Vinos que piden canciones

La primera edición del Festival Música EmBOCA de Tomares logra maridar los vinos de Cazalla de la Sierra y la gastronomía local con las canciones de Alba Molina, Juan Medina y Yotam Ben-Or

Cuando la música marida con los sabores del territorio

Alba Molina y Juan Medina al a guitarra
Alba Molina y Juan Medina al a guitarra / Ayuntamiento de Tomares

A María Ángeles Pérez no le gustan los caminos trillados. Por ello, esta sumiller sevillana huyó de “las dos grandes erres” de las que adolece la escena vinícola de este país -“la riojitis y la riberitis”- y se instaló en Cazalla de la Sierra, donde imagina sus vinos favoritos en Viñas de Colonias de Galeón.

Con la misma actitud inconformista, los organizadores de Música EmBOCA trasladaron sus ideas desde la propia Sierra Morena -donde venían organizando un festival de guitarra- para instalarse en el Aljarafe de la mano del Ayuntamiento de Tomares en esta primera edición de un encuentro cultural donde música y gastronomía revalidan su vieja complicidad. Demuestran así que hay vida más allá de los macrofestivales, recuperando la escala humana en una cita donde priman la intimidad y un localismo bien entendido.

Así, si el sábado por la mañana el maestro de la guitarra flamenca Rafael Riqueni había ofrecido una masterclass en la cercanía del salón de plenos del Ayuntamiento, en la tarde se dispuso el precioso Patio de las Buganvillas del Consistorio para acoger la actuación de Alba Molina y el guitarrista Juan Medina -antes conocido como Juanito Makandé-, a quienes, para nuestro gozo, se sumó por sorpresa el armonicista israelí Yotam Ben-Or.

Si bien la dupla cante y papeo es bien familiar en el mundo flamenco, -ahí están el Potaje Gitano de Utrera o el Gazpacho de Morón- el reto consistía en maridar los vinos que elabora García en su pequeña bodega con las canciones de un repertorio ad hoc.

Y ciertamente, Soplagaitas nos supo “romántico y goloso”, un blanco abierto al amor que supimos darle mientras sonaba la voz de Molina en Dicen, tan melosa como este chardonnay y moscatel que nos deja con “suspiros en la boca”. Una tapa de tartar de atún rojo de almadraba a cargo del restaurante tomareño La Grama redondeó un momento culmen de nuestra civilización, con la música expandiéndose morosa por un patio del siglo XVIII -mandado construir por el Conde Duque de Olivares-, y el vino templándonos el corazón en la primera brisa del anochecer.

Con el garrotín que grabara su padre junto a Smash, Alba Molina nos empujó a pedir otra copa -se podía repetir-, convencidos ya de avanzar por un mundo de placer. La singularidad de la cantante sevillana rima con el espíritu libre y desprejuiciado que García aplica a sus vinos. Nunca se ha suscrito Molina a las modas porque, como las buenas añadas, deja que el tiempo le dé la razón. Así que volvimos una vez más a sus canciones, donde la única certeza es la elegancia que se impone a esa mezcla de estilos que ella doma a su favor.

Ambiente de la cata musicalizada en el Patio del Ayuntamiento de Tomares, este sábado
Ambiente de la cata musicalizada en el Patio del Ayuntamiento de Tomares, este sábado / Ayuntamiento de Tomares

Conveniente turno, pues, para los trampantojos: si Molina aseguró que Sevillanas de la vida “no son unas sevillanas, sino una canción”, Pichaperas es un tinto que no parece un tinto. En él, como en la música de Molina, se nota el suelo -pizarra-, un origen fértil y profundo que, sin embargo, aporta ligereza y simpatía por otros géneros, hasta el punto de que maridamos un tinto con bacalao frito, mientras Molina se retiraba del escenario para que Juan Medina invitase a su amigo Yotam Ben-Or a una jam en la que los tangos y las bulerías viajaban hacia lo imprevisible en un proceso natural para un jazzman, refrendando esa inquietud de la que hablaba García: “Nunca hago dos vinos iguales, hago vinos del mismo estilo”.

Con el apetito del alma abierto de par en par nos sirvieron Cantueso, 80% uva tinta, 20% blanca con el que acompañamos Para llevarte a vivir, el tema de Javier Ruibal con el que consideramos, efectivamente, mudarnos directamente a la bodega. Las bulerías finales destaparon esa visceralidad, esos armas a flores, a fruta madura, que alberga el cante grande, o al menos eso aprendimos anoche. In vino veritas.

La velada culminó con la actuación en el patio principal del Ayuntamiento de la cantante Sandra Bernardo y el trompetista de jazz Piotr Schmidt. Una primera edición que culminaría al ritmo que marca la sesión de la dj Laguch.

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