Es el mejor en lo suyo, que es la lujuria de la fiesta

Juan Vergillos

30 de marzo 2011 - 05:00

Cía. Joaquín Grilo. Dirección, coreografía, baile: Joaquín Grilo. Cante: José Valencia, Carmen Grilo. Guitarra: Juan Requena. Percusión: Paquito González. Bajo y mandolina: José Carmona. Palmas y coros: Los Melli. Música: Juan Requena, Dorantes, Vicente Amigo, Zakir Hussain. Letras: José Soto, Luis Carrasco, Manuel Grilo. Dirección de escena: Sebastián Haro. Lugar: Teatro Central. Fecha: martes, 29 de marzo. Aforo: Lleno

Es el mejor en lo suyo, que es la alegría. Como demostró en las alegrías. No es que no pueda ser dramático. Todo ser humano lleva consigo su drama. Pero El Grilo, para serlo, tendría que recurrir a la moderación, no al exceso gestual que vimos anoche en las partes dramáticas de esta obra. La cuestión central es que en buena parte de esta obra el estado emocional al que se apela es el drama. Y ahí no funciona la misma. Funciona en el exceso de las alegrías, en la lujuria de la fiesta, los tangos, la canción por bulerías. En este sentido, el bailaor, que hizo mil y una monerías para su público, que aplaudió a rabiar, para sus músicos, entregados, para él mismo, es inbatible. Recogiendo además la mejor herencia bailaora de sus lares, la de la fiesta íntima e infinita que es Jerez. La fiesta como un idioma singular, una forma de comunicar lo mejor de nosotros. En ella El Grilo puede ser todo lo excesivo que desee, porque tiene un don extraordinario, ese oído absoluto que lo erige en dueño y señor del ritmo. Puede cerrar el compás con los pies, con las manos, con las rodillas, con el hombro, con la lengua, con el pelo. Estoy seguro que sueña a compás.

En este sentido, el de Jerez lleva mucha ventaja a la mayoría de los bailaores contemporáneos: tan preocupados como están en mostrar esa coreografía que han repetido mil y una veces en el estudio, que no escuchan. No escuchan el cante, la percusión, la guitarra, las palmas. El Grilo se hace uno con cada instrumento, se distancia de ellos, los dobla, les contesta, les hace burla o juega a ser solemne. Todo eso en una milésima de segundo. Limpio de toda la hojarasca dramática, que incluye también la escenografía y el vestuario, el espectáculo brillaría como una sucesión de bailes de un artista único, personal, irrepetible, una especie en vías de extinción.

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