Doble fondo

Batalla a tumba abierta en Cataluña

El miedo al contagio, el triple empate que anuncian las encuestas y el veto a Illa que ha salido de la chistera independentista agitan compulsivamente el fantasma del bloqueo

El candidato del PSC a la presidencia de la Generalitat, Salvador Illa, durante el acto final de campaña este viernes de las elecciones catalanas del 14-F.

El candidato del PSC a la presidencia de la Generalitat, Salvador Illa, durante el acto final de campaña este viernes de las elecciones catalanas del 14-F. / EFE

Un total de 5.624.044 catalanes están llamados este domingo  a las urnas para elegir a los 135 diputados del Parlament, en los que serán unos comicios más que atípicos, tanto por celebrarse en plena pandemia del coronavirus (se barajó la posibilidad de posponer la fecha pero los jueces han dado prioridad al derecho al sufragio por encima de todos) como por la eclosión de unas hostilidades a flor de piel entre las distintas candidaturas a las que no son ajenas ni las dos fuerzas que conforman un Govern deshilachado al que Quim Torra hizo jirones con su inhabilitación por desobediencia abocando a esta venenosa jornada electoral. 

En los hospitales catalanes hay 2.222 pacientes ingresados por Covid –651 en las UCI–, el número total de positivos detectados se eleva hasta los 533.338 y todos ellos podrán ejercer hoy su derecho al voto, para espanto del común de los electores y de los miembros designados por sorteo de las mesas, que se han excusado en tropel para no exponerse al virus.

Las juntas electorales de zona de Cataluña han recibido un total de 33.918 alegaciones al respecto, de las que 21.177 han sido admitidas. Al tiempo, más de 265.000 ciudadanos ya han enviado su voto por correo, un incremento del 277% con respecto a los comicios de 2017, y la cifra más alta registrada en unas elecciones autonómicas desde su primera convocatoria en 1980.

Triple empate

Con un triple empate entre ERC, JxCat y el PSC según la moneda corriente en los sondeos, uno de los factores que va a decantar el fiel de la balanza es el de la participación.

Con el antecedente del 79% de participación en las anteriores autonómicas, en 2017, al albur de la aplicación del artículo 155 por la declaración unilateral de independencia y en las que Ciudadanos logró una estéril victoria, ahogado entre las dos orillas del independentismo, el miedo al contagio y la desafección entre la ciudadanía hacen que revolotee e fantasma de una elevada abstención.

Todos los aspirantes a president son nuevos y solo un par de ellos tienen experiencia de gobierno (Salvador Illa y Pere Aragonès). Los independentistas pueden elegir entre cuatro opciones, con diferencias tan sutiles que hay que estar muy puesto para distinguirlas, pero todos ellos ya le han hecho la cruz al candidato socialista.

La campaña empezó girando alrededor del ex ministro de Sanidad con su golpe de efecto de bajarse del caballo en pleno galope de la pandemia, y ha echado el telón especulando sobre sus motivos para negarse a hacerse una PCR antes de un debate televisado con el resto de candidatos.

De por medio, un papelito que compromete a los partidos independentistas a no pactar con el PSC, una obligación que potencialmente solo ata a una formación (ERC) y que convierte el voto a un partido independentista en un voto a todo el bloque.

Todos estos presuntos imponderables (presuntos porque ya se sabe que las promesas en campaña son presa fácil de la trituradora del afán de poder, ahí queda el ex insomne Pedro Sánchez del brazo de Pablo Iglesias) aventuran complicado un pacto transversal en la Generalitat.

La política de bloques es la marca de la casa en estas elecciones catalanas. El independentismo está dividido entre el pragmatismo de ERC y la audacia unilateral de JxCat, teledirigido desde Bruselas por el ex president Carles Puigdemont.

Una mayoría constitucionalista también resulta harto improbable, puesto que Ciudadanos va a quedarse en el chasis y la irrupción de Vox tampoco ayuda a fantasear con el milagro. La lucha encarnizada entre las derechas por la primacía (supervivencia en rigor) al noreste de España nubla las expectativas de que un bloque constitucionalista  pueda resultar algo más que una insustancial amalgama aliñada con los desconcertantes comunes de Iglesias y Colau.

La de este domingo es literalmente una batalla a tumba abierta bajo el espanto del Covid. Un Govern contumaz que quiera volver a plantear la independencia en el marco europeo está condenado al fracaso si solo tiene el aval del 47%, o incluso algo más de la mitad de los votos.

La reedición del Pacto del Tinell, que alumbró en 2003 el primer tripartito de Pasqual Maragall del brazo de ERC, parece inconcebible a la vista del cordón sanitario que le ha dispuesto el independentismo al ex ministro del ramo, pero  la vida es sueño y amnesia, como bien sabe Sánchez, que este domingo se juega buena parte de la estabilidad de su barquito de papel con Unidas Podemos... si es que estos comicios sirven para algo más que para subvertir este día de los enamorados y hacer del 14 de febrero otra vuelta de tuerca en la fractura que sufre Cataluña con el procés y dejando el bloqueo político y económico un poco más atado y el seny algo más enterrado. 

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