Manuel Rivas: “Escribir es saber qué nos dicen las palabras. Hoy hay muchas fatigadas por el mal uso”
El último Premio Nacional de las Letras regresa a la novela con ‘Detrás del cielo’, una historia rural en la que radiografía los males de este tiempo.
Anterior a la vida, posterior a la muerte
El escritor gallego Manuel Rivas (A Coruña, 1957), actual Premio Nacional de las Letras, regresa a la novela una década después de El último día en Terranova (2015). Lo hace con Detrás del cielo (Alfaguara), una historia salvaje y rural, en la que radiografía buena parte de los males de este tiempo.
Pregunta.–¿Detrás del cielo es poetíca y salvaje al mismo tiempo o es la poética de lo salvaje?
Respuesta.–Para mí toda la literatura, toda la narrativa, también la novela, o es poética o no es Literatura. Tendríamos que hablar de lo que es poético. Para mí es trabajar sobre la ecología de las palabras, en este tiempo en el que las palabras también están contaminadas, polucionadas, y viven las perturbaciones de la propia naturaleza. Escribir es buscar la raíz de las palabras, saber lo que exactamente quieren decir. Hay muchas palabras que están fatigadas por el mal uso.
P.–En su novela recurre a diferentes géneros de una forma muy natural.
R.–Cuando escribo me siento como un contrabandista de géneros. No sé si soy más poeta, narrador, ensayista o dramaturgo. Son formas creativas. Y lo mismo me sucede cuando ejerzo de periodista, no me cambio de uniforme. No me pongo los manguitos. Recuerdo cuando era meritorio en un periódico, y hacia de todo, desde horóscopos a ir por tabaco. En esa primera época, ya quería ser escritor y entendí que ser periodista es ser escritor. Escribir un titular es lo mismo que escribir un verso, y un reportaje puede ser perfectamente un cuento. Yo tengo la sensación de estar escribiendo siempre el mismo libro, como si fueran los anillos del mismo árbol.
P.–Imagino que, en los últimos meses, habrá escuchado con frecuencia: “Manuel Rivas ha escrito una novela negra”, o “Manuel Rivas ha salido de su zona de confort”...
R.–Mi zona de confort es muy inestable. Y vivimos en un mundo en donde la primera línea de riesgo se ha extendido demasiado. Ya no sabemos dónde está esa línea exactamente. Es el planeta, en sí mismo. Puede estar en la costa de Galicia, y llamarse Prestige, o en el Mediterráneo. En el oficio de trabajar con las palabras tal vez sería más conveniente hablar de situación o zona Mayday, ese grito de auxilio que se emplea en el mar. Vivimos en un tiempo Mayday. En la novela, un personaje apunta a otro con un arma cuando no deberia, y le dice: ‘Has estado a punto de perder el desequilibrio’.
P.–El Solitario, el jabalí que cuenta con un gran protagonismo en Detrás del cielo, tiene mucho de Moby Dick.
R.–Es díficil saber cuándo acudes a una referencia. Ahora lo leo y sí, puede ser mi Moby Dick, que es la última ballena que tiene nombre, justo antes de que se extienda la caza industrial de la ballena. Y después de publicar Detrás del cielo recordé que hace años publiqué un breve ensayo sobre Moby Dick. Las dos novelas hablan de resistencia animal. Es un concepto que también podemos extrapolar a la escritura, ya que significa una inmersión, una implicación y un compromiso. En mis comienzos periodísticos, lo he contado antes, me encargaron que me ocupara del horóscopo, me dijeron que copiara el del año anterior y no pude hacerlo. Todo te compromete. No está asociada a determinada literatura.
P.–Algunos personajes parecen sacados de un western. Me ha recordado en ocasiones a la película Grupo Salvaje (1969), de Sam Peckinpah.
R.–El Solitario es quien arranca la historia, que es un jabalí con la fama de un enemigo público. Es un ser que es real, pero también es legendario al mismo tiempo, por cosas que vamos sabiendo a lo largo de la novela. También es fundamental el narrador, porque el cómo es muy importante en la literatura. Lo miré a los ojos, y supe que era el ideal. Es Dombodán. Porque dentro de esa cuadrilla, de gente acomodada, era el don nadie, y ante la impaciencia y ansiedad colectiva él está en otra. Y se nos presenta en función de lo que dicen de él, además de saber más que nadie del lugar, así como de la tecnología.
P.–También encontramos en la novela esa Galicia a la que Manuel Rivas recurre con frecuencia.
R.–Galicia es casi una metafora del mundo, y además creo que es bueno escribir sobre lo que uno mejor conoce. Lo universal con frecuencia es lo local sin paredes. Una pequeña aldea puede ser el gran escenario para la mayor historia. El viaje de Ulises es una lucha contra el olvido y mantener la memoria. El objetivo es que no regrese a Ítaca, que es el más pequeño de los reinos. No todo lo que uno escribe debe ser del mismo lugar, pero sí puede ser que esté en un epicentro emocional. Hablo de psicogeografía.
P.–En Detrás del cielo subyacen dos asuntos que, de un modo u otro, a todos nos afectan: el poder y la soledad.
R.–El libro está llenó de soledades elegidas, que es algo que me interesa especialmente en la naturaleza. Tenemos el ejemplo del Lobo Divagante, que a los dos años se marcha de la manada porque no quiere pelear por el poder y prefiere estar solo. No quiere luchar por el liderazgo. Me parece que no reflexionamos esa inteligencia que encontramos en la naturaleza.
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