Paraíso de Antonio Rivero Taravillo

Tribuna

A propósito de la publicación de ‘Álvaro Cunqueiro. Sueño y leyenda’, el profesor Miguel Polaino-Orts señala a su autor, fallecido el pasado septiembre, como el “biógrafo modélico, ideal”

Antonio Rivero Taravillo.
Antonio Rivero Taravillo. / Juan Carlos Muñoz
Miguel Polaino-Orts. Profesor de Derecho Penal (US)

12 de diciembre 2025 - 07:36

A Teresa Merino, con amistad 
genealógica.

Y a Antonio, con una pinta de Guinness y unos cacahuetes, en el Flaherty de la calle Alemanes, in memoriam y para siempre.


En el imponente salón de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras presentó Antonio Rivero Taravillo, de la mano del académico Jacobo Cortines y del poeta Juan Lamillar, su poemario Sextante, y en esa misma sede, bajo la dirección del académico Rogelio Reyes, su estupenda ponencia Nuevas noticias sobre Luis Cernuda, con ocasión del sexagésimo aniversario de su muerte. Con la acogedora presidencia del director Pablo Gutiérrez-Alviz, presentamos hace unos días Álvaro Cunqueiro. Sueño y leyenda, libro –ay– desgraciadamente póstumo de Rivero Taravillo. Lo dijo el director: un motivo doble –triste y alegre– este lanzamiento editorial y, al tiempo, homenaje póstumo a su autor.

En toda presentación deben resaltarse obra y autor. Rivero Taravillo era –es– un lujo de Sevilla: humanista completo, verdadero hombre del Renacimiento en pleno siglo XXI, un intelectual a quien, como a Terencio, nada de lo humano le era ajeno. Ello explica las diversas facetas en que se disgrega su impresionante personalidad: poeta (autor de una veintena de poemarios más que estimables), novelista, cuentista, autor de libros de aforismos y de viajes, promotor cultural, traductor… y biógrafo.

Rivero Taravillo es el biógrafo modélico, ideal. Sus biografías de Cernuda (en dos tomos: el primero mereció el XX premio Comillas) y Cirlot (coincidiendo, en 2016, con su centenario) son definitivas, ejemplares. Antonio sabía vivir muy bien su vida y, asimismo, vivir (y aún revivir) con convicción, precisión y belleza la vida de los demás. Admirable es también ésta, recién aparecida, sobre Cunqueiro, donde recrea la vida y la obra de uno de los grandes prosistas del siglo: una biografía definitiva, total, completa, de alguien que –como Cernuda y Cirlot– se caracterizó por su carácter hermético, huidizo, escondido –como diría Umbral– en la fantasía de su “bosque animado”.

Rivero Taravillo escudriña, palmo a palmo, la vida de Cunqueiro, desde su nacimiento en Mondoñedo, en 1911, hasta su fallecimiento, unos días después del 23-F. Para mí, este libro de Antonio era el más complejo de todos (y mira que eran difíciles Cirlot y, aun más, Cernuda): esquivo, etéreo, se volatilizaba el autor gallego en su mundo, evadiéndose de la realidad, escudándose en sus ángeles a mitad de camino entre la literatura y el sueño, entre “la realidad y el deseo”. El biógrafo resalta esos aspectos en la propia vida del escritor (el uso de sus muchos pseudónimos: Álvaro Labrada, Patricio Mor, Manuel Mª Seoane…), su versatilidad constante de la prosa a la poesía, del español al gallego, y asimismo en la manufactura de su literatura fantástica, donde es verdadero precursor del realismo mágico, que –después de él– explotarían, con éxito y genialidad, García Márquez, Rulfo o, a su modo, Borges. No tuvo Cunqueiro el reconocimiento que su impresionante obra merecería (salvo un tardío premio Nadal, en 1969, por Un hombre que se parecía a Orestes), eclipsado quizá por dos compatriotas: Torrente Ballester (un año mayor) y, sobre todo, el astro Cela (cinco años menor, merecedor, luego, del Nobel de Literatura). Con esta biografía se perfecciona plenamente ese reconocimiento.

Todo libro es trasunto de la personalidad de su autor (y más si ése es alguien tan puro, verdadero y cristalino como Antonio). En este libro, editado por Renacimiento (de la mano de Abelardo Linares), aparece a la luz del día el Antonio minucioso, detallista, estudioso, erudito, amante del mundo celta, recreador del ambiente gaélico, el humanista completo que es, en fin, Rivero Taravillo. Me consuela pensar que sus amigos y lectores encontraremos a Antonio en estas páginas y, en realidad, en todos sus libros, pasados y –ojalá– en todos sus muchos inéditos por venir.

Borges, tan cercano a Cunqueiro y a Rivero Taravillo, escribió, en el Poema de los dones: “Yo, que me figuraba el Paraíso / bajo la especie de una biblioteca”. También uno, con toda modestia, se lo imagina así. Y en ese paraíso –reposado, aguardándonos– a nuestro querido Antonio, para darnos ad aeternum sus cotidianas lecciones de vida y literatura cargadas de sabiduría, de dignidad, de humildad y de belleza.

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