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República, exilio y poesía | Crítica
República, exilio y poesía. La memoria rescatada de Gonzalo Martínez Sadoc. José Jurado Morales. Renacimiento. Sevilla, 2024. 268 páginas. 24,90 euros
Es probable que el nombre de Gonzalo Martínez Sadoc, desconocido incluso para los estudiosos, no les diga nada a los lectores, y fuera de su pueblo natal muy pocos habrá que tuvieran noticia de su existencia antes de la publicación de este libro con el que José Jurado Morales, como anuncia el subtítulo, ha rescatado su memoria, la de un español de Sanlúcar de Barrameda –“un hombre común, sin fama, sin un nombre escrito en los anales de la historia”– cuya peripecia reproduce la de otros muchos republicanos de su generación, exiliados que no regresaron a su país hasta los años finales de la dictadura –él lo hizo en 1970– o la restauración de la democracia, sin contar a los que murieron en el largo intervalo. Junto a los integrantes ilustres de esa vasta comunidad de transterrados, hubo otros, menos o nada celebrados, que compartieron vivencias con los primeros y pueden ayudar igual que ellos –o incluso en mayor medida– a arrojar luz sobre la intrahistoria del periodo. Mezcla de ensayo e investigación genuina, el libro de Jurado Morales se presenta en forma de quête o quest, género que introduce al investigador en el relato, pero su comparecencia no se limita a participar de los pasos y pormenores de la búsqueda, sino que se extiende a su propio itinerario para manifestar una afinidad de fondo, reforzada por los hallazgos, que va más allá de la circunstancia de haber nacido en la misma localidad andaluza.
Ya en Soldados y padres, el ensayo con el que ganó el Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos, donde perseguía la huella que los recuerdos de nueve combatientes en los dos bandos de la Guerra Civil han dejado en la obra de sus hijos poetas, Jurado Morales se servía de la primera persona para tratar de esa “memoria familiar herededa” y anotaba en el epílogo una convicción, ahora reiterada, que se sitúa en el centro de este nuevo libro: “para saber quién soy, he de saber quién he sido y de dónde vengo”. Entre ambos, el autor ha publicado la biografía de otro paisano y también poeta, el bodeguero Manuel Barbadillo Rodríguez, en una línea que busca aunar su sólida formación filológica, de la que el catedrático de Literatura Española de la Universidad de Cádiz ha dejado numerosas muestras, y el deseo, visible asimismo en anteriores trabajos, de ahondar en sus raíces: “Las busco –anota al comienzo– como modo de encontrarme a mí mismo en el fluir de los tiempos, las mentalidades, las sensibilidades y las ideologías”. En su reconstrucción de la trayectoria de este “hombre corriente” que afronta “episodios extraordinarios”, Jurado Morales reconoce algo de su propia sustancia, pero también el paradigma, ejemplar en su modestia, de una historia colectiva en la España del siglo.
Miembro de una familia acomodada de tradición republicana, Gonzalo Martínez Sadoc asumió ya de niño el ideario –él mismo recuerda cómo su padre y un amigo izaban la bandera tricolor los domingos, en la finca de Miraflores– que más tarde, ya instalado en el efervescente Madrid de los años del sexenio, acompañaría de la militancia comunista. Jurado Morales da cuenta de la infancia y juventud sanluqueñas, del traslado con los suyos a la capital, de la guerra y sus efectos en las vidas de todos ellos, también de los hermanos Federico, Eduardo y Pedro, que padecieron en distintos grados el estigma de la derrota. Después de la salida a Francia, narra la huida de Gonzalo, ayudado por su mujer, del tristemente famoso campo de Saint-Cyprien, donde tantos refugiados españoles pasaron jornadas atroces, la llegada a Burdeos y el exilio a bordo del Mexique, uno de los llamados “barcos de la libertad” –junto al Sinaia o el Ipanema– en los que viajaron miles de compatriotas que se acogerían a la generosa hospitalidad del presidente Cárdenas. Y tras la “lucha por la vida” y la dilatada estancia en México, verdadera nueva España para los transterrados, el regreso, primero a Madrid y tras enviudar en 1975 a Sanlúcar, donde mantuvo una presencia pública muy activa. Una plaza lo recuerda y ahora lo hace este libro, que concluye con una hermosa variación del célebre epitafio: “Que la tierra de albariza le sea leve”.
Al mostrar las costuras de la investigación, las dudas y dificultades del proceso, las circunstancias en que accedió a las fuentes o los testimonios orales, Jurado Morales ha rehuido la asepsia académica en favor de una interpretación subjetiva que no encubre su simpatía hacia el biografiado ni deja de reflexionar al hilo de lo que narra, ensanchando la significación y el alcance de la figura de un modo que implica al autor e implica a los lectores. Al margen de la ideología, queda claro que Martínez Sadoc fue un hombre íntegro y fiel a sus convicciones, a quien el no distanciado intérprete –que hace suya la sentencia de Montaigne en el inicio de los Ensayos: “Soy yo mismo la materia de mi libro”– ha rendido un homenaje que a todos nos interpela.
Aunque antes había publicado artículos e incluso un libro, Ráfagas (1928), donde recogía las composiciones satíricas aparecidas en el semanario local La Chispa, o colaboraciones en diarios afines a la causa republicana, el grueso de la obra de Martínez Sadoc no empezó a conocerse hasta finales de los años sesenta. Cuenta Jurado Morales que fue el citado Barbadillo, viejo amigo de los tiempos de anteguerra, quien propició la publicación de Estampas sanluqueñas (1969), después del reencuentro en una visita previa al regreso definitivo. Más tarde daría a conocer, entre 1978 y 1986, tres libros de los que el biógrafo ha seleccionado una muestra que ofrece en apéndice, formada por dieciocho poemas –incluidas dos estampas referidas a la “patria chica”– que en algunos casos se remontan a la década de los cuarenta, relacionados con la guerra o el exilio. Son poemas discretos, convencionales en fondo y forma, pero dominan los registros neopopulares y saben transmitir, como anota Jurado Morales, “una experiencia traumática, un desgarro emocional, una conciencia histórica y un posicionamiento ético”. Hay versos dedicados al padre, la hija o la esposa fallecida, a Lorca o a Antonio Machado, a los campos, el destierro o la ciudad perdida y reencontrada. En Presencia, antes de volver del todo, escribe: “Yo siempre estuve aquí, / con mi pueblo, / mi vida con vuestra vida / y mi pensar con el vuestro”.
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