Crítica de Flamenco

Con pasaporte flamenco

El espectáculo es un subidón de energía, desternillante. Por supuesto que la alegría, la sonrisa, la carcajada, es una emoción flamenca, tan jonda como el drama o la ira. El espectáculo ventila rápidamente la seguiriya para luego lanzarse con los brazos abiertos a la risa. Ser gaditano significa, también, no dejar títere con cabeza. Y así, este cuarteto, que no carnavalesco, le da un repaso a los tópicos jondos de hoy y de siempre: el duende, el compás, la investigación, Mairena, los artistas y, por supuesto, los críticos. Y, ya puestos, la emprende también con la actualidad: la corrupción, los ERE, Susana, los valencianos, los catalanes, madrileños, canarios, la semana santa y la feria, la adicción a las nuevas tecnologías y un largo etcétera pasan por la batidora. No se trata sólo de rajar, que se raja tela. También hay humor físico, especialmente en el baile, en las alegrías, en las bulerías, en los apuntes paródicos. Porque la parodia es otra de las columnas de esta obra: la capacidad de los hermanos Jaén para imitar. Por la escena pasan, redivivos, el maestro Chano Lobato, Valderrama, Camarón, Mariana Cornejo, Loli Flores, etcétera.

Una batidora de humor donde también nos asomamos a los entresijos de lo jondo. Porque en todo este trajín hay también un profundo amor a este arte. Conocimiento y pasión. Nos asomamos a los pensamientos íntimos de los intérpretes, a sus dudas, a sus deseos. También recibimos una divertidísima lección de compás por tanguillos a cargo de El Junco. Cada uno de los cuatro raja lo suyo y lo que da unidad a lo que vemos es una declaración conjunta de gaditanía soniquetera. Por supuesto que hay también baile de primera: las seguiriyas que abren la obra y las alegrías, especialmente, en donde El Junco está sobrado de ritmo, igual que en su discurso, en su parodia de Chano y en sus apuntes que dan cohesión a la obra. David Palomar canta por soleá, se acuerda de Aurelio Sellés en los cantes gaditanos para luego irse camino de Jerez. Palomar es un superdotado, tanto por su inefable compás como por su timbre pleno de armónicos y al mismo tiempo aéreo. Y es que esto sólo se puede hacer en Cádiz, donde la belleza de las composiciones del Mellizo no es óbice para restar toda la gravedad que tanto pesa hoy en el flamenco. A veces es una pesada losa y por eso les damos las gracias a estos artistas por llevarnos a reirnos de nosotros mismos. En efecto, no debemos tomarnos tan en serio: ni lo jondo es sagrado ni sus autoproclamados sumos sacerdotes tienen la más mínima autoridad para expedir o quitar pasaportes jondos. Riki Rivera hace un hermoso toque por guajiras y canta su intimidad en el fin de la partida en una de sus sentimentales composiciones.

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