Cultura

Y ríase la gente

Dirección e interpretación: Rafael Álvarez "El Brujo".Música: Fragmentos de flamenco y música clásica. Director musical: Javier Alejano. Diseño de iluminación: Miguel Ángel Camacho. Lugar: Teatro Quintero. Fecha: 3 de diciembre de 2011. Aforo: Tres cuartos.

Una noche con el brujo, el espectáculo en el que Rafael Álvarez espiga recuerdos, proclama una suspensión, de estirpe carnavalesca, de las intocables jerarquías de la vida, la cultura y el teatro. Se trata de habitar y celebrar ese pasaje secreto que comunica lo alto con lo bajo, las mieles de la literatura con el habla popular, el arte trascendente con el sedimento turbio del que se nutre. Es una tabula rasa que todo lo separa para después volverlo a conectar, cambiado de orden, y donde el actor es mago, charlatán y domador de palabras. El currante, el impostor, el elegido. Rafael Álvarez, perfecto de reflejos en la cuerda floja que tensionan premeditación y azar, es, entonces, el maestro de ceremonias en este vuelco que hermana risas, la inteligente con aquella que Gombrowicz llamó "trasera", y donde el público, ya sin coartadas ideológicas, se ríe hasta las lágrimas de aquellos que tienen las riendas antes y después del intervalo dionisiaco (y por el volumen de las carcajadas, les informamos de que Iñaki Urdangarín ha sido ya juzgado por el pueblo…).

Un hombre, en la fila de atrás, lo resumió a la perfección antes de que empezara la obra: "Esto de hoy es un homenaje a sí mismo". En efecto, el actor, el hombre, solo en el escenario, repasa su particular novela de formación en clave cómica, tirando del enmarañado hilo que relaciona la casa familiar con la de la literatura, a su padre con Quevedo. Pero el (auto)homenaje incluye a la audiencia, a quien se le propone una representación enmascarada en un diálogo, en una conversación que busca su disfrute y aquiescencia. Tenía razón "El Brujo" a la hora de hacer cariñosa mofa de la profesión de crítico, de ese juez al que parece molestar que la gente se lo pase bien en el teatro. Y es que el actor hace circular una corriente magnética entre él y el espectador desde que abre por primera vez la boca y la palabra se recorta en las tinieblas. Ante tamaña empatía, es verdad, uno sobra.

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