Solía entrar en clase con un alegre soniquete con el que lograba espabilar a los alumnos más somnolientos. Tras el recital matutino, se sentaba en su mesa y explicaba la lección. El mínimo común múltiplo -que ninguno de sus pupilos hemos utilizado hasta el día de hoy-, el sujeto y el predicado -muy útil para los que luego nos dedicamos a las letras- o las tablas de multiplicar. Sabía de todo y así nos lo transmitía. Algo mayor y de aspecto tierno, todavía le guardamos cariño. Tanto, que en las reuniones de antiguos alumnos siempre sale su nombre en alguna conversación. En la última, alguien entonó una de sus canciones, pero ninguno fuimos capaces de recordar cómo sonaba su voz. Recuerdo que nadaba entre la rotundez de los graves y lo infantil de los agudos pero, ¿cómo sonaban en su boca aquellas cancioncillas? Más de veinte años después se me antoja imposible lograr descifrarlo.

Es curiosa la memoria y su capacidad de seleccionar los recuerdos que luego va a almacenar. El mismo acontecimiento merece ser guardado para unos y olvidado para otros. Recuerdas esa conversación con tu abuela a la vuelta del colegio. Las frases, los silencios, la entonación, los ritmos y hasta la cadencia. Todo. Salvo su voz. Todo. Salvo lo único que le pertenecía a ella y a nadie más, aquello que la distinguía del resto. Dicen los psicólogos que la voz es lo primero que se olvida cuando muere un ser querido y nunca me dio tanta pena asentir ante una afirmación. Tu mejor y más personal legado, el primero en ser olvidado. Aunque la pena es para los que se quedan y no consiguen recordar la forma que tenías de hablar. Y eso es lo que más se echa de menos. Si quieres oír a Constantino Romero sólo tienes que bucear por Youtube, así de fácil. Si deseas escuchar a ese ser querido la cosa se complica. Quizás ahora, en plena era tecnológica, almacenar las voces en una especie de cápsula del tiempo sea la solución. Aunque nunca será lo mismo recordar ese "cómete las croquetas" de repente y porque sí, que tirar de smartphone y reproducir de manera aleatoria los audios de toda una vida. Los románticos preferiremos cerrar los ojos y dejar que el olor asociado a esa voz (ese que perdura en tu cabeza por los siglos de los siglos) campe a sus anchas por nuestra materia gris. La memoria es malvada, pero siempre nos deja opciones para ser felices cuando queremos recordar.

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