Lirismo, drama y chispa en el canto de Soraya Méncid

SORAYA MÉNCID | CRÍTICA

Méncid y Navarro en la Sala Manuel García.
Méncid y Navarro en la Sala Manuel García. / Guillermo Mendo

La ficha

*****Alternativas de Cámara. Programa: Obras de G. Fauré, R. Hahn. P. Viardot, A. Beach, L. Boulanger, C. Chaminade, M. Ravel, G. Rossini, V. Bellini, G. Donizetti, G. Meyerbeer. Soprano: Soraya Méncid. Piano: Manuel Navarro Bracho. Lugar: Teatro de la Maestranza (Sala Manuel García). Fecha: Miércoles, 19 de noviembre. Aforo: Lleno.

Soraya Méncid ha pasado en un breve lapso de tiempo de ser una joven promesa a establecerse como una sólida cantante en plenitud de facultades y cada vez más madura en materia de interpretación. Curtida en esa espléndida escuela que es la Compañía Sevillana de Zarzuela (de donde la viene su desparpajo en las tablas) y tras alzarse el año pasado con el primer premio del Certamen Nuevas Voces, la onubense viene quemando etapas de su carrera con pulso firme, madurez y rapidez, moviéndose con igual brillantez en el terreno de la canción de concierto, la ópera, la zarzuela y el Barroco.

El recital sirvió para que pudiéramos calibrar las dos facetas imprescindibles de una cantante de su cuerda. La primera parte, centrada en la canción de concierto, fue espacio propicio para lucir su legato sin mancha, su canto mórbido, su control de la emisión, el sabio uso de los reguladores, la claridad en la dicción y la atención constante a la palabra, sus acentos y sus cargas emocionales. Hubo progresiones llenas de sentido de la efusividad emocional, como en Die Sterne de Viardot o en The year's at the Spring de Beach. En las canciones de Fauré y de Hahn (y en Chemins de l'amour de Poulenc como propina) sobresalió su dominio de la emisión mediante el despliegue de espléndidos planos dinámicos, abriendo y cerrando el sonido con naturalidad y con claridad. Y los saltos interválicos atacados con limpieza en piano fueron una lección de buen gusto y de técnica a la vez.

La segunda parte fue el momento para el lucimiento de la coloratura (chispeantes Norina y Fiorilla, con espectaculares escalas, trinos y saltos), pero también para el dramatismo contenido de Bellini (espléndidas largas frases sostenidas sobre un solo fiato) o de Meyerbeer, con sus repetidas súplicas ("Grâce!") con dinámicas diferentes. Preciso, delicado y lleno de color como siempre el acompañamiento de Manuel Navarro, quien abordó con atención a cada nota y a cada ligadura la Pavane pour une infante défunte de Ravel.

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