La utopía de un museo transversal
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Alice Procter analiza el pasado colonial de las colecciones de arte en Occidente en su ensayo ‘El cuadro completo’ (Capitán Swing), concebido como una manual para el activismo cultural desde la fundamentación histórica
Humano, demasiado humano
La ficha
'El cuadro completo. La historia colonial del arte en nuestros museos'. Alice Procter. Traducción: Lucía Barahona. Capitán Swing. Madrid, 2024. 352 páginas. 25 euros.
Cuando en enero de 2023 el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, anunció un proceso de revisión de las colecciones de arte estatales “para superar el marco colonial”, la polémica, como era de esperar, prendió con fuerza, pero el debate más interesante vino cuando hubo que desentrañar a qué se estaba refiriendo. El propio Urtasun matizó que la medida pretendía hacer pasar página a un modelo “anclado en inercias de género o etnocéntricas que han lastrado, en muchas ocasiones, la visión del patrimonio, de la historia y del legado artístico”. Y añadía: “Se trata de establecer espacios de diálogo e intercambio que nos permitan superar este marco colonial”. En realidad, tal y como admitió el ministro, este proceso de revisión constituye una realidad puesta en marcha desde hace ya algunos años por buena parte de los museos españoles: durante su intervención se refirió al Museo de América y al Museo Nacional de Antropología como ejemplos de instituciones que trabajaban ya “en la visibilidad y el reconocimiento de la perspectiva de las comunidades y la memoria de los pueblos de los que proceden los bienes expuestos”, pero la revisión crítica de la exhibición de las colecciones en museos de distintas adscripciones y titularidades en términos de transversalidad no era para entonces extraña, ni mucho menos. Eso sí, si habían sido los museos los que habían llevado a cabo esta revisión por propia iniciativa, lo que anunciaba el ministro era una programación política de la descolonización de los museos en España. Si bien esta tendencia dista mucho de ser general, de manera que no pocas instituciones, fundaciones y colecciones siguen sin darse por aludidas, la iniciativa nos permite concluir hasta ahora que el proceso de descolonización es necesariamente lento y completo, pero también irreversible.
Cuando España puso sobre la mesa esta revisión, disponía, en todo caso, de otros ejemplos de los que tomar nota, especialmente en el ámbito anglosajón, donde numerosas colecciones de arte definidas durante el Imperio Británico llevan ya décadas sometiendo sus legados a una redefinición crítica. Es en este sentido donde reviste especial interés El cuadro completo. La historia colonial del arte en nuestros museos, el ensayo de la historiadora australiana Alice Procter (Sidney, 1995) que acaba de publicar la editorial Capitán Swing con la traducción de Lucía Barahona. Procter aborda el problema de la descolonización en un marco anunciado como occidental, si bien las nociones, orígenes y procedimientos se circunscriben, claro, al entorno concretado en la Commonwealth, lo que en todo caso reviste interés por la condición pionera del mismo.
De entrada, Procter analiza la definición del museo a tenor de su invención en la Ilustración europea para proyectar ideas no precisamente originales, pero cuya oportunidad resulta indiscutible: los museos, recuerda la autora, “son algo más que simples lugares físicos diseñados para albergar colecciones. No representan historias completas -ni pueden hacerlo-, pero los relatos sintetizados que proponen contienen a menudo los aspectos de la identidad, nacional o de otro tipo, más preciados y controvertidos”. Y subraya: “Ninguna de estas historias está en el museo por accidente. Alguien ha elegido cada objeto expuesto, lo ha categorizado y colocado en un pedestal o tras una mampara de cristal. Alguien ha escrito las cartelas”. Del mismo modo, “nuestra forma de mirar las cosas nunca es objetiva: depende de quiénes somos, de las experiencias con las que cargamos, de cómo se nos ha enseñado a ver el mundo”. En correspondencia, “todo arte es político. Todo lo que alberga un museo es político, porque está determinado por las políticas del mundo que lo creó. Si uno no advierte los criterios y objetivos que hay en juego, eso no quiere decir que no estén ahí”. La pregunta, por tanto, es clara: “¿A través de qué ojos estamos mirando la historia? ¿Cómo se ha ido moldeando y recortando esta historia hasta transformarla en un relato? ¿Estamos ante los mismos Grandes Machos Blancos de siempre?”. Y Procter, por supuesto, afila su respuesta a la hora de explicar el procedimiento por el que los museos dejan fuera de su discurso a las minorías que han contribuido a conformar sus colecciones.
En su ensayo, la autora distingue cuatro tipos de institución museística (el palacio, el aula, el monumento conmemorativo y el patio de recreo, definidos así a partir de su titularidad fundacional, su identidad nacional y la manera en que considera a los visitantes potenciales) para brindar distintas historias de coleccionistas y artistas en cada uno de ellos. Lo hace en una disposición cronológica que acentúa el modo en que estas colecciones han crecido en complicidad visible con distintos genocidios raciales y culturales, con el borrado de las mujeres y la consagración de un criterio centralista, excluyente y férreo extraordinariamente difícil de superar. Pero El cuadro completo no aspira solo a ser un volumen crítico con las museografías predominantes, sino un verdadero manual de activismo: Procter es una de las fundadoras de los Uncomfortable Art Tours, un movimiento internacional que organiza visitas guiadas no oficiales que exploran cómo se crearon las principales instituciones del mundo del arte con el imperialismo como telón de fondo. En consecuencia, no duda en utilizar la segunda persona del plural para dirigirse al lector (“Tal vez creéis que ya dedicáis suficiente tiempo a pensar de manera crítica sobre cualquier otra cuestión, y para vosotros un museo debiera ser un lugar donde simplemente se puede ir a mirar cosas bonitas”), en un tono de didactismo concienzudo próximo al proselitismo pero eficaz, sin duda, a la hora de exponer sus argumentos. La autora aplaude la última definición de museo propuesta por el Consejo Internacional de Museos (ICOM): “Espacios democratizadores, inclusivos y polifónicos para el diálogo crítico sobre el pasado y el futuro”; pero advierte de que el trabajo pendiente hasta la consecución de esta utopía será abultado y difícil. No hay, sin embargo, más alternativa para el futuro que un museo completo.
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