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Siempre estuvimos aquí | Crítica

Alianza publica Siempre estuvimos aquí. La lucha de las mujeres por la igualdad, obra del historiador Francisco Cánovas Sánchez, donde se ofrece una aproximación histórica al feminismo, junto al perfil de veintiséis de españolas prominentes

La arqueóloga Encarnación Cabré en la necrópolis de La Osera. 1933
La arqueóloga Encarnación Cabré en la necrópolis de La Osera. 1933
Manuel Gregorio González

20 de julio 2025 - 06:00

La ficha

Siempre estuvimos aquí. Francisco Cánovas Sánchez. Presentación, Manuela Carmena. Alianza. Madrid, 2025. 570 págs. 22,50 €

En la “Presentación” de Siempre estuvimos aquí, obra del historiador Francisco Cánovas Sánchez, Manuela Carmena recuerda que es el padre Feijoo quien firma, en 1726, una Defensa de la mujer que anticipa en algunos años el Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres (1790), de Josefa Amar y Borbón, con cuya biografía se abre esta colecta de mujeres prominentes, que abarca la realidad española de tres siglos. De aquella inquietud ilustrada por la educación, podríamos añadir, a modo de ejemplo, tanto las Mujeres ilustres de España, del padre Álvarez (1798), como la más explícita Mujeres vindicadas de las calumnias de los hombres, de Juan Bautista Cubie (1768), donde se catalogaban las españolas que más se habían distinguido en “ciencias y armas”. Obras ambas que acaso no estén tan lejos de aquel Libro de las virtuosas e claras mugeres del condestable Álvaro de Luna, pero cuya significación histórica es, ineludiblemente, otra.

Cánovas presta atención a los hechos históricos que aceleraron o entorpecieron la igualdad entre sexos.

En el subtítulo del presente estudio, La lucha de las mujeres por la igualdad, queda explícita dicha significación, arriba señalada. A este respecto, Siempre estuvimos aquí es tanto una breve aproximación al desarrollo de aquella lucha, del XVIII al XX; como una varia muestra de quienes la protagonizaron, que incluye el perfil sucinto de veintiséis mujeres, desde la mencionada pedagoga Josefa Amar y Borbón a la directora de cine Margarita Alexandre Labarga. En lo que se refiere a su aproximación histórica, Cánovas Sánchez se detiene en los diferentes énfasis -educativos, laborales, legislativos-, con los que se enuncia y se declara el conflicto; prestando particular atención a hechos históricos que aceleraron o entorpecieron la consecución de sus logros. Ejemplo de la primera cuestión serán las dos guerras mundiales que promoverán, indirectamente, el acceso masivo de la mujer al mercado de trabajo (el lector quizá recuerde el Testamento de juventud de Vera Brittain, donde se pormenorizan los cambios sociológicos, laborales y de todo orden, incluido el orden sexual, que propició la vasta carnicería de la Gran Guerra); ejemplo de lo segundo será el papel subsidiario que recobraría la mujer durante la dictadura franquista, si bien Cánovas establece una gradación, destacando los puntuales logros obtenidos, en términos legislativos, por Mercedes Formica.

En cuanto a las “vidas breves”, a la manera de Aubrey, que se recogen en esta obra, debe señalarse la voluntad aglutinante de su autor, considerando las diversas épocas y los diferentes ámbitos -sociales, laborales e ideológicos-, en que se desenvolvieron sus protagonistas. En este sentido, cabe aducir que es precisamente esta variedad de origen (variedad que incluye lo temporal y sobreentiende lo económico y social), la que otorga una sólida unidad de fondo al presente estudio. Las distancias de toda especie que median entre la escritora Gertrudis Gómez de Avellaneda y la sindicalista Teresa Claramunt no impiden, sino que explican, la complejidad de un movimiento histórico, cuyas ambiciones empezarían por el mero acceso a la educación, pero cuyos siguientes pasos afectan ya al ámbito laboral y legislativo; y en suma, a todos los órdenes de la existencia. Por otro lado, los distintos grados de implicación y de éxito de cada una de las mujeres glosadas, no harán sino extender ante el lector el grueso de un fenómeno histórico. Las circunstancias que impelen a Luisa Carlota Sáenz de Viniegra a escribir la historia de su marido, el malogrado general Torrijos (recuerden el solemne oleo de Gisbert, donde se recoge el momento de su fusalimiento en las playas de Málaga), acaso no guarden relación alguna con aquellas que permitieron a María de los Reyes Laffite a escribir La guerra secreta de los sexos (1948). Una y otra, sin embargo, alentaron una igualdad de facto, fruto de su actitud y sus obras. Por otro lado, científicas como Encarnación Cabré y Teresa Toral quizá posean mayor relevancia en el acervo histórico español que la joven Ana Carmona Toral, pionera del balompié femenino en los 30 del siglo pasado. Es, sin embargo, la colusión de todos esos rostros y esas vidas (la tristeza amarga de María Blanchard con la existencia espléndida y cosmopolita de la arpista Clotilde Cerdá), la que compone un heteróclito retablo femenino, de oportuno y distinguido recuerdo. Un retablo donde vidas como las de Zenobia Camprubí, María Lejárraga y Silveria Fañanás, esposa de Ramón y Cajal y ayudante fotográfica en sus investigaciones, no dejan de plantear un delicado interrogante intelectual y humano.

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