Teatro de la Maestranza | Nombramiento de Javier Menéndez

Una vía lírica de Oviedo a Sevilla

  • Javier Menéndez, nombrado este martes gerente y director artístico de la institución, llega al cargo con buenos avales pero no menores retos por delante, como el de la necesaria recuperación de público

Javier Menéndez (Oviedo, 1972).

Javier Menéndez (Oviedo, 1972). / M. G.

Si algo ha caracterizado la gestión de la Ópera de Oviedo de Javier Menéndez (Oviedo, 1972) durante los 15 años que van de 2003 al presente es haber sabido entender al público hacia el que se dirigía su trabajo y conocer profundamente el trasfondo económico de este espectáculo.

Desde su doble formación en Dirección y Administración de Empresa y en Musicología y Canto, Menéndez imprimió un giro radical a las programaciones líricas ovetenses. Tras varios años de experiencia en la gestión artística del Liceo de Barcelona de la mano de otro de los grandes gestores-programadores de España, Joan Matabosch, Menéndez llegó contratado como director artístico de la Ópera de Oviedo en un momento crítico.

Hasta ese momento (2003), las temporadas líricas ovetenses habían estado organizadas por la Asociación de Amigos de la Ópera de una manera más voluntarista que eficaz desde el punto de vista empresarial. Es verdad que en los años 50, 60 y 70 Oviedo pudo presumir de escuchar a las mejores voces mundiales en unas breves temporadas en las que, coincidiendo con las fiestas patronales de San Mateo, se podían disfrutar seis títulos en 12 días, a una sola función por título.

Pero todo estaba en manos de directivas muy esforzadas, sí; que arriesgaban a veces su propio peculio, también; pero muy ancladas en un modelo arcaico de gestión nada profesionalizado que provocaba frecuentes desfases de cuentas a la vez que mantenía un perfil claramente elitista del espectáculo.

Con su experiencia, Menéndez transformó el modelo de temporada lírica, extendiéndola durante de varios meses, ampliando el número de funciones (hasta las 4/5 actuales) por título, dilatando el repertorio de partituras y de puestas en escena y estableciendo un sólido control del gasto.

Bien es verdad que, a diferencia de esta Sevilla que usurpa de manera vergonzante el título de Ciudad de la Música, Oviedo, con un tercio de la población de la capital andaluza, es un ejemplo de implicación social en el mundo musical y eso, sin duda, colaboró en la tarea renovadora de Menéndez.

Con dos orquestas, una activa Sociedad Filarmónica, los Amigos de la Ópera, unas envidiables Jornadas de Piano y unas autoridades volcadas durante años con la música hasta el punto de crear y sostener los prestigiosos Premio Líricos Teatro Campoamor, Menéndez sabía que jugaba en casa, es decir, con un entramado social vinculado tradicionalmente con la ópera y deseoso de una vida lírica más intensa.

Desde estas condiciones de posibilidad Javier Menéndez jugó a la doble carta del respeto a la tradición y la introducción paulatina de la modernidad. En sus programaciones compartían tablas los títulos más conocidos y apreciados del gran canon del repertorio con otro tipo de estéticas. Así, la ópera barroca, de la que recuerdo una fascinante producción de Agrippina de Haendel, por ejemplo. O el repertorio del siglo XX, con espléndidas representaciones de composiciones de Janácek, Bartók o Britten. E incluso a títulos de recentísima creación, hasta culminar en el encargo a Jorge Muñiz de una Fuenteovejuna estrenada en el pasado mes de septiembre con gran aceptación.

Y en el terreno de las puestas en escena ha logrado abrir las mentes de los aficionados ovetenses a otras perspectivas y otras maneras de abordar títulos que hasta entonces se habían representado de forma tradicional.

Otras dos líneas maestras del trabajo de Menéndez fueron la colaboración internacional y la apuesta por los jóvenes cantantes españoles. Mediante varias coproducciones con teatros europeos se consolidó el prestigio internacional de la Ópera de Oviedo. Y el apoyo a los cantantes españoles permitió ampliar el número de funciones de algunas óperas gracias a repartos que se alternaban con otros con voces más famosas que la capital asturiana supo fidelizar durante años.

Sus nuevas tareas en Sevilla le enfrentarán a un panorama bien diferente. Tiene ante sí el reto de recuperar el prestigio internacional que el Teatro de la Maestranza se ganó a pulso en los diez primeros años de su existencia tras su reapertura en 1994 mediante una programación pensada para el público al que va dirigida y no para el interés particular de quien se autoprograma.

No contará con el respaldo social que le amparaba en Oviedo ni con el sustento institucional que allí consiguió durante años. Tiene ante sí el reto de recuperar a un público que ha ido desertando de sus butacas en los últimos años mediante la apertura a repertorios apenas hollados en el coliseo del Arenal.

Para empezar, dispone de una espléndida Orquesta Barroca de Sevilla totalmente desperdiciada hasta ahora en las programaciones líricas. Y de un entramado de grupos musicales a los que el Maestranza les ha dado la espalda sistemáticamente todos estos últimos años y que suponen un activo formidable para cualquier programador.

Como dispone también del privilegio de disponer de 170 óperas relacionadas con Sevilla y que en cualquier otro teatro del mundo hubiesen sido la base de festivales y temporadas. Britten, Janacek, Carmen, La forza del destino, Prokofiev, Vivaldi, Mussorgski, Chaikovski, Idomeneo, Gluck, La clemenza di Tito... Todo un mundo desconocido hasta ahora en Sevilla y que espera a que alguien nos los dé a conocer en nuestra ciudad.

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