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La lucidez de Nacho Criado

La muestra del monasterio de la Cartuja traza los rasgos de una valiente biografía artística e invita a desbrozar un camino propio

La pieza Desprendimiento es una de las más rotundas del conjunto.
Juan Bosco Díaz-Urmeneta

31 de diciembre 2012 - 05:00

Sólo son escuadras metálicas fijadas al muro. Perfectamente alineadas, parecen esperar baldas o anaqueles que sostengan diversos objetos: sueños hechos realidad en algún gran almacén o cosas que creemos necesarias para un hogar confortable o tal vez libros, filmes y discos, prolongación de nuestra inquieta inteligencia. Pero las escuadras de la obra de Nacho Criado, expuesta en el claustrón de la Cartuja, carecen de baldas, no sujetan nada. El Paisaje endémico -así se llama la pieza- sólo sugiere la enfermedad general, el endémico afán de poseeer, sin llegar a describirla. Es como una sonrisa irónica (y cariñosa) que provoca el trabajo de pensar pero lo deja a nuestro cargo. Otra obra, con el mismo título, situada en el ala norte, puntualiza la del claustrón. Es un pequeño collage: tres parejas de figuras simétricas, cada una acompañada de un texto: nada que apoyar, dice el primer o y los otros añaden: nada que soportar, nada que objetar.

Nacho Criado fue una de las (escasas) personas que vieron con lucidez qué estaba en juego en las tensiones del legendario mayo del 68. Los más nos quedamos en su retórica o, dicho con más tacto, en su superestructura. Tomamos partido, leímos, discutimos y aun teorizamos. Criado haría también todo eso: no eludió el compromiso. Pero no perdió de vista lo decisivo: nada que apoyar, esto es, nada hay que merezca cheques en blanco o más sencillamente, no serviré a nadie. Nada que soportar, es decir, no empeñaré mi presente por algún futuro ilusorio (el de la revolución o como hoy predican, el de la deuda financiera). Nada que objetar porque no protesto por esto o por aquello: es la lógica del poder, su lógica, lo que no comparto.

Otra obra del claustrón, Trampas y mentiras, abona esta última idea. Recuerda a una ratonera: una vez que, sometiéndote (para entrar habría que agacharse o aun arrastrarse) logras que te reciba la institución (artística o cualquier otra) ya no hay salida y sólo verás el exterior a través de rejas. Pero no todo es negación. Otras obras invitan a desbrozar un camino en verdad propio: el somero perfil de La montaña madre habla de viajar o vivir por cuenta propia. Con ella se relaciona La herida alpina, memoria de un fantástico camello que rechazó el ir y venir de la caravana y eligiendo su camino, terminó en los Alpes. Si así se procede, se tendrá mundo propio, que escape a la convención, como escapa de la cuadrícula convencional del lienzo el Paisaje convulso: los trazos del grafito dibujan el mapa de la osadía de decidir.

La obra de Criado trasluce dos convencimientos, puntos de apoyo de esta visión de las cosas. El primero, la caducidad: nada perdura. De ahí su reflexión sobre la ruina: a diferencia de la melancólica memoria romántica, una obra como Desprendimiento, pone el dedo en la llaga del tiempo y establece que todo, tarde o temprano, se desmorona, por esperanzador que pareciera en su momento. Todo proyecto encierra sus propios límites y por eso es de sabios contar con el azar. Es éste el segundo convencimiento, el valor de lo aleatorio, de aquello con lo que no se contó pero no cabe evitar. De ahí la confianza en los agentes colaboradores que sirven de título a la muestra. In/digestión lo manifiesta: un montón de revistas de arte se dejó a merced de las termitas que las devoraron, dibujando en ellas formas inesperadas. Evocación de otro devorador, el público: si abandona su mirada displicente y hace suya la obra, puede hacerlo de un modo que el autor en absoluto llegó a prever.

La muestra traza así los rasgos de una valiente biografía artística. Parte de una reflexión sobre qué es eso del espacio pictórico, el rectángulo del cuadro: Criado lo pliega, divide y deforma, hasta llegar a su Homenaje a Rothko o al sutil Abatimiento. Prosigue por las fotos, objetos y filmes, característicos del arte conceptual, algunos llenos de humor (Dada, el dado femenino) o de osadía (Despellejamiento), y culmina con esculturas e instalaciones en las que una estricta poética de ideas no está reñida con el valor de la forma, por muy sencilla que sea. Así ocurre con las obras antes comentadas, con la evocación de Grünewald y su retablo de Isenheim (Colmar), con las dos grandes lenguas construidas con tubos de metal y con las múltiples metáforas que brotan de un simple objeto, la botella. Es el efecto desierto, el lugar de retiro para pensar, a solas, sin más voces, cuchicheos ni rumores que los del viento, como sugiere la última obra expuesta.

Hay algo más a reseñar: los dibujos. Acompañan a muchas piezas y su cuidada elaboración remite al cuerpo inteligente que, si consigue decir, esto es, dar nuevo sentido a la palabra gastada, también con el gesto logra, uniendo nervio e idea, anunciar lo aún inexistente.

Nacho Criado. Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (Avenida de Américo Vespucio, 2), Isla de la Cartuja, Sevilla. Hasta el 21 de abril

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