Un trabajo de ingenio

Juan Vergillos

06 de noviembre 2014 - 05:00

Mes de danza. Intérpretes: Juan Carlos Lérida, Niño de Elche, David Montero. Dramaturgia y lector in fábula: David Montero. Iluminación y vídeo: Marc Lleixá. Escenografía y vestuario: Andrés González. Dirección y coreografía: Juan Carlos Lérida. Lugar: Sala TNT. Fecha: 4 y 5 de noviembre. Aforo: Media entrada.

No es una obra para todos los públicos. Es un espectáculo para inteligentes. Algunos volvimos a lo jondo saturados de arte conceptual pero el flamenco intelectual también es necesario, tiene su público y su espacio en la historia, el presente y el futuro de lo jondo. Vicente Escudero no fue el primero, aunque sí que pasa por ser el icono flamenco más fotogénico de esa tradición que desde hace cien años llamamos vanguardia y que antes se llamó formas difíciles de ingenio, conceptismo, etc, y que es tan antigua como el clasicismo. Así pues, la obra, como diría el propio Escudero, es sólo apta para enterados. Al cante apela, en ocasiones humorísticamente, a los entendidos, a los que manejan la letra y la historia de lo jondo, para jugar con ellas a la paradoja, la aliteración, la onomatopeya, la ironía, la antítesis, etc. La primera y más interesante parte del espectáculo es un trabajo sobre el aspecto gestual del cante en el que el bailaor se pone en el lugar, literalmente, del cante para reproducir sus maneras, ademanes y aspavientos. El trabajo, pues, es más pantomima que danza. El lenguaje corporal del cante es muy visual porque, al contrario de la danza, está completamente liberado de códigos. Es campo, por tanto, para los instintos. El ensayo de codificación que vimos en la sala TNT no debe entenderse sino como un juego.

La segunda parte es una larga glosa de la llegada de Neil Armstrong a la luna, inspirada al parecer en la milonga Época del cometa del bello zumbón Pepe Marchena, cuya imagen vimos proyectada en la pared del fondo. El tono es humorístico incluso en la mención épica del Ziggy Stardust de Bowie. El trabajo vocal lleva a los intérpretes a sacarse la lengua y, casi, los ojos, en un mano a mano de 70 minutos en el que el Niño de Elche permanece en escena todo el tiempo y Juan Carlos Lérida sólo la abandona para buscar su traje de astronauta. Un trabajo de ingenio, por tanto, donde no se desechó ninguna ocurrencia.

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