Visto y Oído

Francisco Andrés Gallardo

Chanantes

El desastre de la gala de los Goya se acentuó por la decepción

06 de febrero 2018 - 21:15

La vis cómica y el talante de Ernesto Sevilla y Joaquín Reyes quedaron palpables, una vez más, este lunes en El Hormiguero. Han sabido reaccionar con diplomacia y con guasa sin ira el rosario de críticas punzantes sobre el papelón que hicieron el sábado en los Goya (a saber qué habría dicho Dani Rovira, con su piel de palmolive). De hecho, al contemplarlos el lunes con Motos, se antoja aún más inexplicable el mal gusto y el olfato ausente que tuvieron durante la gala. Tal vez estaban encorsetados por límites de corrección, se vieron presionados por la servidumbre de los organizadores de una gala mustia que además se celebra en el quinto pino; no encontraron guionistas o pecaron de confianza o de vagancia. Todo eso cabe para explicar el desastre, y por tanto la decepción, de los chanantes en los Goya. Había expectación y esperanza en ellos. Por eso las críticas fueron más duras. Es todavía indescifrable lo vivido el sábado.

No han sido los peores presentadores porque ya sufrimos a Manel Fuentes o a Cayetana Guillén Cuervo. La languidez, el descontrol, la ausencia de hilos, han sido más o menos habituales en la historia del cabezón bronceado. Los Goya no refleja otra cosa que la corteza de la industria del cine. No es cuestión de ser combativos, beligerantes, dóciles, impostados o encantadores. Es una gala para mostrar músculo e ingenio y esa noche, pese al interés que le pone la audiencia, suele ser un erial salpicado de jaramagos y alguna rosa de espontaneidad.

En el año de La llamada y los Javis, o cómo los millennials reinterpretaron la realidad oficial, había esperanzas en Reyes y Sevilla. Sólo tenían que dejarse llevar. Tal vez se contagiaron de la atonía de un cine desanimado. Con la vomitona hacia El Langui cambiamos de canal.

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