Cuánto vemos en el amor ciego de Juanita Reina

Cien años de Juanita Reina

“Me muero si no respiro / el aire de tus suspiros”, cantaba en un tema con letra y música de Quintero, León y Quiroga.

El pasado agosto se cumplió un siglo del nacimiento de una figura central de la copla.

Juanita Reina, en una imagen de juventud.
Juanita Reina, en una imagen de juventud. / D. S.

La expresión gastada nos dice que el amor es ciego. Bueno. Vale. De acuerdo. Pero cuánto se ve en la ceguera de un amor. Es decir: cuánta nitidez hay en esa respuesta visceral, y por tanto irracional, de una relación rota o de un deseo satisfecho. Estas contradicciones son habituales en el amor. Añado: el amor supone contradicción. No puede ser otra su naturaleza: es un encuentro de dos; y es la plenitud y es la vibración; y es el vacío y es el sostén, y es el equilibrio y es la caída. Y es el aprecio y es el odio. Así lo escribe Manuel Benítez Carrasco en el poema popular: “Que yo no te puedo odiar / por esa mala partida, / ya que odiar es, en la vida, / un cierto modo de amar”.

Llevamos esta colección de débiles reflexiones al escuchar a Juanita Reina, sentimental y convencida, agitada y romántica, en la copla Cariño ciego, letra y música de Quintero, León y Quiroga. “Me vienen contando historias / que yo, por sabías, las tengo olvidás, / no pienso d’hasé memoria / porque si lo hiciera me pongo a llorá”.

Cariño ciego nos cuenta la vida de una mujer cuyo amor todo lo perdona. Una mujer a la que el amor, y nada más que el amor, le basta. No importa si es un amor correspondido. Ni siquiera importa si es un amor que le haga bien. La mujer lo que quiere es amar. Así, la protagonista de esta historia no entiende el amor como un medio. El amor como un interés. El amor como una entrega compartida, como una contribución o como una deuda. No. La protagonista de Cariño ciego apuesta por otra cosa, menos razonable pero más cercana a la definición de la palabra amar.

La copla sigue. Y la mujer lo ve claro: el sentir prevalece a todo razonamiento

La copla sigue. Y la mujer lo ve claro: el sentir prevalece a todo razonamiento. La verdad no merece sustituir al amor que llevas dentro de ti: “Me dicen los apellíos, / el nombre y la calle me hacen por ver / y a veces, cariño mío, / de oír tantas cosas me muero de pie. / Como yo no las quiero sentir / hacia dentro me pongo a decir: / Cariño, cariño ciego / yo te tengo, vida mía, / y nadie apaga este fuego / ni de noche ni de día”. Afina aquí Rafael de León en un párrafo que refleja las complejidades de nuestras psicologías. Y da muestras de su descomunal capacidad de sintetizar, en apenas tres apuntes, el inabarcable laberinto de nuestras emociones. “Cariño en que yo me miro, / cariño al que yo me entrego, / me muero si no respiro / el aire de tus suspiros / cariño, cariño ciego”.

A un amor al que no le interesa la verdad –ni siquiera el afecto del otro- es un amor al que lo material le resulta irrelevante. Las reglas aquí son distintas. Esta historia no responde al deseo minúsculo. Es más que eso. Y así nos lo canta Juanita Reina: “No quiero de tu persona / las minas de oro del Rey Salomón, / ni busco lucir corona, / me basta y me sobra con tu corazón”. Y cierra con final inmenso y vibrante: “Y en silencio te suelo llorar / como llora la lluvia en el mar”. La protagonista no sólo practica un amor sin lógica, un amor inaudito, también reprime el inevitable dolor que provoca esa entrega fatal.

Así nos contó Juanita Reina el significado de querer –no de quererse– en este cariño ciego que lleva la letra de Rafael de León y la música de Quintero y Quiroga. Así describe esta copla, tan popular, tan sencilla, tan transparente, las blancas oscuridades de los amores verdaderos.

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