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Literatura

El cuerpo y el poema: maneras de romperse

  • Laura Rodríguez Díaz publica 'San Lázaro', un poemario inspirado en el hospital sevillano del mismo nombre que reflexiona sobre la enfermedad

La poeta Laura Rodríguez Díaz, en la fotografía que incluye el volumen de ‘San Lázaro’.

La poeta Laura Rodríguez Díaz, en la fotografía que incluye el volumen de ‘San Lázaro’. / Clara Llano

Durante un tiempo, Laura Rodríguez Díaz (Sevilla, 1998) acudió al Hospital de San Lázaro de su ciudad natal para recibir un tratamiento. En la ubicación de aquel centro, junto al cementerio de San Fernando y el tanatorio, también junto a un concesionario de Citroën y un Lidl, entablaban un diálogo lleno de contrastes la vida y la muerte, la salud y la enfermedad. A la autora le pareció "muy inspirador" ese entorno, más cuando descubrió que aquel edificio había sido fundado por el rey San Fernando o por Alfonso X el Sabio –hay versiones distintas sobre su origen–, que aquel hospital se había destinado al cuidado de los leprosos, que la espléndida iglesia que incluía el conjunto, una joya del gótico mudéjar, y el retablo de Pedro Villegas Marmolejo que alberga en su interior, sufrían un terrible abandono al que ahora una restauración pretende poner fin. "Todo era muy decadente, muy poético", dice la escritora, que parte de aquellas visitas a esa clínica en San Lázaro, un poemario publicado por la editorial Cántico en el que su creadora reflexiona, entre otras cuestiones, sobre la vulnerabilidad de los cuerpos y la imposibilidad del lenguaje para definir de forma certera el dolor y la enfermedad. Un libro de hermosura perturbadora –en el prólogo, Carla Nyman opina que "hay que entrar en San Lázaro como se entra en los bosques o en los charcos, asumiendo el destrozo"– que se presenta este jueves, a las 19:30, en la Librería Palas de Sevilla.

"Tiene que ser humana esta sorpresa / ante la putrefacción de las tripas", arranca Rodríguez Díaz su viaje, un comienzo en el que plasma el asombro y la curiosidad que mostraban los ancianos ante aquella joven que necesitaba como ellos una cura. "En esa convivencia que se crea en los hospitales, esos viejos hablaban conmigo, me preguntaban por la dolencia que tenía, por qué estaba allí, y todos se admiraban de mi edad", recuerda Rodríguez Díaz. "Pero todos somos susceptibles de tener una enfermedad, aunque ésta se vincule a las últimas etapas de la vida, a un preámbulo de la muerte". Esos compañeros en la sala de espera, tal vez la sociedad al completo, habían olvidado que "el cuerpo es frágil siempre".

Desde una de sus primeras citas, "haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo", de Alejandra Pizarnik, el poemario relaciona la carne y la palabra y señala las limitaciones que tiene el verbo para arrojar luz a algunas oscuridades. Ante el dolor, se dice en el libro, "no hay onomatopeya posible". Rodríguez Díaz explora en estas páginas "de qué manera el lenguaje también es un hecho físico. Tradicionalmente se asocia al pensamiento, pero si el pensamiento no se materializa no existe. Me interesaba trazar los puentes entre la palabra y la carne, y analizar cómo igual que del mismo modo que el cuerpo se tiene que enfrentar a la imposibilidad lo hace el lenguaje". "Es decir y quiero decir y no sé decir / ay", lamenta la escritora, que concluye esos versos: "Quisiera cantar / ladrando".

"No quería caer en la autocompasión. De la poesía me atrae su componente lúdico"

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro.

La "autoficción" que su autora construye en San Lázaro profundiza en cómo nuestro organismo, nuestra fisicidad, nos condiciona, nos define. "Este cuerpo / rompiéndose / soy yo", se apunta en unos versos. "No me preguntaría por el sexo de mis hijos", declara Rodríguez Díaz en una nota a pie de página, "sí por la textura de sus heces". En la dedicatoria del libro a sus padres, habla de la herencia genética, de cómo la materia se perpetúa en diferentes generaciones. "Buscaba recalcar eso, cómo al final el cuerpo que tenemos condiciona nuestra experiencia en la realidad que vivimos".

A pesar del tema, que podría haber dado pie a la solemnidad, San Lázaro recurre a una desprejuiciada y estimulante imaginación, una artillería verbal no exenta de humor. "Es que yo creo que la poesía, la exploración que se lleva a cabo en ella, puede ser lúdica", reivindica Rodríguez Díaz, que mientras escribía esta obra "sentía la influencia de César Vallejo, de Vicente Huidobro y su Altazor, de autores que al preguntarse por la realidad se están preguntando también por el lenguaje, y tienen una visión irónica que los conecta con el juego", explica una creadora que edita la revista Caracol nocturno y que se decanta por las "propuestas novedosas que aportan algo". Aquí recurre a la sorpresa porque "no quería que el sujeto lírico cayera en la autocompasión, me atraía más que ese sujeto lírico buscase a través de lo lúdico otras vías, para encontrar la esperanza". El libro también aborda otras cuestiones como el amor o la espiritualidad –"hay un dios enfermo que / me espera"–, conceptos que también lindan con la carnalidad, porque "el amor y la experiencia divina, como decía antes con la palabra, sólo se pueden experimentar a través de lo físico, a través del cuerpo".

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