en la costa azul. De nuevo lo marítimo, de nuevo lo costero, en esta obra que acoge otros significados. “A esta cabaña hemos decidido llamarla también camarín, pues es una palabra que hace referencia a un icono. En la arquitectura, la cabaña de Le Corbusier en Cap Martin es un icono, una referencia para nosotros. Por otra parte, he querido llamarlo camarín porque es un lugar que acoge ideales, que sacraliza”.
Entre esos objetos “sagrados” –esenciales en la memoria sentimental de Juan Suárez- del camarín contemplamos una caja dorada en cuya superficie se han perforado unos agujeros. “Dentro de este camarín he colocado una caja dorada, que es casi un tabernáculo. En esa especie de tabernáculo hay algo: el interior está plateado y el exterior está dorado. La manera de abrirlo es introduciendo cinco dedos en cinco agujeros, que representan casi una constelación. Con ello quiero indicar que ahí hay algo encerrado, algo oculto, que está protegido por esta habitación”.
Además, este camarín contiene un fragmento “de una escultura de José Ramón Sierra [arquitecto y pintor]” y una “placa de mármol de la lápida del pintor Valeriano Bécquer”. El propósito de esta obra que casi ocupa la primera planta “es la conjunción de una serie de datos que considero casi reliquia, casi hallazgo”, apunta Suárez. El último objeto que observamos en el interior de la cabaña es una nueva placa en la que el artista Pedro G. Romero nos relata qué es el flamenco a partir de un texto de Luis Suárez, estudioso del cante y hermano del pintor. “Esa placa la he puesto ahí como homenaje a mi hermano. Es una vinculación con El Puerto, con Cádiz, con el flamenco. Aquí, en definitiva, hay una serie de reliquias y de recuentos que de pronto he reunido. ¿Podrían tener relación? Desde la memoria, sí”, sostiene Juan Suárez.
La memoria o el pasado, siempre presentes
Subiendo a la segunda planta nos encontramos con un nuevo apartado: Una vez y otra. En esta sala se han elegido esas piezas a las que Juan Suárez ha vuelto “una y otra vez”. Aquellas con las que ha trabajado a lo largo de una vida o que han servido de inspiración para otros trabajos.
En esta planta reconocemos la memoria y el pasado, en la creación siempre presentes. Tanto en un sentido temporal, el hoy, como en un sentido material, el aquí. “Son piezas incluso dejadas en el estudio, las cuales he ido recuperando con los años y les he dado otra vida, intentando que estas se pronuncien de otra manera”.
Entre esos objetos hallamos curiosidades. Por ejemplo: “una tarjeta para un concurso de Navidad”, de los años en los que Juan Suárez estudió en la Escuela de Arquitectura. “Esa tarjetita azul es lo más antiguo que hay aquí”. Justo al lado de esa tarjeta, “una invitación para una exposición en la galería Juana de Aizpuru”. “Son objetos, elementos, que han participado a lo largo de mi vida y que el comisario, desde un punto de vista de la expresión, ha decidido exponer para así ir marcando mi trayectoria con esos objetos, y no tanto con fechas. Hemos evitado la lectura cronológica”, relata el pintor.
La muestra concluye con un capítulo en el que la obra de Juan Suárez se define como una creación que prescinde de la elección premeditada. De hecho, la voluntad del pintor es ir descubriendo la obra a medida que esta se va trabajando. “Me interesa mucho esa manera que tiene el artista de encontrar diversos caminos a lo largo del camino que se va recorriendo”.
Esta exposición se podría resumir como un mar abierto en la memoria de Juan Suárez. Es decir: el recorrido de una trayectoria a través de diferentes propuestas cuyos significados, al igual que el mar, nos dejan siempre una interpretación abierta en el horizonte. Es ese mar que nos recuerda al poema de José Emilio Pacheco: “Empieza donde lo hallas por vez primera / y te sale al encuentro por todas partes”. Juan Suárez, un índice se podrá visitar hasta el próximo 9 de marzo, en la sala Atín Aya (Calle Arguijo, 4).
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