Los colores de la noche
RUBÉN TORRES & ISABEL DOBARRO | CRÍTICA
La ficha
****Noches en los Jardines del Real Alcázar. Programa: ‘Pièce en forme de Habanera’, ‘Sonatine’, ‘Pavane pour une infante défunte’, de M. Ravel; Sérénade aux étoiles, de C. Chaminade; Sonata en Do menor, de M. Bonis: ‘Pavane’, de G. Fauré. Flauta: Rubén Torres. Piano: Isabel Dobarro. Lugar: Jardines del Alcázar. Fecha: Sábado, 26 de julio. Aforo: Lleno.
Los ciento cincuenta años de su nacimiento están sirviendo para que en los jardines del Alcázar suenen varias obras de Ravel y, de camino, también de sus contemporáneos, no en vano se ha convertido esta efeméride en uno de los hilos conductores de la programación clásica (por cierto, bastante reducida en comparación con años anteriores) de este imprescindible ciclo veraniego. Para la ocasión fueron la flauta y el piano, en diversos arreglos y alguna obra original (la de Bonis), de la mano de dos espléndidos artistas. Como era de esperar, la flauta llevaba la voz cantante en todo el concierto. Torres demostró poseer una técnica muy sólida y así quedó en evidencia con su forma de sostener el sonido sin caídas de definición, incluso en frases muy largas sustentadas en una perfecta técnica respiratoria. En obras de tan fino melodismo como las de Ravel o Fauré su fraseo fue muy delicado y matizado sobre la base de un legato de la mejor ley, nunca amanerado, más bien poético y sujeto a regulaciones de intensidad que podían desembocar en pasajes de un staccato nítido (en la pieza de Chaminade especialmente). Optaron ambos músicos por rehuir de lo excesivamente melifluo en las dos pavanas, recurriendo a tempos más animados de lo habitual, pero muy eficaces expresivamente hablando.
Dobarro no por mantenerse en un discreto segundo plano de acompañante dejó de enseñar a los oyentes su control del piano y de sus recursos expresivos y tímbricos. Jugó con los colores en la habanera mientras sostenía su incisivo ritmo en la mano izquierda. El tercer tiempo de la sonatina lo abrió con unos brillantes y bien medidos arpegios y en la sonata de Bonis tuvo ocasión de soltarse en cuestiones de agilidad, precisión y virtuosismo. Con su sutil juego de pedal colaboró a teñir de colores muy acordes con el entorno la pavana de Fauré.
También te puede interesar