La ventana
Luis Carlos Peris
Poniendo el parche sin salir el grano
Llevo años estudiando y trabajando en el dolor y el sufrimiento que produce en la persona que lo padece y observando las diferencias en la expresión clínica del mismo y el impacto en la calidad de vida de los pacientes. A lo largo de mi carrera profesional he detectado las diferencias también en esta enfermedad respecto al género, la desigual afectación a hombres y mujeres y la diferente manera de expresarlo, por lo que me he propuesto escribirlo aportando datos de interés y demostrar de nuevo la necesidad de revisar la medicina desde un punto de vista más actual y personalizado.
Siendo el dolor una sensación desagradable, es un síntoma necesario puesto que nos avisa de un daño en nuestro organismo y por tanto nos ayuda a reaccionar, a consultar por qué esa “alarma” no cesa y tenemos que averiguar lo que ocurre y resolverlo lo antes posible. Eso es así en el caso del dolor agudo, siendo el dolor crónico diferente pues es una sensación mantenida que te limita y te condiciona la vida y no sólo no te puedes acostumbrar a él, sino que con el tiempo te va afectando a otras áreas de tu vida y se convierte en una enfermedad en sí que te absorbe y te condiciona para siempre.
Los datos son inquietantes: el dolor crónico es el motivo de consulta más frecuente en Atención Primaria, afecta a un 20% de la población general, produce discapacidad funcional y supone una carga asistencial, económica y social extraordinaria. En los pacientes mayores de 65 años es un problema aún más frecuente y se asocia a un aislamiento social, algo que incrementa el sufrimiento de las personas que lo padecen.
El gasto sanitario de esta enfermedad supone un 2% del PIB y va incrementándose de manera exponencial, pues el número de consultas atendidas en Atención Primaria por este motivo se incrementa de un 3 a un 6% anualmente desde 2017 según este análisis detallado de mis compañeros de la Sociedad Española Multidisciplinar del Dolor (Semdor), que han analizado el número de consultas atendidas en Atención Primaria por problemas de salud relacionados con el dolor, cuantificando en 13 millones de consultas en España durante el año 2019. El estudio también revela que entre un 60 a un 79% de las personas con dolor crónico atendidas son pacientes con patologías crónicas, algo que condiciona y dificulta la elección del tratamiento a seguir y aumenta el riesgo de aparición de interacciones medicamentosas y efectos secundarios de los fármacos y por tanto la seguridad de nuestros mayores.
Centrándonos en el género, los datos tampoco son tranquilizadores. Según la Encuesta Andaluza de Salud (2015/2016), el 15% de la población adulta de más de 16 años padece dolor crónico, el 20% de las mujeres y el 10% de los hombres y el 14% de ellas lo perciben como incapacitante frente a un 7% de los hombres. Según esta encuesta, las mujeres tienen el doble de posibilidades de padecer dolor crónico que los hombres, y esto ocurre tanto para el dolor crónico incapacitante o que produce limitaciones en las actividades de la vida diaria, como para el dolor crónico que no las produce.
La afectación del dolor crónico en la mujer tiene consecuencias sobre su rol de cuidadora, afectando sobremanera a su vida laboral y familiar pudiendo provocar aislamiento y por tanto repercutir en su salud mental apareciendo síntomas de tristeza y ansiedad que cierran el círculo pues empeoran la percepción del dolor. De hecho, el consumo de benzodiacepinas en España ha ido incrementándose en un 57,4 % en el periodo 2000-2012, siendo las mujeres las consumidoras mayoritarias. Esto no solamente supone un riesgo por la dependencia y la tolerancia que genera, sino que además supone un riesgo importante de seguridad por las frecuentes caídas en nuestras pacientes debido a la somnolencia y sedación excesiva que provocan.
Pero ¿por qué el dolor crónico afecta más a la mujer? ¿es algo genético?, ¿algo hormonal?, ¿es por la capacidad de expresarlo? Todo eso tiene efectivamente relación con esas cifras porque para comprender las diferencias en la percepción del dolor debemos tener en cuenta factores anatómicos, fisiológicos, neuronales, hormonales, psicológicos, culturales y sociales.
Por un lado, y atendiendo a la base genética, un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Carleton y el Hospital de Ottawa (Canadá), y publicado en Brain, muestra por primera vez que las neuronas de la médula espinal procesan las señales de dolor de forma diferente en mujeres y hombres. Es relevante no sólo por justificar la desigual percepción del dolor, sino que también este hallazgo podría encauzarnos a tratamientos más personalizados para el dolor crónico, optimizando así el consumo de opioides.
Respecto al factor hormonal, es interesante conocer el importante papel de los estrógenos en algunos tipos de dolor como es la cefalea. El dolor de cabeza está relacionado con los niveles de estas hormonas en sangre, por eso es más frecuente durante la menstruación, desaparece durante los embarazos y reaparece en el postparto. Pero es curioso saber que esos niveles de estrógenos también están relacionados con el aumento de riesgo de algunas lesiones articulares como la rotura de los ligamentos cruzados en las rodillas de mujeres deportistas. Diversos estudios demuestran que existe una relación directa entre la concentración de estrógenos y la hiperlaxitud articular, siendo por esto más probable que una jugadora tenga una lesión en los ligamentos de sus rodillas si sufre un traumatismo durante el juego en el momento de su fase ovulatoria del ciclo menstrual que en otro momento del mismo.
Y en último lugar, hablando de nuevo de la comunicación y lejos de querer parecer que estoy haciendo doctrina, no puedo obviar que aflora en algunos artículos la influencia de factores socioculturales y la diferente comunicación y reseñan que el sexo del entrevistador influye en la respuesta del enfermo, de forma que además de que el hombre en general siente menos dolor, siente menos aun cuando es preguntado por una mujer y el mismo patrón se observa a la inversa cuando las mujeres son entrevistadas por un hombre. Sin embargo, la percepción catastrofista del dolor es más frecuente en mujeres que en hombres. Es obvio que las creencias socioculturales influyen en la respuesta del dolor, los hombres están más preparados para resistir y las mujeres expresamos el dolor de forma más notoria porque educacionalmente se nos ha permitido llorar.
Sin embargo, y aquí voy a ser más crítica porque conozco lo que se habla en el backstage de los profesionales, tanto mujeres como varones sanitarios calificamos a las mujeres como “más quejicas” probablemente porque consultamos más por problemas relacionados con el dolor y lo expresamos mejor y de forma más intensa. Como reflexión en voz alta, insistiría en que tenemos que ejercitar la empatía con el paciente que consulta con dolor pues es una gran parte del tratamiento que recibe. Los compañeros que trabajamos en esta área, solemos tener una capacidad especial para escuchar y conocemos la importancia de mirar a los ojos (yo lo llamo “escuchar con la mirada”) pues cuando la paciente se siente comprendida, siente que comparte y reparte su dolor siendo además más eficaz el tratamiento instaurado.
Conocer las diferencias del dolor también asociado al género no solo nos puede ayudar a mejorar la percepción de salud en la población, sino también disminuiría la presión asistencial que sufrimos los profesionales y a disminuir el gasto sanitario que implica el consumo excesivo de fármacos, así como las complicaciones que suponen en muchas ocasiones los efectos secundarios, algo imprescindible para la sostenibilidad de nuestro desgastado pero ejemplar sistema sanitario.
Y como me considero optimista y me gusta ver siempre las soluciones a los problemas, he de decir que el dolor crónico tiene solución, si no total, al menos parcial. Es otra mirada de la enfermedad, pero hay que conocer que, aunque tenemos profesionales espectaculares y fármacos inmejorables que actúan a todos los niveles de percepción del dolor, es imprescindible trabajar individualmente para su mejoría. El ejercicio físico ha demostrado mejorar el dolor crónico pues la musculatura ejercitada descarga el peso en las articulaciones y ayuda a bajar de peso en el paciente que lo necesita, además de aumentar las endorfinas que nos hacen sentirnos mejor y por tanto ayudan a esa esfera emocional tan afectada en estos casos. Y es que el dolor físico siempre viene acompañado de un dolor emocional, del dolor que yo denomino 'dolor del alma'.
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