Saludo entre Sánchez y Núñez Feijóo.

Saludo entre Sánchez y Núñez Feijóo. / Juan Carlos Hidalgo (Efe)

Tras un fin de semana largo -de viernes a lunes por la mañana-, Pedro Sánchez compuso un Gobierno que pretende ser más político que el anterior y más sólido, si se atiende a la preparación profesional de algunos de los nombrados. Sustituir a la ministra Irene Montero por una catedrática de Derecho Constitucional valdría como ejemplo; y no es el único. Después se comprobará el resultado de los experimentos, como lo de juntar en una misma cartera Presidencia y Justicia. Pero los pesos pesados se mantienen: Calviño, Bolaños, Robles, Ribera, Yolanda Díaz, Grande Marlaska, Escrivá, etc.

Lo único cierto, de momento, es comprender que el trabajo de este Gabinete se producirá en medio de una alta tensión política en la calle y en los medios, que algunos quisieran permanente, y con una teatralización excesiva que ya comenzó en la propia investidura. Y no tanto en el hemiciclo donde, charanga aparte, se escucharon algunos discursos con pasajes bien construidos (va por Núñez Feijóo, sobre todo en sus réplicas, por Aitor Esteban, veterano dialéctico, y por el propio Pedro Sánchez en su primer discurso), sino por las dos semanas de negociaciones previas tan accidentadas.

Definitivamente, Carles Puigdemont, que como político profesional no es relevante, es un gran director de escena. Tan solvente en las tablas mediáticas como Pablo Iglesias, el otro gran dramaturgo político, especializado en contraprogramación. Cada vez que el presidente Sánchez tenía un anuncio importante, su vicepresidente Iglesias le robaba la escena con una performance inesperada.

Fiel a ese talento creativo, Puigdemont preparó el suspense y los golpes de efecto para ganar cuota de pantalla con mensajes para hacer creer al respetable público de que la llave de todo la tiene él; para sugerir que los de Esquerra Republicana son estrategas de segunda división y para humillar a Pedro Sánchez tanto como pudo. Y escribió el papel que interpretó impertérrita su primera actriz, Miriam Nogueras, que había destronado en el cartel de vedette a Laura Borrás, tras su imputación judicial por trocear contratos públicos para beneficiar a un amigo y ahora implora que la incluyan en la amnistía. Puigdemont se la tenía jurada a Sánchez y le había anunciado a un amigo suyo: Li farem pixar sang ("le haremos mear sangre").

Teatro, monólogos, fragmentos de auto sacramental y comunicación no verbal al microscopio explicaron la sesión. Al final, Núñez Feijóo se acercó, y le honra, a darle la mano al presidente reelegido; pero esa mano la llevaba en el bolsillo y le costó sacarla. "Lo hizo con lentitud, lo que en el Oeste le hubiera costado la vida", decía una ingeniosa crónica en el Canal 24 Horas.

Pero si se piensa bien, Núñez Feijóo salió más líder de la oposición que antes y ganó mucho respeto entre los suyos. Pedro Sánchez resultó bastante golpeado en el proceso, pero renovó su Presidencia. Y Abascal acabó más radicalizado de lo que estaba, porque el miércoles se levantó del escaño con prisa para no perderse la manifestación de protesta ante la sede del PSOE.

El problema es lo que queda ahora en el país: legislatura incierta, manifestaciones de momento diarias, demasiada crispación, dificultades para entender que la función teatral ya terminó y una fractura que alcanza a centros de trabajo, colegios profesionales, grupos de amigos y hasta familias. Así vivió Cataluña varios años; y si no se actúa con inteligencia, así de mal vivirá España los próximos. ¿A quién le damos las gracias?

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