Robert Redford, el último icono de Hollywood: más que un actor, una estrella
Perteneciendo al nuevo cine de los años 60 y 70, el intérprete guardaba lazos de elegancia y seducción con los del cine clásico
Muere el actor Robert Redford a los 89 años
Redford, una conciencia de América
Lo que fueron Rex Ingram para Valentino, Howard Hawks para Gary Grant o Martin Ritt para Paul Newman, por citar a quienes consagraron a tres de los más grandes sex symbols del Hollywood mudo, de los años 30-40 y de los 50, lo fueron Mike Nichols, George Roy Hill y Sidney Pollack para Robert Redford, muerto mientras dormía -a veces la vida es compasiva- a los 89 años.
Tras una juventud errática y bohemia en Estados Unidos y Europa marcada por el temprano fallecimiento de su madre y el excesivo consumo de alcohol, su matrimonio en 1958 con Lola Van Wagenen lo centró. Estudió arte e interpretación y empezó a hacer pequeños papeles teatrales y sobre todo televisivos en Perry Mason, Alfred Hitchcock presenta, El Virginiano o Dimensión desconocida. Mike Nichols, que lo había visto en algunas de estas series, le dio su primer papel teatral importante en 1963 contra la opinión de Neil Simon, que no quería a un desconocido como cabeza de cartel del estreno en Broadway de su obra Descalzos por el parque. Dos años antes Redford había logrado cierto reconocimiento con su debut teatral en Un domingo en Nueva York junto a Pat Stanley. Pero cuando en 1963 la Metro hizo su versión cinematográfica sustituyó a Redford y a Stanley por Rod Taylor y Jane Fonda, entonces valores estelares en ascenso. La obra de Neil Simon dirigida por Mike Nichols, en cambio, además de obtener un éxito mucho más importante, le permitió interpretar en 1967 su versión cinematográfica junto, precisamente, a Jane Fonda, dirigidos por Gene Sacks. Fue su primer paso al estrellato.
Entre la versión teatral y la cinematográfica de Descalzos por el parque Redford había saltado a Hollywood gracias a su éxito en Broadway, actuando a las órdenes de grandes directores en buenas películas de lujosos repartos –La rebelde de Mulligan junto a Natalie Wood, La jauría humana de Penn junto a Marlon Brando, Jane Fonda, James Fox y Angie Dickinson y Propiedad condenada de Pollack junto, otra vez, a Natalie Wood y Charles Bronson- pero sin lograr pasar de papeles secundarios. Harto de no lograr roles protagonistas iba a dejar la interpretación cuando Neil Simon, que se había opuesto afortunadamente sin éxito a que interpretara su obra en Broadway, lo recomendó para su adaptación al cine.
Entra entonces en la vida de Redford su segundo y decisivo descubridor o, mejor, conversor en estrella: George Roy Hill, que en 1969 lo escogió para hacer pareja con Paul Newman en Dos hombres y un destino. Es su consagración como actor y, a la vez, el inicio de su brillo como estrella. Cuatro años más tarde Roy Hill volvería a dirigir a los dos en El golpe, otro inmenso éxito que se cargó de Oscar. Entre una y otra Redford había interpretado películas menores de cierto éxito, como Un diamante al rojo vivo de Peter Yates, El precio del fracaso de Sidney J. Furie y sobre todo El candidato de Michael Ritchie. Pero lo decisivo fue su reencuentro en 1972 con Sidney Pollack, que lo había dirigido como secundario en Propiedad condenada, en Las aventuras de Jeremiah Johnson. Pollack se convirtió en el director de cabecera de Redford, dirigiéndolo entre 1972 y 1990 en Tal como éramos, Los tres días del cóndor, El jinete eléctrico, Memorias de África y Habana. De ellas dos primeras, junto a Barbra Streisand y Faye Dunaway, fueron esenciales para su definitiva conversión en estrella, mientras Memorias de África, con Meryl Streep, fue algo así como la canonización del mayor seductor buenazo y amable -porque también hay chicos malos seductores, quizás con mayor atractivo morboso- de los años 70 y 80. Roy Hill construyó el lado pícaro de la estrella Redford haciéndole interpretar al bandolero Sundance Kid y al estafador Johnny Hooker. Pollack construyó la imagen más correcta, pero no menos seductora, al convertirlo en el escritor Hubbell enamorado de la activista Katie, el don nadie de la CIA cogido en una trampa que lucha por su vida, capaz de hacer que la mujer que secuestra se enamore de él, o al cazador Denys Finch Hatton que hace literalmente tocar el cielo a la baronesa Karen Bixen.
Estas películas, y los talentos de Roy Hill y Pollack, grandísimos directores, pero no maestros, definen bien la personalidad de Redford, gran estrella, pero no un intérprete genial. Redford es Redford, como sucede con las estrellas, y eso basta. Fue por supuesto un buen actor y en algunos (pocos) casos un muy buen actor, como cuando hizo pareja con Dustin Hoffman en Todos los hombres del presidente de Pakula en 1976. Pero la estrella estaba por encima del actor. Y él por encima de sus películas, casi todas correctas, muy pocas grandes. En la madurez fue un excelente secundario de lujo en Spy Game o Leones por corderos, su mejor película como director, actividad que acometió en 1980 con la muy premiada y mal envejecida Gente corriente (a la que no se le ha perdonado que le arrebatara el Oscar a Scorsese, Lynch y Polanski que competían con ella), manteniendo una línea sólida pero no brillante en El río de la vida, Quiz Show, El hombre que susurraba a los caballos o, sobre todo, la ya citada Leones por corderos. Fue muy importante, también, como personaje público en sus facetas de activista por los derechos civiles, militante demócrata o creador del importante festival de cine independiente Sundance.
Un apartado singular: gracias a las elecciones de los productores, los directores y en ocasiones él mismo es uno de los actores del Hollywood posclásico para el que se han compuesto mejores bandas sonoras. Lo podemos despedir con Raindrops Keep Fallin' on My Head de Burt Bacharach para Dos hombres y un destino, The Way We Were de Marvin Hamlish para Tal como éramos, Solace o The Entertainer que compuso Scott Joplin y Marvin Hamlish orquestó para El golpe, Condor! de Dave Grusin para Los tres días del cóndor y, por supuesto, Flyng over Africa de John Barry para Memorias de África. Cualquiera de ellas sirve para despedir como se merece a esta grandísima estrella, gran actor y buena y comprometida persona que fue Robert Redford, quizás el último icono masculino de Hollywood que, perteneciendo al nuevo cine de los años 60 y 70, guardaba lazos de elegancia y seducción con los del cine clásico.
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