Prometedor debut de Lucas Macías

ROSS. Gran Sinfónico 12 | Crítica

Pablo Ferrández junto a la ROSS dirigida por Lucas Macías / Marina Casanova

La ficha

REAL ORQUESTA SINFÓNICA DE SEVILLA

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Temporada 2024-25. Gran Sinfónico 12. Solista: Pablo Ferrández, violonchelo. ROSS. Director: Lucas Macías.

Programa:

Robert Schumann (1810-1856): Concierto para violonchelo y orquesta en la menor Op.129 [1850]

Richard Strauss (1864-1949):Ein Heldenleben [Una vida de héroe] Op.40 [1898]

Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Miércoles, 25 de junio. Aforo: Media entrada.

Qué distingue a un gran intérprete de uno verdaderamente excepcional. ¿La técnica? En estos tiempos, con los altos niveles alcanzados en todas las grandes escuelas del mundo, puede haber detalles de finura, pero eso ya no marca apenas diferencias. Tampoco una concepción novedosa de las obras, pues incluso lo heterodoxo parece caminar por terrenos ya transitados. Quizás la diferencia esté en algo más sutil: en la manera de moldear el tiempo, de esculpir la frase, de dotar de flexibilidad y aliento expresivo a lo que de otro modo se quedaría en pura y correcta literalidad. Pablo Ferrández es de esos músicos que no sólo tocan, sino que hacen hablar a la música.

El violonchelista madrileño ofreció una versión del Concierto en la menor de Schumann cargada de lirismo contenido y refinamiento sonoro, sustentada en una delicada gama de matices y un fraseo de extrema suavidad, que a veces parecía ir desdibujándose en un legato casi líquido. Si algo brilló por encima de todo fue el arte de decir –en ocasiones casi de musitar– en todas esas franjas dinámicas por debajo del mezzoforte, que estuvieron repletas de matices e inflexiones y en las que el timbre de su Stradivarius –ese Archinto que le han prestado de por vida– se mostró con una pureza casi irreal. Pero ese mismo concepto, tan cuidado y sutil, se tornó en exceso etéreo en la propina, una Sarabande de Bach llevada al límite del estatismo, con una especie de misticismo más artificioso que revelador.

La ROSS acompañó con extrema delicadeza, siguiendo las inflexiones del solista con admirable atención. Aquí brilló ya Lucas Macías en su primer concierto de abono al frente del conjunto del que ya es titular, y lo hizo sabiendo replegar los planos orquestales y adaptándose con ductilidad a la propuesta del solista. La verdadera medida de su trabajo, sin embargo, llegó tras la pausa, con una lectura de Ein Heldenleben de Richard Strauss, que asumió con el arrojo de quien se enfrenta a una cima orquestal… de memoria.

Macías, que fue durante años oboe solista de la Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam –una de las grandes orquestas straussianas del mundo–, ofreció una versión clara y progresivamente exaltada del poema sinfónico. Al principio pareció algo rígido en los contrastes dinámicos, pero la interpretación fue ganando en intensidad y claridad textural, con transiciones que fueron poco a poco más dúctiles, de la tensión de los tutti a la relajación de los pasajes camerísticos, en los que brillaron las trompas lideradas por un soberbio Joaquín Morillo o el corno inglés de Sarah Bishop. En el corazón de la obra, la compañera del héroe encontró una encarnación inolvidable en la concertino Alexa Farré, que delineó su extenso solo con una mezcla de pureza, gracia, carácter y expresión profundamente personales. También destacó su trabajo al frente de los violines, cuyo empaste y energía resultaron notables, en una orquesta que se mostró implicada y muy entregada, como queriendo agradar especialmente en un día importante para su nuevo titular.

La presentación de Macías en un concierto de abono –había dirigido ya a la orquesta en alguna otra ocasión– resultó pues prometedora. Strauss es un gran banco de pruebas para las orquestas –en su momento fue su música la que nos reveló a John Axelrod, en mi opinión, el mejor titular que ha tenido nunca la ROSS–. En la riqueza cuajada de detalles de sus orquestaciones, la técnica, la imaginación y el pulso deben estar en perfecto equilibrio. Y ahí el director onubense se mostró tranquilo, elegante, eficaz. No hubo pérdidas apreciables de tensión durante toda la obra ni automatismos rutinarios, sino una lectura viva, en la que la memoria no fue un lastre, sino palanca para una dirección fluida y musical, que dejó entrever las posibilidades de una relación fértil entre director y orquesta. Amén.

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