Corrientes de amor y de locura
Salir al cine
Con motivo de la reciente muerte de Gena Rowlands, Avalon recupera para salas algunas de sus películas junto a John Cassavetes. Hoy jueves llega ‘Una mujer bajo la influencia’ (1974) a Cinesur MK2 Nervión
La de Gena Rowlands (1930-2024) en Una mujer bajo la influencia (1974) pasa por ser una de las mejores interpretaciones femeninas del cine de todos los tiempos. Las razones saltan a la vista: la actriz se entrega a una mujer en la cuarentena en plena crisis emocional, más allá del ataque de nervios, tocada por la locura, “frustrada más allá de lo imaginable”, descarnada e intensa hasta los límites de lo soportable, una mujer que se aferra con sus gestos y muecas desencajadas a la vida, al amor y a la familia, autolesionándose, traicionándose, hablando con ella misma y sus fantasmas, una mujer que tal vez lo único que quiere es jugar con sus hijos y echar las cortinas para recobrar un poco de intimidad con su marido.
Una mujer bajo la influencia pasa hoy también por ser la mejor película del primero de los verdaderos cineastas independientes norteamericanos, una película autofinanciada a duras penas, marcada por un rodaje largo, complejo y accidentado (el equipo, en buena parte de amigos y colaboradores cercanos, trabajó sin cobrar a cambio de un porcentaje en los posibles beneficios), que no encontró distribuidores que la colocaran en los cines (“demasiado larga, demasiado deprimente”, argumentaban), con malas críticas de algunos de los popes de la prensa especializada de aquellos días (Molly Haskell dijo que era “la mayor basura que había visto en su vida y a Pauline Kael le parecía una película “opaca y deshilachada”) y que, sin embargo, consiguió levantar el vuelo, hacer una taquilla internacional de 12 millones de dólares e incluso llegar a los Oscar con sendas nominaciones a mejor dirección y, por supuesto, a mejor actriz. No ganó ninguno de los dos.
A cincuenta años vista, convertida ya en película de culto y situada en su justo lugar en la historia (aparece en el puesto 114 de la última lista de Sight & Sound), Una mujer bajo la influencia no sólo no ha perdido un ápice de su áspera y romántica intensidad dramática, todo en ella sigue vivo, palpitante y complejo incluso a la luz de las nuevas miradas inquisidoras y recontextualizadoras que querrían encorsetarla o bien en la senda de la interpretación feminista o bien en esa otra de la violencia de género, la toxicidad masculina o el influjo perverso del patriarcado para explicar la deriva de su protagonista o las claves de la relación entre ella y su marido.
Cassavetes pulsaba aquí el nervio más doloroso y auténtico de una crisis conyugal sin justificar ni explicar demasiado a sus protagonistas de clase obrera, abriéndolos en canal a sus vaivenes emocionales y contradicciones, desintelectualizando sus comportamientos, sus errores y sus faltas, o lo que es lo mismo, el director de Shadows, Faces y Husbands pulsaba la propia vida en su versión más realista y descarnada, a la distancia precisa de la puesta en escena, sin los afeites propios de la ficción y los cómodos cojines de la psicología explicativa, enfrentando a sus criaturas y a sus espectadores al abismo del tiempo dilatado de las escenas que permiten pasar de la desesperación a la esperanza en lo que estas tardan en desarrollarse a su propio ritmo natural.
La Mabel de Rowlands es indistintamente una “loquita”, un caso clínico, una esposa modelo, una mujer que quiere liberarse, una víctima de sí misma y de la violencia exterior, una madre cariñosa o una nuera acorralada a la que quiere apartarse de su propio hogar. El Nick de Peter Falk es un currante de la construcción bruto y asalvajado, un hombre básico que tampoco sabe dominar las emociones, un padre que se hace cargo a duras penas de sus hijos cuando la madre está ausente, un hijo sometido por una madre castradora (memorable Katherine Cassavetes, madre del cineasta) un hombre que se avergüenza de lo que tiene en casa ante sus compañeros de trabajo pero que también los invita sin avisar a que todos coman juntos unos spaghetti cocinados por su esposa.
El gran misterio de esta película desgarradora y sin respuestas fáciles aún sigue vivo y abierto, dialogando con el espectador adulto y cuestionando sus certezas sobre el bien y el mal, sobre lo correcto o lo inapropiado, abrazando incondicionalmente a sus personajes en carne viva de la misma forma en que ellos intentan aferrarse al hecho de estar y seguir juntos a pesar de los gritos y las bofetadas, a pesar del caos, los brotes y la ira, a pesar de todo ese siniestro coro vampírico de madres, padres, vecinos, amigos, curiosos y médicos que los rodean.
Se ha señalado hasta la saciedad que son las escenas de Gena Rowlands, especialmente la de la crisis nerviosa a distancia de teleobjetivo pero también otras como aquella en que espera al autobús que trae a sus hijos del colegio, en la que regresa del internamiento psiquiátrico a una casa repleta de gente o la que antecede al hermoso y emocionante cierre del filme, las que sobresalen por su potencia dramática en un filme de estructura desigual y metraje finalmente recortado en 147 minutos de las cuatro horas del primer borrador. Vista años después, podemos apreciar ahora también aquellas otras en las que Peter Falk está en el tajo de la obra con sus compañeros, o en las que se ocupa de sus hijos como puede cuando está solo, los lleva a la playa o les da de beber cerveza en su camión.
Cassavetes quería montar primero una obra de teatro para Rowlands que acabó convirtiéndose en una película alrededor de ella, pero Una mujer bajo la influencia también es un filme sobre una pareja que lucha por mantenerse a flote y un hombre que no sabe ser otra cosa que él mismo con sus muchas limitaciones, su brutalidad primaria y su torpeza para amar.
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