Entre las formas que van hacia la sierpe... | Crítica

El sabor de las primeras opciones

  • Doce jóvenes artistas andaluces muestran en la exposición 'Entre las formas que van hacia la sierpe...', hasta el 9 de mayo en el CAAC, sus muy diversas formas de pensar, construir y expresar

Obra de Ana Barriga, marcada por la sensualidad del color y el sentido del humor.

Obra de Ana Barriga, marcada por la sensualidad del color y el sentido del humor. / D. S.

Un favor que nos hacen los artistas es enseñarnos a vivir sin protección. Los creyentes tienen en la fe un lugar de acogida, los activistas lo poseen en el futuro por el que pelean y muchos, díganlo o no, hacen de la profesión (por competencia o por mera pertenencia) un sitio, una sede confortable. Para el artista las cosas son más difíciles porque todo lo tiene por hacer: se ejercitó en unas destrezas, recorrió el acontecer de la historia del arte y se demoró en poéticas contemporáneas. Después, entrevió espacios tentativos y caminos posibles, pero unos y otros exigen la fatigosa y arriesgada carga de la opción que en cada obra reitera su encrucijada.

Por ello una exposición de autores jóvenes tiene el sabor de las primeras opciones. Las formas de pensar, hacer, construir y expresar son en esta muestra por fortuna, muy diversas. A riesgo de equivocarme, las agrupo según aspectos que tal vez las definan.

Valle Galera evoca en su obra a Lorca, a Bergamín y una de las épocas más violentas del racismo en Estados Unidos. Valle Galera evoca en su obra a Lorca, a Bergamín y una de las épocas más violentas del racismo en Estados Unidos.

Valle Galera evoca en su obra a Lorca, a Bergamín y una de las épocas más violentas del racismo en Estados Unidos. / D. S.

Uno de esos aspectos es el espacio. De modo muy distinto lo abordan tres autores. Ana Barriga (Jerez de la Frontera, 1984) construye algo que se antoja un sarcófago donde la supuesta perenne memoria del rey, el cortesano o el héroe se confía a la sensualidad del color y a breves narraciones gráficas no exentas de humor. De Álvaro Albadalejo (Granada, 1983) conocía su reflexión sobre la pirámide pero en esta muestra prefiere llevarnos a una sala vacía sólo definida por una forma que modela por sí sola el techo: a su rectángulo opone una divertida voluta que parece escapada de un viejo taller de herrería. Álvaro Escalona (Ronda, 1985) llena la Capilla de Afuera, separada de la clausura cartuja, de sonidos tomados de la naturaleza mediante sofisticados dispositivos.

Otros autores trabajan especialmente la memoria. Así, las obras de Mercedes Pimiento (Sevilla, 1990) marcan una ruta que va de la sala de exposiciones a la huerta y desde los cartujos a la fábrica de porcelana y loza de Pickman. Valle Galera (Jaén, 1980), en la capilla de San Bruno, recuerda con una imagen a Lorca, a José Bergamín y a una de las épocas más violentas del racismo en Estados Unidos. La larga trenza que cuelga del techo es casi una materialización de un tiempo transcurrido. Florencia Rojas (Córdoba, Argentina 1984) recupera, con imágenes fotográficas los perfiles de plantas que logran vivir en el desierto de Tabernas (Almería) y las alterna con cuencos llenos de agua del Guadalquivir, el río, al fin, es otro signo de la memoria.

Tres autores exploran las alternativas de la materia. De modo evidente, Pablo Capitán del Río (Granada, 1982) con varias obras entre las que destaca, a mi juicio, la cortina de módulos de acero que parece un signo de la transparente ductilidad del material. Christian Lagata (Jerez de la Frontera, 1986), con un temple que recuerda a los primeros minimalistas y al joven Oldenburg, repasa materiales cotidianos de construcción y otros de desecho sin añadirles sublimación alguna. José Manuel Martínez Bellido más que fotógrafo es un indagador del proceso fotográfico. Yendo más allá que Moholy Nagy o Man Ray, busca los microorganismo que se multiplican en placas y soluciones fotográficas, y lleva a la luz esa desconocida flora.

Álvaro Albadalejo presenta una divertida voluta que parece escapada de un viejo taller de herrería. Álvaro Albadalejo presenta una divertida voluta que parece escapada de un viejo taller de herrería.

Álvaro Albadalejo presenta una divertida voluta que parece escapada de un viejo taller de herrería. / D. S.

Un cuarto apartado lo reservo para la sensación. En nuestro tiempo, buena parte de la institución arte la mira aún con desconfianza. Quizá por su inmediatez: ver, oír, tocar parece demasiado simple. Tal vez porque no se tenga en cuenta que una una nota de color puede ser el detonante de un barril de pólvora (escribió Santayana) o más sencillamente, algo que si se da a ver, es porque es nada más y nada menos que una fuerza. Desde esa perspectiva es interesante el trabajo de Alba Moreno (Málaga, 1985) y Eva Grau (Málaga, 1989) que bajo la firma Moreno & Grau presentan fotografías y objetos de percepciones siempre cruzadas por el tiempo, sea por su breve duración (el cristal de hielo que se deshace en el calor de la mano) o por la gratuidad del momento de su encuentro. Manuel M. Romero (Sevilla, 1993, el más joven de la muestra) es un cultivador de la pintura: no excluye ninguna clase de pigmentos con los que traza breves enclaves en el cuadro (sorprenderán al espectador experimentado) que marcan también tiempos de encuentros azarosos y por ello singulares. El trabajo de Irene Infante (Sevilla, 1989) señala puntos de cita entre la mirada y la piel, entre los ojos y el cuerpo. El tejido pese a incluir residuos, viejos materiales, quizá desechables, poseen sin embargo el aguijón de lo arcaico y tal vez de lo privado, lo secreto. Es una obra que pone en duda mi intento de ordenar la muestra porque Infante hace que el juego de la sensación persiga los viejos materiales y recurra así a la memoria en busca de aquello que ya no está y componga con ellos un espacio lleno de sugerencias.

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