Tiene narices el asunto

Odorama. Historia cultural del olor | Crítica

Federico Kukso recorre la historia del olor en un "gabinete de curiosidades" que abarca desde el Antiguo Egipto y anticipa qué perfume tendrá el futuro

Una señora se tapa la nariz al pasar por unos contenedores durante una huelga de basuras.
Una señora se tapa la nariz al pasar por unos contenedores durante una huelga de basuras. / Miguel Ángel González

La ficha

Odorama. Historia cultural del olor. Federico Kukso. Taurus. Barcelona, 2021. 430 páginas. 21,90 euros

En el amado Egipto de Terenci Moix, el faraón era embalsamado con ungüentos bienolientes. Debía tener un olor agradable para ser recibido en el más allá. Taputti, primera química conocida de la historia humana, le regalaba fragancias de rosas, bálsamo, cálamo, ciprés y mirra al rey de Babilonia. Por su parte, los aztecas quemaban una resina llamada copal para dar contento a sus dioses.

No obstante, como prueba el libro de Federico Kukso, ni mucho menos acudir al pasado supone entrar en un mundo fragrante. Herodoto cita en sus Historias los aromas "tan dulces como divinos" que se percibían en el abrasador confín de la península arábiga. Pero en la Magna Grecia, incluida la era de Pericles, era común que los templos y toda su estatuaria conviviera con el hedor que envolvía a las ciudades. Atenienses, espartanos, tebanos y macedonios no tuvieron costumbre de taparse las narices.

La educación olfativa se produciría muchísimos siglos después. La Revolución Industrial convirtió las urbes del XIX en colmenas malolientes. El humo carbonífero de las fábricas y el olor a humanidad penetraba en viviendas insalubres que recrecían sobre barriadas colmatadas. De ahí la clásica estampa de la neblina de Londres junto con los oscuros vahos del Támesis. El mismo XIX ya tardío iría poniendo fin a la hediondez de las urbes al imponerse el higienismo científico. La necesidad de limpieza reordenó la arquitectura y alteró el urbanismo. Las grandes ciudades fueron rediseñadas a partir de inmensas escuadras cruzadas por avenidas y bulevares. El París de Haussmann es una consecuencia del higienismo.

Aún así, llegado el siglo XX, las calles todavía hedían a estiércol debido a las deposiciones de los carruajes. La llegada del automóvil trajo consigo no sólo una revolución en las formas de desplazamiento. Supuso asimismo un cambio en el olor cotidiano de las ciudades. El efluvio a excremento dejó paso a olores a carburación, que se creían por entonces mucho más saludables.

Kukso afirma en su libro que el pasado ha quedado "desodorizado" por vergüenza
Cubierta del libro.
Cubierta del libro.

Los usos modernos responderán a un proceso gradual y educativo hacia nuevas odorizaciones. Por eso afirma Federico Kukso que el pasado ha quedado "desodorizado" por vergüenza. La cultura occidental, como atina Alain Corbain, se funda en un vasto proyecto de depuración de las narices. Se silencian los olores y con cada olor mandado a callar se acalla también un periodo de la historia. Hoy por hoy, cuando hablamos de olores, de forma inconsciente parece que nos remitimos al mal olor y a sus variados efluvios (tufo, hediondez, fetidez, hedor). Si definimos a una persona por su olor, de inmediato lo asociamos al desagradable vaporín que la acompaña. No sabemos si su repelente olor es debido a una mala combustión de glándulas sudoríparas o a que lava poco o nada sus indumentos.

"Quien dominaba los olores, dominaba el corazón de los hombres" (El perfume, Patrick Süskind). Pero el olor, como queda dicho, también remite al corazón de la historia y a sus diversos periodos. A decir de Kukso, la evocación de toda persona remite a lo que su olor emanó en tiempos. ¿Cómo olía Napoleón? Los quesitos que como el Trivial cuartean la vida misma hace que olamos diferente según seamos bebés, adolescentes, adultos sin retorno o viejos envueltos en olores amarillos a enfermedad. Desde hace tiempo cambiaron los patrones del olfato. Se depuraron hasta extremos que hoy, publicidad mediante, han derivado en blancas y carísimas fragancias carentes de léxico y memoria. "Olvidado el alfabeto del olfato que elaboraba otros tantos vocablos de léxico precioso, los perfumes permanecerán sin palabra, inarticulados, ilegibles" (Italo Calvino, El hombre, la nariz).

Volviendo la nariz a los olores antiguos, Federico Kukso nos recuerda que antaño las mujeres olían a través de la vagina y el útero. Por eso médicos como Hipócrates prescribían en la Antigua Grecia compresas perfumadas para garantizar la fertilidad y la descendencia. Del denso olor vacuno que emanaba de los mataderos de las ciudades y el paso de animales rurales por sus calles, se pasaría al olor a ternera, pero a ternera humana, como el que desprendían los hornos crematorios de los nazis (lo recuerda Max Hostings en su libro sobre el macabro fin del nazismo).

Subraya Kukso que lo que mueve y despierta a toda nariz es consecuencia obvia de la mecánica del cerebro. La magdalena de Proust es sobre todo un olor que destila memoria y acordanza. Antes y después de que existiera Proust, la neurobióloga Leslie Vosshell ha demostrado que las personas podemos identificar más de un billón de olores.

La última parte del libro se dedica a los olores del mañana, que son ya los de hoy. ¿Cómo huele la tecnología? Podemos preguntarnos cómo olían los dinosaurios o por qué asociamos el infierno con un lugar sulfuroso y pestilente. Muy bien, pero ¿cómo será el olor del futuro? Este estupendo libro y "gabinete de curiosidades" nos da pistas.

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